La vitrina mágica

Álvaro Darío Lara

Escritor y docente

 

Hemos concluido un año más de ejercicio periodístico y literario, CLARABOYA agradece a Co-Latino por todo su esfuerzo, y decidido acompañamiento en este tiempo que ha terminado. De igual manera, nuestra gratitud al poeta y escritor Mauricio Vallejo Márquez, por su dedicación y proverbial generosidad al frente del Suplemento Cultural TRES MIL.

Gracias también a don Marlon Chicas, el tecleño memorioso, que ha enriquecido con sus recuerdos esta columna. Mil gracias a todos.

Iniciamos este nuevo año, con esta crónica de don Marlon: “En la época de mi niñez, el efectivo económico era tan bajo que únicamente se tenía opción de observar los escaparates de los almacenes de la época; abrir los ojos, e ilusionarse con la idea de tener el objeto en exhibición, algún día. Era el tiempo en que los colones, en nuestros bolsillos, eran unos perfectos desconocidos.

En Santa Tecla, existió un prestigioso almacén llamado ´La Nueva`, propiedad de un comerciante de origen palestino o árabe, estatura media, nariz pronunciada, piel morena, sombrero de fieltro e inseparable paraguas, que caminaba por los viejos portales.

La exclusividad de ropa de marca, perfumería y juguetes era una tradición. Mercadería que se exhibía en amplias vitrinas, a la que el ciudadano tecleño con poder adquisitivo accedía con facilidad, mientras que otro sector poblacional, se conformaban con apreciar, tras vidriera, dichos artículos.

Para los niños, la ilusión era contemplar a un hombre regordete de blanca barba, traje rojo, cinturón y botas negras, soltando sonoras carcajadas. En tanto a sus pies, un trencito recorría miles de veces el mismo camino, sobre los durmientes y rieles que conducían a una prodigiosa estación.

Un oso de peluche con verde corbatín, sonríe a cuantos le miran; un carro de bomberos suena la sirena, abriéndose paso entre la multitud; el auto de carreras alista veloz sus motores; un grupo de soldados aguarda las órdenes del general para próximas batallas; aquel helicóptero alza vuelo surcando el celeste cielo.

Un elegante Clark en compañía de Barbie, entrelazan sus manos mientras caminan por largos parajes; se escuchan los graves sonidos de un robot, cuyos refulgentes colores descifran códigos secretos; un valiente vaquero monta gallardo su corcel por el lejano Oeste; el rompecabezas burlón sigue retando al concentrado jugador; una escarlata bicicleta aguarda a su jinete.

Desde la calle, unos niños suspiran, ilusionándose con el juguete, que detrás de la vitrina se convierte en una quimera, teniendo que conformarse con un ´mañana te lo compro`. Un mañana cada vez más lejano. Por el contrario, sólo el buen San Nicolás llegará a su puerta con un balón de plástico y una muñeca de trapo.

Un merecido homenaje a la niñez salvadoreña, que deambula por nuestras calles, estacionándose detrás de una vitrina. La niñez que abre su imaginación a un mundo de música y color; intentando por un momento borrar de su mente una realidad de dolor y sufrimiento. Sin embargo, ¡Feliz año nuevo, estimados amigos!”.

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