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POEMA A VICENTE ACOSTA

Armando Díaz,

Escritor
Para conmemorar los 150 años de su nacimiento y los 109 años de su fallecimiento. Vicente Acosta, nació el 24 de julio de 1867 y murió en Tegucigalpa Honduras el 24 de julio de 1908.      Este poema, de mi creación, aparece en mi libro Alguna Vez en Apopa, se lo atribuyo en esas páginas al señor Adalberto Chávez, un campesino de Apopa, que creaba poemas y los declamaba en el acto mismo de su creación. Con ello, rindo tributo a Adalberto,  y principalmente, a nuestro insigne poeta apopense, don Vicente Acosta, donde recreo con suavidad literaria su destierro a la República de Honduras, en el año de 1907. Digo suavidad porque la realidad pudo haber sido muy horrorosa.

DON VICENTE EL PRIMER DESTERRADO
Los torvos soldados en el oscuro calabozo,

movieron los goznes, rechinaron las rejas de hierro,

el ambiente de la celda, húmedo y vaporoso,                                    sacaron al cautivo al inhumano destierro.
Lo sentaron en banca de maderas curtidas,

en rústica banca esperando su destino,

la noche oscura no dio para despedidas,

de sus amigos, al iniciar el oscuro camino.
El coronel del cuartel, leía la ordenanza,

«desterrado hacia la República de Honduras,

vas don Vicente, castigado sin esperanza,  mientras don Fernando gobierna y perdura».
La tropa y su cautivo, iniciaron la peregrinación,                             media noche, la llovizna lagrimeaba las calles,                San Salvador, apacible, capital de la Nación,                                 dibujada entre hermosos volcanes y valles.
El teniente Guzmán, dio la orden de salida,                            «atadle el palo al hombro, sin vacilación».                                  Tras densas nubes, la luna con luz reprimida,                                  apenas teñía el camino de la desilusión.
Noche de mil novecientos siete, noche inerte,el Poeta se detuvo: ¿dónde está Francisco?,¿dónde está Román?, ¿será mi muerte?,                                       ni que los soldados fueran castellano y yo morisco.  (*)
Apúrese señor Poeta, don Vicente,                                                ya no piense más, dijeron los soldados,                                          apúrese repitió con amabilidad el Teniente,                                    que mi tropa, ya lo ve, no son tan malcriados.
Si pienso mucho, es para recordar estos años,                              vendrán otros con su puño a denunciar,                                          el despojo, la persecución, y todos los daños,                                  infringido a este pueblo y con fuerza a pronunciar.
El palo cruzaba sus hombros hasta sus muñecas,                            en el Caserío Paleca, con diligencia lo desataron,                            por el dolor sentido, no hizo ni una mueca,                                   la tropa se alegró, lo abrazó y lo admiraron.
La brisa fresca, secaba los cuerpos sudorosos.más de la media noche, los chuchos aullaban,                                 a la extraña y negra procesión de presurosos.la Villa de Apopa, entre la arboleda asomaba. La ciudad dormía, se cansaron de esperar,                                     entre la espesa neblina, una sombra dijo:Pensaron es un engaño, se fueron a acostar,                               sólo el amor de una nana, pudo esperar a un hijo.
¡Oh nana mía!, me acompañas en mi desventura.Mi niño Vicente, sola estoy, me duele tu sufrir.¿Por qué duerme el pueblo?, ¿por qué no murmura?Alguien dijo que no vendrías y se fueron a dormir.
Fueron amenazados, se fueron presurosos,                                   abraza hijo, abraza a esta vieja nodriza tuya,                                no les eches culpas mi hijo, que están temerosos,                         aún son como niños, mejor cantemos aleluya.
Ve con Dios hijo de mi corazón.Gracias nana mía, ¿qué puedo decir?:                                                 los amo, aunque no tengan la razón,                                se han ladinizados y se fueron a dormir.
Ya los gallos iniciaron su canto, dijo el Teniente,                            y  las vacas son ordeñadas.Adiós nana, dijo don Vicente.Apúrese repitió el Teniente, mi tropa está amañada.

Don Vicente muy  pensativo, tenía la esperanza que sus coterráneos lo  esperarían, para saludarlo y darle la despedida, empezó a hablar quedito, para sí mismo:
Apopita, tierra de mis ancestros; pedacito de cielo, bañada por el sol, extrañaré tus mañanitas cubiertas de neblina, la dulzura de tus cañaverales de mil saetas verdes, te llevo en mi corazón. Estarás conmigo; cantando en tus praderas, en compañía de mis ansias, beberé las mieles de tus moliendas, llenaré mi aliento en tus verdes maizales, me alegrará el mulquite rubio, de las tiernas mazorcas. Estaré con el campesino de traje blanco; que con el arado rompe el surco derechito, que siembra las mies, que sanatea la tierna planta; que del blanco diente, atolea las tardes agostinas, comeré tus riguas enquesadas, los tamales con chicharrón; cuando está maduro y seco, sus olorosas tortillas, el atole shuco, sus tamales con carne de chancho. Buscaré en las noches invernales la blanca neblina, cantaré a mi pueblo glorioso de sol. Apopita empedrada, de rancherías llena, oiré el rechinar de tus carretas, el cantar del bronce de tu Iglesia y los cantos a la mística señora Santa Catarina.………………………..
La nana observaba las espaldas en la penumbra,desaparecieron por la Calle Los Olotes,cruzaron el Río,  por Las Peñas, ya nada les alumbra,sólo el saludo de las ramas de los Caulotes.
(*) Refiero, a Francisco Gavidia y a Román Mayorga Rivas, íntimos amigos de Vicente Acosta, poetas y escritores ya conocidos por los salvadoreños.

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