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LOS SALVADOREÑISMOS Y EL ESPAÑOL QUE HABLAMOS

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Dice Don Matías Romero, en su valiosa obra Diccionario de salvadoreñismos, que la fusión de las dos culturas, la americana y la española,…..se realizó en el idioma castellano; y que tal encuentro provocó un panorama subyugador de dos culturas en un idioma, de dos razas con un solo espíritu, y de dos pueblos con un solo destino histórico. Eso, agrega nuestro connotado académico, ha hecho del idioma español, una realidad. Innúmeras lenguas en América escucharon la voz melodiosa del castellano, comenzando, en alegre y germinativa confusión, dice Don Matías, el intercambio enriquecedor que hizo que el castellano mismo creciera y se terminara de formar. Esta afirmación pareciera definitiva y condenatoria para esos intentos que tratan de hacer del español, una marca país. El español, el castellano, ya, y desde hace mucho tiempo, es una propiedad compartida de todos aquellos pueblos hispanohablantes que existen en el mundo, y parte esencial de la cultura misma de estos. Rubén Darío, el connotado discípulo de nuestro gran Gavidia, decía que era un privilegio expresarse en idioma español.

Pero bien, el idioma como medio de comunicación y el idioma como forma de expresión del pensamiento, han representado en nuestra América fecunda, y particularmente en nuestro país, un elemento de expresión de nuestra cultura, y más aun, un elemento de formación de nuestra cultura. Es parte ya y desde tiempo, de nuestra propia cosmovisión, de nuestra forma de ver e interpretar la realidad, que es muy propia y muy genuina. No caben distorsiones, ni inconscientes ni maliciosas, en tantos intentos de negarlo y de desnaturalizarlo, que mucho abundan hoy por hoy. El castellano es de cada uno de los salvadoreños, y los salvadoreños tenemos un castellano propio, particular y único, aunque por supuesto sigue siendo parte del castellano universal.

Bien expresa lo anterior, y lo hace deliciosamente, Don Matías en su libro ya citado:

Se hace la raza, cultura,

la cultura se hace idioma,

y el idioma, sacramento….

Y nos regala, ya fuera del esclavizante tecnicismo linguístico, el espíritu y el sabor del idioma y de la comunicación viva que se daba en el contacto entre nuestros antepasados prehispánicos y los españoles de la conquista, contrastando el golpeado hablar de estos últimos con el habla suave y siempre misteriosa del indio:

Un español se topa con un indio, y creyendo que el indio no le va a entender, le hace en trabalenguas de una vez cuatro preguntas:

– ¿De dónde vienes, para dónde vas, cómo te llamas, que tal estás?

A lo que el indio contesta con mayor rapidez:

– De mi casa vengo, pal monte voy, Santiago me llamo y alentado estoy.

El español se queda con un palmo de narices.

Delicioso cuento el que nos pone Don Matías, y muy expresivo de cómo un idioma se enriquece cuando dos culturas se encuentran y se funden en un fino atanor, respetándose ambas.

El lenguaje atrevido del indio nuestro en cuanto a las oraciones, se expresa en la forma en que decían el Padre Nuestro, según nos lo cuenta don Matías:

Pagre qui l´ustás in tudas partis,

te lu pidu que l’me des del esas partis

el parti quel’ osté pué l´yu has de darme,

nu´l te pido, Siñur, cusa impusible,

pue´l para osté el impusible no hay.

Dame lu que osté has de darme;

Siñur, nu´l ti hagués cun yu judidu.

Yu lu recibu seya lo que seya,

peru sí, Siñur, viñendo del tu parti.

Asina seya.

Nótese aquí el notable hábito de cambio de la o por la u.

Cita Don Matías cómo describe el profesor Deodanes a nuestro Panchimalco:

L´estes mi Panchimalcu,

acustado in talpetatis,

y rudiadu di culinas,

cum peñascus negri-blancus,

demustando l´vestigius

di un vulcán que l´existiera

nel un tiempo que ya sihaidu.

Así se fue conformando en nuestra región, un español propio pero que no dejaba por ello de ser español. Esto es, un español más rico, más delicioso, más holístico; y con ello, un enriquecimiento de nuestra cultura, que confronta la cosmovisión hispánica con la nuestra propia de los trece cielos y el Zamna dios guía.

Pero abunda entonces Don Matías, y nos habla ya de cómo los jóvenes de hoy hablan nuestro idioma. No los critica negativamente, sino más bien los coloca en su correcta posición. Al contrario, dice, nuestros jóvenes son menos frívolos de lo que parecen, e incluso, si traducimos su lenguaje a las categorías filosóficas y a las figuraciones simbólicas, todo lo que ellos dicen tiene un profundo sentido y es expresión de una interesantísima concepción del universo. ¿Qué ondas?, o ¿qué onzas?; ¿Quiú´bole?, ¿qué tal mano?, ¿qué ondillas?, para decir, ¿qué tal te encuentras? O ¿cómo has estado? Para muestra, un botón:

A cierto fulano, por andar de maje, se metió por allá en un bonche y lo dejaron hecho leña. Por eso yo, vos, no voy a la fiesta de ese cacazo. Neles pasteles. Si vos vas, te digo que te pongás buso y cuando veás que la cosa huele a desvergue, mirá, te la pelás.

Yo, por mi parte, nunca entendí adecuadamente qué queríamos significar cuando decíamos, o decimos, por ejemplo, ese gran poquito. Sin sentirlo, yo mismo lo digo a veces. En el fondo, lo entiendo. Es mi cultura.

 

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