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Navidad y paz

José M. Tojeira

La Navidad de hace 25 años estuvo llena de esperanza. Efectivamente, estaba ya muy próxima la firma de los acuerdos de paz y eso nos entusiasmaba a todos. El discurso en esos días era de entusiasmo. La paz evangélica del Niño que nace trayendo la generosidad, el servicio y la entrega como fundamentos de la concordia y de la vida reconciliada con los demás, se fundía con esa seguridad que daba la proximidad de los acuerdos que pronto se firmarían en Chapultepec. La “paz en la tierra a las gentes de buena voluntad” nos inundaba a todos después de un año en que se habían vivido los últimos coletazos de la guerra y se avizoraba por fin el silenciamiento de las armas. Las promesas bíblicas de que las armas se convertirían en arados y en instrumentos de labor resonaban especialmente en los oídos de una población harta de los sufrimientos y dolores generados por el conflicto.

25 años después de aquella Navidad preñada de esperanza nos encontramos en una situación semejante en algunos aspectos. Pero frente a la esperanza de aquellos años hoy podemos encontrar una cierta desazón. La violencia golpea con demasiada fuerza la vida salvadoreña haciéndonos pensar que estamos en una situación parecida a la de una guerra, no tan sangrienta, pero en buena parte más oscura, no declarada, y en donde los golpes pueden venir en los momentos menos pensados. Sigue habiendo demasiadas armas que matan, y la amenaza, la extorsión y la inseguridad son elementos del diario vivir de muchos.

Hace 25 años el caminar hacia la paz era evidente. Incluso los momentos de tensión total, como la ofensiva del Frente, la muerte de los jesuitas o la bomba en Fenastras, se percibían como situaciones de violencia que, a pesar del dolor que causaban, se podían utilizar para acelerar el proceso de paz. Hoy cada noticia de asesinatos resalta lo que nos queda por caminar para conseguir la paz. La polarización se ve no como un debate fuerte entre grupos enfrentados, sino como estancamiento y negación del diálogo. No se divisan con claridad rasgos de avance hacia una solución del problema de esta especie de guerra fragmentada y que golpea, como todas las guerras, especialmente a los pobres y vulnerables del país. La Navidad de este año, tan próxima al 25 aniversario de los Acuerdos de Paz, carece del entusiasmo de la Navidad de hace un cuarto de siglo. Y sin embargo, continúa dando el mensaje de paz desde abajo, desde lo sencillo, desde el servicio y el amor a los empobrecidos. ¿Ya no escuchamos el mensaje navideño?

Contra las apariencias, la mayoría de los salvadoreños sigue escuchando el mensaje de paz de la Navidad. Y lo sigue asumiendo desde las vidas de los que tienen hambre y sed de justicia, desde los que quieren un diálogo en el que se tengan presentes los derechos de los pobres. Sin duda en estos días se refugiarán muchos en la cordialidad familiar, tomando allí fuerza desde los valores de lo íntimo, lo cariñoso y lo cercano. Pero nuestra gente sigue deseando diálogo y sabiendo que sin diálogo no hay paz. Y están dispuestos a luchar por ello. Con ellos, tenemos que construir una imagen de El Salvador que vaya más allá de las promesas de felicidad automática e indolora. Construir un nuevo El Salvador no va a ser algo que resulte de los discursos o de la suerte. Construir quiere decir esfuerzo, sudor, cansancio y persistencia en el trabajo, sacrificio muchas veces, sabiendo que lo que se siembra con esfuerzo y generosidad produce fruto fraterno y desarrollo. Y tal vez ahí es donde debemos poner los esfuerzos de diálogo. Qué los líderes digan en qué se van a sacrificar por los demás. Que todos digamos cuál es nuestro aporte, nuestro sacrificio en favor del país. Todos podemos hacer algo más en favor y beneficio de los demás.

Y ahí nadie debe tener excusa. Algunos ya hacen el sacrificio de seguir trabajando con salarios deficientes, o aguantando el mal servicio de algunas de las redes de protección social del país. Muchos tienen que hacer horas extras para poder llevar lo indispensable a sus casas. No podemos cargarles más. Pero hay que abrir posibilidades para todos. Y hay que ceder desde la riqueza y la comodidad en favor de un país como conjunto fraterno. Es un error garrafal creer que se puede mantener un modelo y estilo de país inspirado en tiempos pasados, donde los señores y los siervos se diferenciaban claramente. Mantener una organización social semejante a la de las castas, dividir en clases sociales a grandes sectores de la población, organizar el país de tal manera que las propias estructuras estatales dividan a las personas en superiores e inferiores, no tiene ni sentido ni posibilidad de éxito en nuestros tiempos. Un acuerdo de paz social construido sobre la justicia en las relaciones humanas es indispensable para El Salvador.

La Navidad es siempre llamada y ofrecimiento de paz. Recordamos al Señor Jesús, que siendo ricos se hizo pobre para enriquecernos. Escuchar la Navidad no puede ser someterse al estilo consumista y de fiesta vacía que promueve con frecuencia nuestra sociedad. Ni tampoco podemos conformarnos con recordar los éxitos del pasado en la construcción de la paz. Es indispensable salir de letargos y comodidades y lanzarnos a la construcción de la paz. El Papa Francisco nos invita en su mensaje para la jornada mundial de la paz a comprometernos con la no violencia activa como camino. Y es que no hay otra ruta que nos lleve a un futuro plenamente humano: Frente a las estructuras de violencia económicas o sociales, los cristianos y todos los hombres y mujeres de buena voluntad tenemos que contestar con esa no violencia activa que nos lleva a poner esfuerzo y sacrificio en la construcción de un país más justo.

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