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Mirada desde El Salvador a América Latina1 (I)

Luis Armando González 2

Me pidieron que en esta charla hiciera una reflexión sobre los grandes problemas de América Latina; es decir, que esbozara una visión general, en la cual destacara aquello común y que por serlo nos atañe a todos los latinoamericanos.

De los varios caminos posibles elegí uno que me es familiar y que creo puede ser útil para los objetivos de esta reunión: decidí reflexionar sobre problemáticas que, presentes en mi país, son parte de procesos compartidos parcial o totalmente con la mayoría de países de la región, desde México hasta Argentina. Estoy convencido de que El Salvador es una especie de laboratorio en el que se concretan dinámicas sociales, culturales, políticas y económicas que también se encuentran en otras naciones, con especificidades propias que, no obstante, no ocultan el aire de familia de sus oligarquías, sus medios de comunicación, sus clases medias o sus movimientos emancipatorios.

Entonces, voy a hablar de El Salvador, pero pensando en el conjunto de naciones que forman nuestra América. Por eso se trata de una mirada desde El Salvador a América Latina. Cada uno de ustedes hará los matices, añadidos o correcciones que estime oportunos, desde la visión que tiene de su propio país. No destacaré muchas cosas, solo algunas que me parecen particularmente relevantes en los momentos actuales.

En primer lugar, los procesos de urbanización y de ampliación-participación política de la clase media. Este me parece que es un rasgo llamativo de El Salvador, y de América Latina, al cual pienso que no se le da la debida importancia. La urbanización plantea problemas absolutamente distintos a los que plantea la ruralidad.

Demandas sociales, consumo, visión de la realidad, expectativas políticas… todo eso reviste –en un contexto urbano– características propias, distintas a las de un contexto rural. Dinámicas de violencia social y criminal, migraciones y deterioro medioambiental no son ajenos a una urbanización indetenible y fuera de control.

Para los proyectos de transformación que vienen de los años setenta (o de antes) es clave situarse en la realidad de la urbanización que, incipiente en los años 40 y 50 del siglo XX, marca decisivamente la vida salvadoreña y latinoamericana en estos momentos. Ni los contenidos de esos proyectos ni los mensajes movilizadores deben obviar las dinámicas urbanas que se han irradiado hacia zonas que, aún al cierre del siglo XX, eran fuertes en tradiciones y modos de vida rurales y campesinos.

Antes se creía que la urbanización –potenciada por la industrialización— daría pie a la modernización cultural y la democracia. Y que las clases medias serían el baluarte de esa nueva época. Desde los años noventa para acá –o incluso desde la década anterior— esa visión comenzó a revelarse como una ingenuidad.

La urbanización y la modernización económica son inobjetables –ancladas ambas en modelos económicos terciarizados— pero la modernización cultural no se ha generalizado, sino que coexiste con tradiciones culturales autoritarias, mezcladas con una cultura globalizada (de marcas), y con entramados democráticos débiles y poco capaces para hacer frente a las desigualdades firmemente arraigadas en las estructuras económicas.

Las clases medias se han acomodado a esta situación, conviertiéndose en baluartes no de la democracia o el cambio social, sino de la reproducción del consumismo, el despilfarro y la ostentación propios de los capitalismos globalizados. A ello se añade lo permeables que son las clases medias al conservadurismo religioso, a las tradiciones autoritarias y a la cultura de la globalización.

Constatar esto es grave, pues las clases medias jugaron un papel decisivo en los movimientos sociales en el siglo XX. De alguna manera, en el siglo XXI las clases medias son un obstáculo para los procesos de cambio en América Latina.

Se han integrado de manera extraordinaria a los modelos socio-económicos fraguados bajo la lógica neoliberal, los reproducen con su consumo exorbitante y los defienden agresivamente en situaciones críticas. Además, esa mentalidad y hábitos de clase media se han irradiado al conjunto de la sociedad, lo cual explica la propensión de amplios sectores populares a optar por proyectos políticos de derecha.

No tomar en cuenta el “factor clases medias” ha sido y es contraproducente para los proyectos de izquierda.

Algo hay que hacer y pronto. Sobre todo porque es desde las clases medias que se generan las mayores resistencias, no necesariamente abiertas, a los procesos de transformación inspirados en la justicia, la igualdad y la inclusión.

Se trata de unas clases medias que no cesan de consumir, con un bienestar creciente –a juzgar por la adquisición de viviendas y vehículos, viajes y visitas a centros comerciales—, pero que se creen y se siente miserables y más pobres que nunca, y que transmiten su malestar al resto de la sociedad. Se trata de unas clases medias que se identifican con las oligarquías financieras y que no dudan en marchar por las calles para defender los intereses de aquéllas como propios. Esas clases medias son decisivas en la configuración de nuestras sociedades y, actualmente, son un obstáculo, pasivo o activo, para los proyectos de transformación social.

En segundo lugar, las grandes empresas mediáticas y la estructuración de las percepciones ciudadanas. Las grandes empresas mediáticas, como empresas, tienen dueños que forman parte de los grupos de poder económico. Como medios de comunicación, tienen una incidencia (psicológica, social, política y cultural) que va más allá de las ganancias que obtienen sus propietarios.

Las clases medias son un foco importante (quizás el más importante) para su incidencia. Y ello porque, además de la fácil comprensión que pueda darse en estos sectores de los contenidos mediáticos (y su acceso a los medios), las clases medias son las difusoras y reproductoras más eficaces de los mensajes de aquéllas entre los distintos sectores sociales populares.

Ahí están quienes se relacionan directamente con la gente y quienes generan opiniones (docentes, periodistas, líderes religiosos, profesionales), siendo su prestigio y “éxito” algo que facilita su influencia social.

Es común decir que las grandes empresas de comunicación han tenido éxito en incidir en las percepciones ciudadanas. Sin embargo, lo que no se suele señalar es que las grandes empresas mediáticas han influido decisivamente en las clases medias, y no sólo en las percepciones políticas, sino en sus gustos, hábitos, valores y formas de ver la vida.

1. Texto base de la charla ofrecida por el autor en el Encuentro Mesoamericano de ALER, San Salvador, 23 de agosto de 2017.

2. Investigador del Centro Nacional de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades (CENICSH).

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