Los agachados

Álvaro Darío Lara,

Escritor y poeta

 

El mes anterior moría en Tepoztlán, Morelos, México, a la edad de 83 años, el famoso caricaturista Eduardo del Río García, un nombre que a primera oída posiblemente no identifiquemos, pero si mencionamos el pseudónimo con el que fue ampliamente conocido, seguramente, una sonrisa se dibujará en nuestro rostro, al recordar todos sus «monos». Nos referimos a Rius, el autor de las gustadas y populares series de historietas «Los supermachos» y «Los agachados». Ambas con tirajes semanales extraordinarios, que en su momento, llenaron los estanquillos y librerías de la nación azteca y de Latinoamérica.
Yo recuerdo esos fabulosos cuadernillos tan bien logrados a nivel de artes gráficas, y dotados de un sólido acopio informativo por cada tema. A esto hay que agregar los esclarecedores análisis de Rius, un artista autodidacta de izquierda, muy bien documentado.
Los temas podrían ser desde vegetarianismo, crítica a la «dictadura perfecta», sexo, antiimperialismo, «Marx para principiantes», hasta teología de la liberación, píldoras anticonceptivas y las divertidísimas críticas hacia la doble moral del conservadurismo católico (un aspecto muy recurrente en el humor mexicano, y que en los últimos tiempos ha tratado con maestría, personajes como Horacio Villalobos, en programas televisivos como el ya pretérito «Desde Gayola» o el actual «Farándula 40»).
Otro mérito de Rius fue su progresiva maduración tanto artística como política, al ir desarrollando, conforme a los cambios históricos, una evolución en su pensamiento, al abordar temas del espectro sociopolítico latinoamericano y mundial. No me cabe la menor duda, que el mundo será menos hermoso y festivo ahora que el genial Rius ha partido.
En otro orden, existen otros «agachados», que no son precisamente aquellos mexicas que inspiraron al «monero», pero que sí tienen conexión con ellos, por compartir cierta opresión. La opresión de las actuales revoluciones tecnológicas, que arrojan como pan caliente, a los colectivos ahogados en el consumismo, los benditos móviles en sus últimas y novedosas versiones.
No invertimos en educación, ni en salud, ni en buenos alimentos, pero sí en costosos aparatitos que secuestran toda nuestra atención y energías nerviosas, en la calle, la oficina, los autobuses, el hogar, el vehículo, la escuela. Es el síndrome de los nuevos «agachados». Los «agachados» del «WhatsApp» y de las llamadas «redes sociales». Diestros con los dedillos, enterándose de lo que dice Zutano, de lo que come Fulana, de dónde está Perencejo; tomándose selfis y enviándolas al instante.
De nuevo, como ocurrió con la radio, la televisión y ahora con la era digital, no es el medio el problema, es su inadecuada utilización: la adicción, la obsesiva manía, que nos lleva a prescindir de ideas, conversaciones, relaciones, contextos de mayor profundidad.
El ámbito de lo superficial tiene su sitio, y por supuesto, que es clave en la salud mental. Empero, la vida no puede reducirse a lo estrictamente banal, hay que elevar el rostro, erguirse, como lo hicieron, en la lejana noche de los tiempos, nuestros antepasados homínidos.

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