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Pensamiento y lenguaje

 

Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua

La primera mitad del siglo XX fue muy fecunda para el desarrollo del lenguaje y la filosofía en Argentina. Por razones que no vienen al caso aunque son de una relevancia histórica muy grande, importantes cultores de la lengua y de la filosofía fueron apareciendo en las aulas universitarias de ese país, y dejando constancia de la necesidad cultural de preservar y difundir la lengua mediante diferentes expresiones del pensamiento. Allí estuvo, sólo como ejemplo, el gran maestro de la filosofía Don Manuel García Morente, kantiano de una clara y elegante forma de expresión, además de una fina y destacada erudición; sus famosas «Lecciones Preliminares de Filosofía» dejaron una impronta inigualable en los estudiosos de la ciencia de la ciencias en Latinoamérica y en la España misma. También Don Rizieri Frondizi, filósofo argentino, uno de los teóricos de la Axiología más importantes en el enfoque y la difusión de la teoría de los valores. Y de igual manera, el Maestro Eugenio Pucciarelli, vivo cultor de la filosofía y Maestro de tantas generaciones. Estos, y mucho otros, supieron leer en la historia la importancia de preservar y difundir el idioma, en este caso, el español, como expresión y sustento de la cultura y de la propia identidad de los pueblos hispanohablantes, cuestión que ahora, lastimosa y peligrosamente se relativiza ante la oleada de transculturación que pretende trastocar las bases del lenguaje con el objeto de negar la propia naturaleza de nuestros pueblos mestizos, y con ello, penetrar con mayor facilidad y fluidez en nuestras conciencias, con intereses alienantes y negadoras. Muchos comprenden la importancia del lenguaje como defensa de las propias culturas; en nuestro país hay ejemplos laudables de esto; pero muchos también, comprendiendo también lo anterior, saben que la única forma de sometimiento irreversible de un pueblo por otro, es negar su cultura, y negando su lengua se niega precisamente aquella. Bien decía Don Miguel de Unamuno: «Escudriñad la lengua; hay en ella, bajo presión de atmósferas seculares, el sedimento de siglos del espíritu colectivo».

La lengua, dice el diccionario, es un sistema de señales verbales propio de una comunidad; y el lenguaje es el sistema que emplea el hombre para comunicar sus sentimientos, sus ideas, en una palabra, su cultura. Para que la lengua actúe en consecuencia, tiene que ser una lengua viva, es decir, una lengua que se hable con actualidad; de lo contrario, se tiene una lengua muerta, que, al ya no hablarse, no transmite la cultura, no expresa las ideas propias, no exterioriza los propios sentimientos. Este es el asunto. Negar la lengua es volverla una lengua muerta. Y allí reside el peligro que se corre con esa intención perversa de ir, progresivamente, trastocando sus bases y convirtiéndola en lo que ella precisamente no es.

La historia ha comprendido esto. Ya Platón, en su diálogo Cratilo, cinco siglos antes de Cristo, se preocupa por el origen del lenguaje. Piensa el maestro de Aristóteles, el maestro de los que saben, que la atribución de las palabras a las cosas es una convención que obedece al uso y a las costumbres. ¡Exactamente! Obedece a la cultura, no a la cultura en general sino a una propia y determinada cultura. Ciertamente, reconoce Platón, el lenguaje a veces deforma el contenido de la cosa, pero la solución no es negarlo sino ponerse en guardia contra esta posibilidad. La preocupación continúa hasta la edad moderna, y el rápido desarrollo del conocimiento, la ciencia en ello, hace pensar en la necesidad de una lengua universal; Leibniz, el gran alemán de las monadas y del cálculo infinitesimal, ya en el siglo XVII, estimula incansablemente esta posibilidad, por la vía de los símbolos, y más concretamente, de la lógica y de las matemáticas. Bergson, el metafísico francés de la intuición, lleva al uso de la expresión como medio de relación entre significado y lenguaje. Pero en todo caso, el lenguaje, en cualquiera de sus formas, se reafirma como el gran sostenedor de la cultura, como el atributo más fuerte de esta, su muro de defensa. Nosotros hemos tenido expresiones propias en nuestros finos cultores del idioma; sólo recordemos a Gavidia, el gran olvidado.

