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La lección que dejó un joven poeta

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador Suplemento 3000

 

Sacar a luz la obra de mi papá jamás ha sido una pretensión, ni una manera de ponerse uno en la palestra. Es una acción de justicia, de brindarle su verdadero mérito como lo merecen tantos artistas que murieron entre 1975 y 1991. Lo que me ha enseñado mis veinte años en el mundo de las letras es que la obra se defiende sola, únicamente basta leer para darnos cuenta de su valor. Y estos artistas revolucionarios lo tienen de sobra, y orgullosamente puedo decir que mi papá es uno de ellos.
Publicar Cosita Linda que sos (poemario que mi papá dedicó a mi mamá, Patricia Márquez) ha tenido muchos diques y contratiempos, pero el proceso de publicarla nos ha hecho crecer como seres humanos conociendo la estatura de ese joven de 23 años, Edgar Mauricio Vallejo Marroquín. Me asombra su disciplina y valor como ser humano, su compromiso ideológico y su madurez, sobre todo su proyección a futuro y su universalidad desde este pequeño país.
Uno tiende a ver en sus padres el reflejo de quién debe ser y cómo debe de ser, y desde pequeño quise seguir sus huellas. Por eso me sumergí de lleno en cada una de sus aficiones, con la convicción de encontrarlo; así como en las pláticas con sus amigos. Sin embargo, me encontré en esos lugares como si estuviera en la máquina del tiempo. Calculaba sus pasos en las aceras que pisó, los lugares donde estuvo y conversó. Más de una ocasión lo figuré, creí verlo pasar. Pero nunca estuve más cerca de él, que cuando comencé el trabajo de seleccionar y editar sus libros. Leer la intimidad de las cartas que le enviaba a mi mamá desde Costa Rica en 1980, o los poemas que escribió de 1974 a 1981. Las incontables versiones de su poema Engrasando Motores, las cartas que sostuvo con Luis Rocha de la Prensa Literaria por la publicación de algunos de sus cuentos en 1978. Todo esto abrió paso a conocer de verdad a mi padre, un padre que la convulsa guerra civil salvadoreña desapareció cuando yo tenía un año y medio de vida.
Nunca le había dado tanto valor a la palabra escrita como ahora que sé cuánto vive. Sentía que era poético de decir que los escritores son inmortales; pero he visto vivo a mi papá y a la historia gracias a sus escritos. Si no hubieran existido estas páginas, si nadie hubiera sido tan atrevido para guardarlos, quizá todo fuera una leyenda.
A veces las tormentas que vivimos, los traumas de guerra y de persecución no nos hacen tan buenas personas. En tanto, al encontrar personajes como mi papá me hace ver que no importa lo rudo del ambiente, la poca moral de otros, la envidia, el odio; no importa, mientras nosotros caminemos y avancemos para hacer una sociedad más justa, para buscar la unidad del pueblo, amar al pueblo, aprender a ser colectivos y no egoístamente individuales. En fin, aprender a ser verdaderos seres humanos; tal y como siempre debimos ser.
No sé si mi papá supo que un día generaría tanto impacto en mi vida en sus escritos y por eso desarrolla con tanta fuerza el amor a la familia. No lo sé, pero creo que como verdadero hombre justo solo hizo lo que debía hacer. Y eso es lo que importa.

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