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POEMAS EN PROSA de Emma Posada

 

EMMA POSADA. Nació en San Salvador, El Salvador el 13 de mayo de 1912. Muy joven dio a conocer sus poemas en prosa, habiendo merecido elogiosos comentarios. Fue redactora de la Revista del Ministerio de Instrucción Pública (1942-1944).

La breve obra de Emma Posada que ahora se reedita aumentándole los tres poemas finales, apareció en la tipografía La Unión de San Salvador, en 1935, con prólogo de Miguel Angel Espino. La autora escribe con austeridad y contenido tono lírico. No desborda su emoción y sabe expresarla en frase limpia, de adjetivos precisos y singular ritmo. Es por ello que después de varios años de haberse publicado estos poemas mantienen novedad y serán bien recibidos por los lectores de la colección CABALLITO DE mar.

Espino, refiriéndose a Emma Posada, dice: “…conserva un ritmo que se nos antoja fuera de las conspiraciones literarias de última hora. La revolución de las formas no la seduce. El elemento momentáneo no la interesa, cuando hay que salvar el contenido, que para ella debe estar a cubierta de oscilaciones superficiales.”

“Emma Posada, poeta en prosa que es como Dios manda”. A. Guerra Trigueros. 1942

 

SEÑOR

Señor, hazme la lengua ágil y la palabra suave; la mirada fina para que entre por todo hueco del alma y la mano, Señor, sedeña y aliviadora como gardenia de paz.

No quiero espíritu como ánfora de porcelana de Bohemia, ni como vaso de arcilla de Grecia. Me basta, Señor, con una humilde cántara de barro obscuro aromado de sol.

El ánfora, Señor, es para las pedrerías. El vaso de Grecia, para sangre de uvas. Barro áspero para agua de montaña. Agua, el verso más claro en las entrañas de la tierra.

Para mi hambre, Señor, trigo de la espiga más amiga del viento, miel gozosa y dorada, fruto de jugo y pelusa.

Para mi cansancio, Señor la sombra del árbol recio y el frescor de la brisa.

Para amarte, Señor, para amarte, todo me los has dado.       1930

 

TU OBRA

Tú, el que vive con plenitud la obra; que ha colmado en ella todo su gozo; el de los ojos ávidos sobre el paisaje extraño; el de las manos suaves sobre la flor y el nido; el de los labios frescos a la caricia del fruto.

Tú, que arrancas la belleza que te rodea para desbordarla en tu obra, gran felicidad es la que tienes. Has tejido con tus manos la seda escondida de las cosas y en tu obra humilde o brillante, han de estar lo cristalino del río y lo armonioso del vuelo.

Has plasmado en tu pobre carne que destrozará la muerte, un soplo de eternidad y de luz.

Tu polvo, ha de perderse en los caminos, tal vez se vuelva ciénaga con pestes en las entrañas, o lodo que mancha los pies del niño alegre que va cantando a la escuela. Eso serás tú, tu pobre carne; pero tu obra, si la vives con plenitud, seguirá siendo clara en el río y armoniosa en el vuelo. Tu obra es soplo eterno.  1930

 

TU HORA

Si la ingratitud del amigo fue garra que rompió tu carne buena y suave hecha para amarlo; si la estrella se apaga cuando quieres cuajar su luz en tus pupilas, hechas para mirarla; si el arroyo se consume cuando sedienta iba tu lengua a saciarse en su agua; si la flor se deshoja y la brisa se arisca y la nube se esfuma, no es “tu hora”.

Todo eso es tuyo; pero no es tiempo de que abras tu espíritu y ensanches tu corazón para tomarlo…

Por eso, porque no esperaste a que fuera oro el fruto en el húmedo ramaje, por eso no encontraste en él la miel que tus labios pedían. Siempre te adelantas o tardas mucho.

Por eso, el amigo te fue infiel, la estrella, el arroyo, la flor, la brisa y la nube. Espera. De nuevo la estrella se iluminará. El arroyo surgirá retozón. Todo será tuyo.

Espera “tu hora”.  1930.

 

TU MISERIA

En verdad, eres más miserable que los que mendigan pan y agua.

En vano el arroyo te enseñó a ser diáfano, tranquilo y sereno; que tú te empeñas en ser obscuro y triste.

Todo lo que te rodea te da una lección clara y sencilla de felicidad y amor.

Cuando la luna fresca y luminosa prende en el cielo, no es acaso para que tú, ánfora de Dios, te colmes de su luz?

Pero tú no la miras, para pensar que la noche es obscura y que todo está contra ti.

Es muy mezquino ese tu afán. Siembras los cardos de la desconfianza y esperas cosechar las rosas de la fé.