Don Eugenio Pucciarelli, hablando sobre ello en su Introducción a la Filosofía, nos dice que el hombre, en su tránsito por la vida, toma conciencia de esto, y lo hace recurriendo a la experiencia. Como espectadores de los hechos, dice el maestro argentino, los hombres no pueden evitar que su reflejo adverso o propicio les afecte y penetre en sus propias intimidades. Esa experiencia, continúa, nos ofrece materia para la reflexión, «….buscamos por medio del pensamiento, una realidad que las torne inteligibles, que nos revele su razón de ser». Y ese pensamiento, dice Pucciarelli, «esos pensamientos……encuentran en el lenguaje su soporte y su vehículo. Por el lenguaje se fijan y se transmiten, se expresan y se comunican al prójimo,……indagamos con afán el sentido de los signos y confiamos en rescatar su oculta significación». Hay, pues, un vínculo entre el signo y el pensamiento, una relación necesaria entre la idea y la palabra, en cualquiera esta de sus expresiones, un poema, un diálogo, una biografía, un ensayo, un discurso, la meditación, la epístola, la historia, un tratado científico, o simplemente, la palabra simple y certera de la calle con la que el hombre se manifiesta más real y más concreto, más claro y más sonoro, más honesto y más fraterno.

Volvamos a Cratilo: Decía en él Platón: «Luego,…..todas las cosas no son para todos de la misma manera y a la vez y siempre». Precisamente. Es el asunto de la temporalidad o intemporalidad de los valores, de la espacialidad o inespacialidad de los valores, de la universalidad o no de los valores. Cada quien valora en función de su tiempo y de su espacio, de su historia y de su cultura. Se valora en el aquí y ahora. El hombre actúa en función de su «circunstancia», de su «código simbólico». «Amor» es un valor distinto de «love», porque nosotros amamos de una manera diferente de como aman los que piensan en inglés. Nosotros amamos con tal expresión de intensidad que algunas veces ronda el morbo; ellos aman lejanamente, muy lejanamente, inexpresivamente. Entonces, cuando amemos, digamos: «amor»; no «love». Aquí está el trastoque: mi prójimo, al tratarlo con un lenguaje diferente al nuestro, tiene también un significado diferente; lo vemos sólo lejanamente, despreocupadamente, y no lúdicamente, ansiadamente, como es lo propio de nuestra cultura. ¿Qué es lo mejor? No es ese el tema.

El español es la lengua que se habla en España, en los países de Hispanoamérica, y en algunos territorios de la cultura española. Lo hablan más de quinientos millones de personas. Esto es, casi uno de cada diez personas en el mundo se expresa en español. La lengua es una herencia cultural que se adquiere de manera natural. Es producto de una convención social. Es un elemento de la cultura. Existen más de cinco mil lenguas en el mundo. El español es una de las más ricas Si un pueblo o grupo social va adoptando rasgos culturales de otro, entra en un proceso que se conoce como transculturación. Adoptar un idioma que tiene rasgos culturales que no son los nuestros es entrar en un proceso transculturante. Por eso, es necesario preservar nuestra lengua en su pureza, difundirla y defenderla contra todo proceso transculturante. El español es una lengua bella en su expresión, belleza que sorprende, que emociona. Sólo esta palabra, emoción, tiene tantas expresiones que demuestran la belleza de esta lengua: Es una palabra que completa a otras: un clima de emoción, lágrimas de emoción, una falta de emoción…..; que se acompaña de adjetivos: emoción sincera, verdadera, sentida, contenida, a flor de piel, profunda, honda, viva, encendida, desbordante, desmedida……; matizada en su intensidad: un asomo de emoción……; argumento de muchos verbos: la emoción se siente, se reprime, se aviva, se causa, asalta a alguien, embarga a alguien……; complemento: ponemos, contenemos, controlamos, mostramos nuestra emoción. Se grita, se llora, se tiembla de emoción,…….; corpus de expresiones: emoción y sentimiento, emoción y sensaciones, emociones y pensamientos…….. No hay necesidad alguna de recurrir a otras lenguas para expresarnos bella y claramente. El español es la nuestra.

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