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De la Reforma de Córdova a “la universidad de los sueños” (3)

René Martínez Pineda *

Así surge -como lógica transnacional que simboliza la etapa imperialista de la que ya no se habla ni discute porque los intelectuales de derecha le pusieron fin a la historia- lo que se llamó: mercado de la educación media (múltiples colegios de todos los precios y de todos los prestigios); superior (institutos tecnológicos a destajo y academias vanidosas); y universitaria, mercado que a partir del final de los 90 es transformado, de súbito, en la solución total de los problemas de la educación por parte de los tétricos y omnipotentes organismos financieros internacionales, incluida, como caso curioso o como intromisión que la sociología no puede pasar por alto, la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que bien puede suponerse como el inicio de lo que Boaventura de Sousa llama “globalización neoliberal de la universidad” después de haber recorrido un largo trecho desde que en América Latina fue fundada -por “cédula real” y por normativa jurídica impuesta por la monarquía española- la Real y Pontificia Universidad de San Marcos (actual Universidad Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, Perú) el 12 de mayo de 1551. Las citadas crisis que signan a la universidad pública para llevarla a la gran crisis de identidad -la rebaja severa y constante de la inversión del Estado y la mercantilización galopante de la educación- son dos caras del mismo poder: la expropiación de lo público como plan planetario de revalorización del capital que mercantiliza el cielo y la tierra, una de cuyas líneas es cambiar de tajo la acción universitaria para que supere por sus propios medios, con la lógica privada de la plusvalía, sus crisis, sobre todo la de su identidad como bien público al servicio de la nación como proyecto colectivo y utópico. En el caso de lo financiero, la propuesta del capital es que la universidad pública genere ingresos propios (pago de cuotas mensuales, por mínimas que sean, y de todos los servicios administrativos a los estudiantes) y a través de asocios público-privados con el capital que, pongamos por caso, conviertan la investigación científica en una consultoría y la proyección social en una cuestión de marketing que tiene slogans, no principios.
Si bien al firmar los asocios con el capital –haciendo las reformas pertinentes en sus normativas- la universidad pública retiene, al menos en lo formal, su tan valiosa autonomía y su doctrina pública, esta privatiza parte de los servicios que presta, como por ejemplo las carreras de posgrado. Al estar semiprivatizada, la distancia entre la universidad pública y la privada se acorta significativamente, y la primera, al subsumirse en la segunda de la misma forma en que el trabajo se subsume al capital, empieza a probar las paradójicas mieles de funcionar como una empresa hecha y derecha que produce para el mercado, se parece al mercado, huele a mercado y es en sí misma un mercado, lo cual convierte al campus universitario en una maquila de eruditos sin ombligo; al estudiante en un cliente; al maestro en un dispensador de saberes pre-cocidos y de datos sin información ni triangulaciones; a las aulas en incubadoras catedralicias; a los organismos de gobierno universitario en verdaderas juntas de accionistas; y al título académico en una mercancía que da prestigio, tal como la ropa de marca que no deja marcas en la historia. En qué medida se está dando lo anterior es una cuestión baladí, lo importante es que se está dando y que eso nos aleja, tanto de la “universidad de los sueños” como de la democratización de la educación superior, precisamente en el momento en que la economía es mucho menos democrática que hace veinte años. Como un proceso similar al vivido durante la Revolución Industrial que dividió a los países en dos grandes mercados (industrial y productor de materia prima), la economía planetaria se volvió a dividir con el mismo patrón, solo que en esta ocasión con mejores márgenes de movilización y flexibilidad que han impacto, para mal, en la educación universitaria a través de la neocolonización del intelecto, la segmentación del saber y la promoción de un pensamiento light temeroso de la ideología que prefiere la publicidad a la crítica social, pues esa es la demanda del mercado mayor al que sirve, y “donde manda capital no manda marinero”.
Ese proceso en el cual la universidad pública va perdiendo -o va arrendando sin fianza- su identidad, la transforma en un bien cualquiera que se compra y se usa a la medida porque forma parte del consumo, no de los derechos ciudadanos, lo que ubica a la educación exactamente en el mundo económico cuyo Código de Área principal es el 202, es decir, en el mundo de los intereses; los préstamos (no las becas ni las exoneraciones de los estudios socioeconómicos) que están sujetos a la demanda de la carrera a financiar; el precio que muchas veces depende de la residencia; el valúo constante para subir el precio; la relación costo-beneficio propia de la producción fabril; los embargos de los años de estudio; la publicidad embrujadora del éxito individual y los cafetines de las transnacionales custodiando los edificios; etc. El resultado económico –que finge ser académico- es que se pone fin a la democratización de los estudios universitarios y, por tanto, a los ingresos masivos que de ella se derivan, con lo cual la educación termina de convertirse en una mercancía que parece mercancía.

*René Martínez Pineda

Director de la Escuela de Ciencias Sociales UES

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