No hundas tus miradas en la entraña de la Esfinge, ni pongas tus manos sobre los tesoros de Aladino. No has de encontrar allí, la felicidad. Ni aun en los gajos eternos de la muerte está el jugo que colmará tus afanes.

Es en la esencia escondida de las cosas, en su belleza sana y humilde donde has de encontrar la felicidad, la paz y el amor.   1930.

 

ESPINA O FLOR

Del árbol de los frutos amargos y el tronco áspero y deforme he aprendido esta lección. Él es feliz en la plenitud de su dolor. Amargo en el fruto y punzante en la espina.

Se da al viento que refresca la arboleda y al huracán del viento negro; a la ola suave, floreciente de espumas y a la que ruge de odios. A lo humilde y a lo grande. A lo malo y a lo bueno.

Tan sencillo dar lo que tenemos, espina o flor. Para el que sufre y el que ríe, para el que tiene en su pecho un incensario de amores y el que sangra de odios.

Nobles, el agua, el viento, la arboleda. Su miseria y su belleza, todo lo que son, todo lo que tienen lo dan sin reservas y sin gemidos a quien lo toma; al que tiene más sed y más hambre.

A la vida ha que devolverle la luz o la sombra que ella haya depositado en nosotros. Hoy y no mañana.

Tal como sea, risa o blasfemia, grito o canción. 1930.

 

COMO UNA SOMBRA

Cuando tu vino se vuelva amargo y salobre tu pan, te acordarás de mí; porque fui vino en tu regocijo y agua pura y fresca en tu sed y tu cansancio.

Cuando el ala negra y afelpada de la angustia obscurezca tu senda, te acordarás de mí, porque mis manos, recuerdas? –florecieron sobre tu frente atormentada como dalias serenas.

Llevas aún la fatiga y el polvo de mi largo camino, las desgarraduras de mis cardos tristes y la brisa ligera de mis noches calladas. Bebiste en vaso de arcilla fina los acres zumos de mi tristeza y no puedes, no puedes olvidar su sabor.

Porque fui miel y jugo negro y brisa fresca y nube de tormenta, no me podrás olvidar.

Estaré en tu tarde apacible, hiedra sedienta bebiendo la alegría de tu corazón. No me podrás olvidar. Seré una sombra en todos tus senderos.  1930.

 

RENUNCIACIÓN

Llévatelo todo, Señor, nada me importa. Que se quiebre la espiga en las manos del frío viento de enero; que la fuente no cante; que el rosal no florezca. Deja que vaya así, desposeída y que no haya ni una estrella en el sendero.

De mi cuerpo, toma el resedo que lo aroma.

Sólo quiero ser copa larga y fina en que tú viertas vivo aceite de consolación.

Y aunque el dolor tienda sobre mis hombros sus alas de cuervo y rompan las lenguas el rojo cristal de las blasfemias, me verás como un lirio con el corazón abierto.

Desposeída, voy, sin velos ni nardos, contra el cierzo loco y el huracán traidor, volviéndome de tal manera suave y aromosa que cuando humedezcas mis labios con el silencio largo, entonces, ya sólo seré un gajo de rosas a los pies de la muerte.  1930.

 

PALABRAS DEL AMOR INGENUO

Eras tranquilo y fuerte como el sauce que está a la orilla del río.

En el aire tibio de la noche, tu voz encendida trazaba paisajes que revoloteaban de nuevo, los pájaros bullangueros de la infancia y los búhos siniestros de la muerte.

Mi corazón transparente y sencillo, abierto al azul radiante de la mañana y a las estrellas vagabundas de la anochecida, era como el agua del río al pie del sauce.

Te has ido. Tras de ti van mis pensamientos cual mariposas brillantes y leves.

Vendrán los días y cuando retornes, ya habrán surgido las campánulas junto al pozo del huerto y los niños jugarán haciendo rondas bajo la luna llena.

Los ojos agobiados se volverán lámparas rutilantes de ensueño. Y al levantar la copa, lo que hoy es ceniza triste, será vino alegre.

Nubes, errantes nubes blancas levantarán su vana arquitectura en el cielo sombrío.

Ese día, será el día en que tú vengas. Tus palabras entonces serán para mi sed, un chorro sonoro de agua clara. 1930.

 

DESOLACIÓN

Llamaron a mi puerta, y por temor a las sombras y a los lobos hambrientos no respondí. Fue el huracán, el amor o la muerte? ¡Quién sabe! ¡Tal vez!

Más tarde tuve encendida mi lumbre y servido mi vino. Nadie llamó. Los búhos silbaban en mis ventanas.

