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POEMA POR LA RESURRECCIÓN DE MONSEÑOR ROMERO

Luis Alvarenga

El poeta evoca a Monseñor Romero

Para cantarte, necesito una palabra

que salte del corazón

y de las razones

    como una chispa que incendie de        tu amor

otros corazones.

Dejo atrás, como corazas inútiles,

mis  palabras de antes,

pretenciosas joyas de fantasía,

sonidos hechos para que no se

entiendan.

Tu palabra, que no es ya tuya,

viaja hoy desde el subsuelo

del pueblo,

viaja desde las heridas de Dios.

Irrigó la tierra de cantos,

de cantos que otros,

mejores que este poeta, te

cantaran.

Solo quiero que mi palabra sea

una pequeña vela

en tu recuerdo

una pequeña vida que vela

en la oscuridad del mundo.

Coro de los hipócritas

La misma voz

con que ayer pronunciamos

el brindis

y pedimos alzar copas jubilosas

cuando ya todo estaba consumado

según nuestra voluntad y nuestros       planes.

Con esa misma voz esta tarde

somos tus más fervientes

adoradores

y cantamos cánticos

tan profundos como un aguijón     para romper pompas de jabón.

¡Oh, qué bien lucirás,

desprovisto de espinas!

¡Qué bien sonarán

tus frases hirientes

tus palabras de luz que nos

cegaron,

ahora que todo es paz!

Y tu efigie, ahora muda,

estará hoy a la par

de la de aquel

que en su vida y en su tiempo

fue frío como un glacial

que te abrió sus grandes puertas,      indiferente,

cuando tu corazón

se abría para decirle

del dolor multitudinario

que te abrumaba.

Santos los dos, santidad de la pérdida     de la memoria.

Santo Olvido, intercede por nosotros.

Santo Engaño, ora por nosotros.

Santa Desmemoria, haz que el lobo

y  el cordero se abracen en las

pinturas

aunque allá afuera sigan

amaneciendo ensangrentadas lanas.

El mártir

Es cierto.

Mi palabra no es solo mía.

Había una tenue luz,

una discreta iluminación

para vislumbrar un pequeño cielo.

Síganlo.

La palabra es un viaje de luz

si sale en el tiempo justo.

Un segundo más

y es fruto que se pudre,

cadáver de sílabas

como los que gastaban

esos mercaderes

que me señalaban

para la muerte.

El amo

Escupo.

Escupo sobre ustedes,

sobre su cariño que aborrezco.

Mi reino es el de este mundo

enloquecido.

¡Bebo a la salud de su muerte!

¡Salud!

¡Bebo porque es otra vez martirizado

tras su muerte!

¡Salud!

Y sé que su palabra suave

es un aguijón

que se vuelve a clavar

en mis pesadillas.

Segundo coro de los hipócritas

¡Qué lindo!

Tenemos un santo,

orgullo nacional.

¡Qué hermosura!

Su sangre se derrama

ella sola

por amor

y no hay nada

que perdonar ni olvidar.

Dejará de ser tornado

y hoy solo será

una canción inofensiva,

metal que tañe

pero mudo,

cuchillo de utilería.

¡Qué lindo!

El puro

Que no se diga otra vez tu nombre,

para que se conserve ese instante

estremecedor que fue tu vida.

Que no se nombre nada con tu

nombre,

que nadie se diga seguidor tuyo,

que no ensucien tu palabra otras

palabras

incluyendo estas,

que desaparezcan estas palabras/

hechas cenizas al aire/humo sin

color,

para decirte

para callarte

para convertirte en una tenaz

escultura de silencio.

El silencio.

Los cantores

No pretendimos gratitudes.

Antes bien, por recordarlo

fueron premiadas con catacumbas

nuestras guitarras

acechadas por la jauría

y cuántos cuántos

colgados del árbol

para cantar tu nombre.

No pretendimos honores

-polvo que arrebata el viento-

pero estas cicatrices en la voz

son el estigma

con que el amor revive

al decir romero.

Los fariseos

“No es cierto todo

lo que cuentan de él.

Él jamás dijo

que si lo mataban

resucitaría como flor terca

en su pueblo desnudo”.

¿Por qué le das

el pan de vida

al que no tiene una boca

agradecida,

al que escupe sobre su harina

de triturado hueso?

María echa a los mercaderes

de la cripta

(La resurrección)

Malditos

que con su señal mentirosa

sacarán lucro

por ver a su pueblo hipnotizado

y su ascensión al cielo

será bendecida

por sus patrocinadores.

Malditos

que ayer callaron

cuando lo llevaban

por la Calle de la Amargura.

Malditos,

que reían cuando nuestros

zapatos rotos

inundaron la plaza,

zapatos de fantasmas

que nos volvimos todos

cuando ordenaron

disparar otra vez.

En su Monte de los Olivos

puedo oír la voz de su pueblo,

que le dice:

Confía.

Si mueres,

cada uno de estos pequeños

será tu voz.

Por un favor recibido

(Meditación final)

Tu palabra prende

corazones que velan,

plegarias insomnes

que se marchan al sol.

Tu voz restaña

mi corazón lisiado

de tiempos sin fin.

Tu amor me echa a andar

pone pies

donde había dudas

y humedece de besos

el desierto.

En tu corazón de niño

está el milagro.

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