Mayo frutal

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Mayo ha iniciado con un puntual invierno. El benéfico invierno que renueva la ardiente tierra de Cuscatlán, liberándola de la sequedad imperante.
Mayo ha ingresado con su renovada y dulce alegría, con su cruz de jiote, ornamentada con listones multicolores y con las deliciosas frutas tropicales: mangos, jocotes, naranjas, guineos, coyoles, marañones, nances, piñas, mamones, sandías y cuánta maravilla propia de esta época, podamos imaginar. Mayo maternal. Mayo de la fertilidad.
Este mayo, me ha llenado de felicidad, no sólo por la fresca brisa nocturna, posterior a las primeras lágrimas de Tláloc, sino por la belleza e inmensa alegría que el Ballet Folklórico Nacional, nos irradió a todos los asistentes al bello acto celebrado con motivo del Día de la Cruz, que la Secretaría de Cultura de la Presidencia, realizó en una de las explanadas del Plan Maestro en San Salvador. Ahí, la música popular de Pancho Lara, Cándido Flamenco y Paquito Palaviccini hicieron de la suyas, con el regio acompañamiento de una excelente banda, y con la artística participación de los jóvenes del Ballet.
Entre incienso, papel picado y las correrías chispeantes del Torito Pinto, los asistentes disfrutamos al máximo. Atrás quedaron los sinsabores cotidianos, los escenarios de violencia, las condiciones difíciles del país. La música y el entusiasmo de los muchachos fue capaz de arrebatarnos por unos minutos, y llevarnos –cual arbolarios- por los aires del Cuscatlán eterno, aquel que se quedó, para siempre, en las sentidas páginas de Salarrué y en los lienzos de nuestros grandes pintores: Valero Lecha, José Mejía Vides, Miguel Ortiz Villacorta y Noé Canjura, maestros que captaron tan vívidamente el color, la luz, la espléndida geografía natural y humana de nuestro terruño.
Posterior al acto, todos los presentes «adoramos» la cruz, haciendo el bendito y retirando las frutales ofrendas; por supuesto, tomando aquella de nuestra preferencia, aunque en ocasiones, el deseo nos obligó a sucumbir a la tentación de llevarnos más de una.
Observando los movimientos magistrales de los integrantes del Ballet Folklórico Nacional, en la estilizada recreación coreográfica de su director, el Maestro Roberto Navarrete, sentí, además del gozo por el colorido, por el donaire de la juvenil danza; la nostalgia, la tristeza por el país perdido. Ese Cuscatlán, que nos enseñó a amar, entrañablemente, la educación nacional. El Cuscatlán de las festivas efemérides, el de los versos de Espino que aprendíamos hasta con puntos y comas; esos bailes de tradición folklórica y popular que tanto ensayábamos, y que formaban parte de un currículum escolar que por desgracia, fue desdibujando la indiferencia, el prejuicio histórico, y la malentendida modernidad, que nada parece perdonar.
De acuerdo que ese discurso de identidad, -en los análisis antropológicos actuales- fue diseñado e inventado en algunos aspectos. De acuerdo. Pero, acaso, ¿no es un invento estético y emocional legítimo, para darnos sentido de nación?
Yo pienso que sí, y que ha cumplido, y continúa cumpliendo, una importante finalidad vital. Hay que relanzar –otra vez desde la escuela- estas importantes tradiciones, donde todos nos seguimos reconociendo.

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