Y ahora que las sombras me rondan, en vano digo: regresa, peregrino; caliéntate a mi lumbre y bebe de mi vino. Nadie responde…

Fuera, en el sendero, un grillo deshila una canción sedienta… rueda una hoja seca.

Dentro, se apaga la lumbre y se derrama el vino.  1930.

 

GATO NEGRO

Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza, el espinazo interrogante, el paso de seda.

Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedrería de los ojos del gato se abrillanta. Espera…

La bruja de la escoba, andrajosa y hambrienta no ha de venir ahora; se durmió de cansancio en el campanario del pueblo.

La desesperación en el lomo del gato forma un arco y lanza la flecha de un maullido. Un signo lúgubre se alarga en el silencio.

Gato negro, embriagado de luna. Gato negro, bohemio en los tejados; eco del infierno, silueta de un pecado. Gato negro: seda, sombra y pedrería.  1930

 

NOCHE MENDIGA

En los telares eternos, las brujas tejen fantasmas para estas noches de invierno. La geometría gris de la tristeza descuelga un arco trágico sobre el lomo del tiempo.

Madre Miseria ríe, piruetea y danza en el circo de las desgracias; en las callejuelas mendigas, los perros hambrientos aúllan, aúllan hasta hacer rodar sobre las sombras los aros fríos del silencio…

Luna medio apagada, lluvia fina y nerviosa. La ciudad mendiga duerme cubierta con sus harapos. Madre Miseria ronda… y un perro triste lame la luna enferma.

 

CARACOL

Caracol. Cartucho donde el mar ha guardado sus cantos. Receptor de armonías. Pergamino a medio enrollar, en el que están escritos los arabescos de las olas. De trampolín en trampolín de espumas ha llegado a mis pies.

Mi corazón, caracol que se quedó dormido en las playas de mi cuerpo, hoy ha soltado sus enigmas; ha cantado como el mar.

El caracol que estaba a mis pies se fue en un tumulto de olas…

Corazón, ¿qué olas te llevarán?.    1930

 

CUANDO LOS MAQUILISHUATS FLORECEN

Mariposas leves y volanderas se han detenido sobre el maquilishuat.

Flores las del maquilishuat; medio flores, medio mariposas. Tienen el ansia del vuelo.

Están sólo el tiempo preciso para fijarlas en una acuarela o sobre el cristal del cielo de febrero.

Ramas del maquilishuat en flor, alas rosa que refrescan la frente de la tarde tropical.

Los maquilishuat están floreciendo y la ciudad tiene una guirnalda alegre y juvenil.

La tierra, dueña de misteriosos ritos, levanta una canción a la vida y al amor, cuando los maquilishuats florecen.  1938

 

LOS CHORROS DE COLÓN

Corre el automóvil por la carretera asfaltada que, golosa, tiende su lengua negra.

Los cerros húmedos, recién despertados, se desperezan ante la cara risueña de esta buena mañana.

Veinte minutos de campánulas curiosas que asoman sus cabezas de colores entre los bejucos; de campos abiertos a las primeras caricias del invierno; y varios kilómetros de aire limpio y cielo de Domingo de Ramos.

Momentos antes de llegar aparece el perfil de unas rocas gruñonas, sudorosas; son las que guardan el gran secreto en sus entrañas…

Un viraje inesperado y luego está allí: el milagro más fresco y gozoso de Cuscatlán, Los Chorros.

Caen como un gigantesco lirio, que se desmaya desde los hombros de la roca hasta el regazo de la tierra palpitante.

El agua no cesa de hablar cosas cristalinas. Viene regocijada formando anchos listones, lenta y pegadita a la roca. Otras veces da un salto nervioso, como un látigo que estuvieran agitando desde arriba.

Noble roca morena, como carne doliente de indio, que abre sus entrañas prodigándonos la sinfonía más blanca y sonora de Cuscatlán.  1938

 

PUNTA CHIQUIRIN

Punta Chiquirín, afilada por los vientos que los siglos hicieron rodar.

Hecha la roca vigorosa para vencer. Allí saltan y crecen las negras olas sollozantes.

Punta que rompe y afrenta las tormentas que el invierno desgaja sobre el puerto.

Altos y abiertos los conacastes en la playa, dirigen la orquestación del mar.

Lentos vuelos de gaviotas trazan signos en la tarde de plenitud azul.

Enfrente, la Isla de Meanguera conversa con el viento que trae voces salobres, y con las playas lejanas donde el mar extiende sus manos de espumas ligeras.

El alma trémula, ante la anochecida próxima y las olas jadeantes, tiende sus velas cansadas hacia un mar sombrío.  1939

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