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Papa Francisco quiere ofrecer puestos clave en la Curia a laicos y mujeres

Por Catherine Marciano

Ciudad del Vaticano/AFP

El papa Francisco no ceja en su reforma de fondo del gobierno de la Iglesia, la Curia, afirmando este jueves que no debe limitarse a un simple «lifting» sino que, entre otros aspectos, debe atribuir puestos clave a laicos y mujeres.

El pontífice «reformador» dirigía este jueves su tradicional mensaje de Navidad a los dirigentes de la Curia, un ejercicio durante el cual ha tomado el hábito de aguijonear con relativa virulencia a los cardenales y obispos reunidos para escucharlo en el marco solemne de la Sala Clementina del palacio Vaticano.

En diciembre de 2014, en una requisitoria virulenta, enumeró 15 «enfermedades» que afectan a la Curia, como «el alzheimer espiritual», «la fosilización mental», «la mundanidad» o «la corrupción de las costumbres».

En diciembre de 2015, se mostró más alentador proponiendo «antibióticos» para esas enfermedades y enumeró las «virtudes necesarias», como «la honestidad».

Para esta edición 2016, el papa citó 12 «criterios» para guiar esta reforma. Entre ellos la «catolicidad» (o universalidad) de la Iglesia, «a través de la contratación de personal proveniente de todo el mundo, de diáconos permanentes y fieles laicos y laicas» sobre todo «en aquellos Dicasterios en los que pueden ser más competentes que los clérigos o los consagrados».

«De gran importancia es también la valorización del papel de la mujer y de los laicos en la vida de la Iglesia, y su integración en puestos de responsabilidad en los dicasterios, con particular atención al multiculturalismo», insistió Francisco en su largo discurso.

La muy masculina Curia cuenta actualmente con dos italianas en puestos de responsabilidad, una religiosa subsecretaria de la Congregación para los Institutos de la Vida Consagrada y una laica como subsecretaria del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz.

Haciendo un balance de todas las medidas tomadas desde el comienzo de su pontificado, el papa subrayó la seriedad de la reforma, que debe ser acompañada de «un cambio de mentalidad».

A su juicio «no basta sólo cambiar el personal, sino que hay que llevar a los miembros de la Curia a renovarse espiritual, personal y profesionalmente».

Temer a las manchas y no a las arrugas

«La reforma no tiene una finalidad estética, como si se quisiera hacer que la Curia fuera más bonita; ni puede entenderse como una especie de lifting, de maquillaje o un cosmético para embellecer el viejo cuerpo de la Curia, y ni siquiera como una operación de cirugía plástica para quitarle las arrugas» añadió.

«Queridos hermanos, ¡no son las arrugas lo que hay que temer en la Iglesia, sino las manchas!» lanzó el papa, gran adepto a las fórmulas gráficas.

El pontífice argentino también destacó los diferentes tipos de «resistencias» que suscita la reforma, no obstante consideró que algunas podrían ser constructivas puesto que «la ausencia de reacción es un signo de muerte».

Pero las «resistencias ocultas» nacen en los corazones «petrificados», alimentados por palabras vacías de quienes «se dicen dispuestos al cambio pero quieren que todo quede como antes», criticó el papa.

En cuanto a las «resistencias maliciosas», éstas «germinan en mentes deformadas y se producen cuando el demonio inspira malas intenciones». Se ocultan «detrás de las palabras justificadoras y, en muchos casos, acusatorias, refugiándose en las tradiciones, en las apariencias, en la formalidad», fustigó.

El papa no mencionó directamente una reciente carta explosiva de cuatro cardenales expresando «dudas» sobre su texto guía sobre la familia. Uno de los firmantes, el cardenal estadounidense Raymond Burke, se mostró particularmente incisivo al decir que podría demandarle al papa que «corrija su error».

Al finalizar su saludo, el papa entregó a todos los presentes el mismo regalo de Navidad, un libro escrito por un jesuita en el sigño XVI titulado «Sanar las enfermedades del alma», que el cardenal Burke aceptó juiciosamente.

Para introducir su regalo, el papa citó expresamente una conversación con otro de los cardenales rebeldes, el alemán Walter Brandmüller, quien le había sugerido el nombre del autor del libro durante la enumeración de las «enfermedades» de la Curia.

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