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Millones traemos en el corazón las doctrinas del maestro

Autor: Guille Vilar | [email protected]

No hay amanecer que no nos sorprenda preparándonos para una nueva jornada por la vida, al reencuentro cotidiano de convertir nuestras realidades en sueños. Y por más obstáculos que impidan avanzar, incluso ante aquellos que puedan llegar a hacernos sentir agobiados, siempre conservamos una luz imprescindible para iluminar las profundidades del alma.

Muchas razones tenemos para estar orgullosos de haber nacido en este país y, sobre todo, por compartir estos difíciles momentos. Precisamente, la más importante de semejantes razones vive en cada uno de nosotros, entre los cubanos corazones: el orgullo de todo un pueblo por profesar el ideario de José Martí, llama inextinguible que alumbra los destinos de una nación. Y, en este caso, no se trata de la prédica de un ser místico al que adoraríamos como deudores de fe, como tampoco asume los valores imperecederos de la justicia y de la libertad al estilo de uno de esos fantasiosos personajes inventados por el mundo de los comics. Se trata de un hombre excepcional, de un ser de carne y hueso, cuya brillante historia nos la enseñan desde que comenzamos los primeros días de clases en la escuela, hasta el afán ilimitado del tiempo que nos colma por saber cada día más sobre el apóstol.

Sin embargo, conjuntamente con la coherente adaptación de su legado a las diferentes problemáticas de nuestro país, la impronta martiana de ver al mundo y sus realidades resulta un acompañamiento necesario para la comprensión del contexto histórico de la humanidad en que nos ha tocado vivir. Si bien es cierto que las tecnologías de la información y de las comunicaciones han ampliado increíblemente las posibilidades de relacionarnos con otras personas, en cualquier lugar que estas se encuentren, a la vez conocemos con lujo de detalles lo que pueda suceder ahora mismo en cada calle, en cada plaza de cualquier país.

Hoy día somos testigos de las noticias que diariamente nos informan del asesinato de un exguerrillero o un líder social en Colombia, y todo queda como si no pasara nada. Nunca aparecen los culpables. Ningún líder de la vieja Europa protesta indignado y mucho menos algún senador estadounidense ha alzado su voz para pedir que se detengan semejantes actos de barbarie. Otro tanto ocurre con el pueblo chileno, que a través de multitudinarias manifestaciones ha expresado su voluntad de hacer una nueva Constitución, y el presidente de dicha nación les ha respondido con la mayor represalia por parte de los carabineros.

Enfrentados a realidades tan urgentes de nuestros pueblos, en donde cada día que transcurre la llamada democracia desprende un nuevo pedazo del caparazón de guardar las apariencias, a favor de un feroz neoliberalismo, nos sentimos cada vez más apegados a los principios éticos enarbolados por la dimensión del pensamiento martiano; tan solo con preguntarse uno mismo acerca de qué habría opinado Martí ante la gravedad de tales atentados a la moral del ser humano. De hecho, los cubanos ya sabemos la naturaleza de su firme y decidida respuesta. Cuando Fidel Castro en su histórico alegato por los sucesos del Moncada; la historia me absolverá, revela que trae en el corazón las doctrinas del maestro, no solo habla por él y sus compañeros de lucha, sino que vislumbra el futuro de Cuba, donde millones de compatriotas también traemos en el corazón las doctrinas del maestro.

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