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“Le llamaban Laura”

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Trincheras, marchas, cárcel clandestina, heroínas, guerrilla… ¡puta, qué cantidad de recuerdos en este mar de olvido! Recuerdos de juventud, de compas, de estudio y lucha, de pasiones furtivas que parecen tan lejanas como la edad de nosotros, los de ayer. Hay historias de vida que se escriben al margen de la teoría y se comprende solo al borde de la muerte. “En la década de 1980, un gran número de vascas y vascos participaron bajo la bandera del internacionalismo en los procesos revolucionarios en Latinoamérica. Algunos fueron a El Salvador para unirse a la insurrección que dirigía el FMLN. Una de esas militantes fue Miren Odriozola. Participó en la guerra como sanitaria en un primer momento y posteriormente con muchas más responsabilidades en el frente de Chalatenango. Le llamaban Laura…”. Ella nos demostró que el universo de la revolución cabe en un nombre corto que estuvo caminando en una cuerda floja de la cual sacó fuerza para vivir. Como afirma Mikel Soto: Le llamaban Laura trata “sobre una mujer, y solo podía escribirlo una mujer. En las luchas de liberación las mujeres fueron protagonistas, y muchas veces la contribución de esas mujeres a la lucha falta en los libros. Afortunadamente, este libro recoge esa parte olvidada”.

Más que presentar el libro (en su riqueza literaria y lujuria estética), este artículo expone los fundamentos teóricos que permiten comprender, desde la sociología de la nostalgia, la dimensión ética y política de la protagonista. Me refiero al estudio previo de la categoría marxista “internacionalismo proletario”, para que, desde su hermenéutica ideológica, se comprenda a “Laura”.

Al principio –un 30 de julio de 1975, por ejemplo- fue por instinto de clase, por llana solidaridad con el hambre que moraba en nuestras vecindades y le ladraba por las noches a los compañeros de estudio, que muchos nos unimos a las estructuras político-militares de la lucha revolucionaria del pueblo. Ese instinto de clase se fue convirtiendo en conciencia de clase a medida que luchábamos en la calle y estudiábamos en los mesones donde vivíamos -en silencio, a solas y a media luz- la teoría revolucionaria de Marx y Engels, la cual iniciamos con la lectura feroz del Manifiesto del Partido Comunista, libro que nos enseñó la propuesta del internacionalismo proletario, un concepto vacío, al principio, que significa “la solidaridad internacional de los proletarios y de los trabajadores del mundo entero”. Por oposición al nacionalismo burgués que divide a las naciones y pone a unas contra otras, el internacionalismo une a los trabajadores de todos los países en la lucha por la paz, la democracia y el socialismo, bajo la consigna: “Proletarios de todos los países, uníos”. La necesidad ética y político-práctica de esa consigna es inexorable, pues los burgueses de todos los países están unidos. Para nosotros, los internacionalistas -personajes mágicos, adictivos y angelados- fueron una fascinante leyenda urbana que comprobé en la Ofensiva Hasta el Tope y que recuerdo al leer de norte a sur la historia de “Laura”.

Los internacionalistas –como Laura- conjugaron más allá de sus vidas el amor real del proletariado por su patria global (el socialismo), sus deseos de luchar contra la opresión capitalista –incluso a costa de su integridad física- mientras muchos compatriotas se metieron bajo la cama o se convirtieron en sirvientes gratuitos de los ricos. “Sí, era ella, y estaba frente a un nuevo Pako. Tras el primer abrazo le dijo ‘mira lo que me ha pasado’, enseñándole la pierna amputada”. Así lo proclama el Manifiesto: “En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra”. La lucha de los internacionalistas por el socialismo de carne y hueso se fundió con el movimiento de liberación de los salvadoreños que, sin apresto y casi sin pertrechos, hicimos de la revolución social la doctrina cotidiana, y fue un poderoso factor –ideológico y simbólico- de la emancipación. De hecho, el internacionalismo es la metáfora más bella de la lucha revolucionaria porque diluye palabras, funde pieles y evapora distancias geo-culturales.

Lenin escribió: “Quien quiera servir al proletariado, debe agrupar a los obreros de todas las naciones y luchar sin desfallecimientos contra el nacionalismo burgués, contra el suyo propio y el del extranjero” (Notas sobre la cuestión nacional). Eso explica nuestra ferviente solidaridad con Cuba y explica los miles de kilómetros recorridos por los internacionalistas que vencieron la nostalgia por sus familias. El internacionalista era orgánicamente un patriota del socialismo, un militante del tiempo, un pregonero de la utopía, un profeta en otras tierras.

Gracias a internacionalistas como Laura –junto a otros cuyos nombres no recordamos, pero sí su ejemplo, ya que los ejemplos son más útiles que los nombres o conceptos- el internacionalismo proletario pasó a ser internacionalismo socialista e internacionalismo ciudadano, lo que se manifiesta en la ampliación de su base social y su impacto en la ideología de los que nos consideramos revolucionarios por decisión, porque no podemos olvidar y porque no podemos dejar de luchar contra “los que no quieren recordar”.

En el caso salvadoreño, el internacionalismo no fue una actividad fotográfica o inocua, sino un factor político-simbólico para ir más allá del capital; para romper las cadenas de la explotación; para construir un mundo mejor que sí es posible (aunque los historiadores reaccionarios digan lo contrario o lo evadan adrede); un mundo con el que soñamos los utopistas como el tiempo-espacio de la alegría etnográfica; un mundo del que seguimos siendo pregoneros los poetas que sabemos que una luciérnaga es el sol de los pobres; que unos pies son la concreción de la historia a través de sus huellas; que un pseudónimo –como Laura o Gabriel o Tierraluna- son la metáfora tajante de la identidad revolucionaria que le da carácter a La Habana, Caracas, Bilbao, Macondo, Chalatenango, Guazapa, la universidad pública, Buenos Aires, Berlín; que la luz de los ojos colectivos cabe en las páginas de un estudiante universitario que no le teme a los renglones torcidos porque el pensamiento crítico lo ha convertido en enderezador de sueños.

Como universitarios, nuestro internacionalismo asume el compromiso social con los pobres; retoma la lucha por hacer de todas las universidades públicas un tiempo-espacio del saber científico, de la excelencia académica y de la conciencia social crítica. No hay mejor momento para hablar del internacionalismo y para hablar del compromiso social de las ciencias sociales que la celebración del libro: “Le llamaban Laura”.

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