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Monseñor Romero

Rubén Blades

Usted quizás no escucha nuestras voces. No lee lo que escribimos.

En el lugar en el cual usted hoy existe, tal vez no sea necesario hablar, leer. Solo sentir resulta suficiente.

Desde acá, el lugar que lo exilió físicamente hacia el ideal inmortal, los sentimientos de todos nosotros, no solo de los salvadoreños, están con Usted.

Su conducta, su honestidad, su riesgo asumido por el compromiso con los necesitados, algo hecho sin expectativas de lucro, o de reconocimientos o premios, todo justifica la distinción conferida.

No soy de los que creen en milagros. Creo en circunstancias, sincronismos, coincidencias.

Pero eso no implica que no crea en la maravillosa aparición de la decencia en el medio de la corrupción más grande, de la brutalidad más grande, de la violencia más grande.

Los ideales solo existen cuando son sostenidos ante la realidad más opresiva. Usted, con la mayor tranquilidad, sostuvo el ideal de la verdad, de la justicia, de lo correcto. Y por eso lo mataron los que odian a la razón, a la verdad, al medioambiente, a la igualdad, a la justicia, al derecho de otros, a la decencia.

Pero aunque maten a la gente nunca podrán matar a las ideas.

Por eso sus asesinos no ganaron, y Usted sí.

Lo extrañamos físicamente Monseñor, aunque viva en nuestros pensamientos. Nos alegramos que este Papa lo haya reconocido, aunque lamentamos que no lo haya hecho el Vaticano más temprano.

Pero Usted, “llegó a la selva sin la esperanza de ser obispo”… y sin deseos de… “sueños de aire acondicionado”… ¡Ejemplar conducta!

Nuestro respeto por su honestidad y consecuencia.

Reciba un abrazo de toda América, Oscar Arnulfo Romero.

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