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La Isla Conejo

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

Los políticos ponen casi siempre más esfuerzo en el control del territorio que en el desarrollo de nuestras gentes. Sin darse cuenta de que el territorio es una realidad inanimada, ailment de fácil control, seek mientras que las personas, inteligentes, inquietas y sujetas a presiones de todo tipo, sólo pueden convivir en paz cuando tienen esperanza de una vida más digna y cuando se ven avanzando hacia las metas de humanización que se ponen a sí mismas o que desean con toda razón y justicia. Este tiene que ser siempre el punto de partida para hablar de territorio, de soberanía y de toda esa palabrería que a veces lleva incluso al derramamiento de la sangre o a la barbarie, disfrutando los pobres siempre la peor parte.

En este contexto debemos hablar de la Isla Conejo. Tanto Honduras, que se ha instalado ya en ella, como El Salvador la reclaman. Vemos así enfrentados a dos países hermanos cuyos gobiernos son igual de incapaces en la tarea de hacer avanzar la justicia social con la celeridad necesaria, así como de controlar la problemática juvenil fruto de desigualdades, olvidos de las necesidades de los jóvenes e injusticias. Ninguno de los dos gobiernos tiene una política juvenil adecuada a las necesidades de la población en esta etapa etaria, pero cultivan ejércitos, los involucran en la seguridad e incluso juegan a este tipo de aventuras territoriales como si fueran grandes países, con problemáticas sociales controladas y con intereses geoestratégicos fundamentales.

De momento la sensatez pide por todas partes la solución pacífica de los conflictos y parece que en esa dirección caminan  las cosas. El involucramiento hondureño de militares en la zona no es buen síntoma, porque los militares en Centroamérica, con su modo simplista de ver los problemas, han sido con frecuencia más causa de enfrentamientos que de soluciones inteligentes a los conflictos. Aunque hay militares honestos han abundado también al frente de nuestros ejércitos los que mientras más hablan de patria, soberanía y defensa de las tradiciones, más se llenan simultáneamente los bolsillos de dineros mal habidos. En ese sentido hay que animar a los gobernantes a que continúen con la firme voluntad de solucionar por la vía diplomática el diferendo, como ya lo ha hecho con toda razón y firmeza el arzobispo de San Salvador.

Pero las soluciones también deben ampliarse para lograr que zonas limítrofes, en las que se comparten recursos, se conviertan en lugar de abrazo entre quienes somos hermanos. En el caso particular de la Isla Conejo, los tres países que a él damos debíamos compartir comunitariamente el Golfo de Fonseca. Tres países, El Salvador, Honduras y Nicaragua, que nacieron como parte de una sola nación, no sólo no debían tener problemas de límites, sino que debían compartir recursos con mucha mayor flexibilidad que la actual. En efecto, al ratificar la “independencia absoluta y libertad”, respecto a España y México, la Asamblea Nacional Constituyente de “las provincias unidas del Centro de América” afirma taxativamente que este conjunto de regiones-provincias “son y forman Nación Soberana”. Cuando hoy anhelamos avanzar hacia el sueño de la unión centroamericana, resulta absurdo que todavía un golfo trinacional sea objeto de reyertas. Si se encontrara la manera de disfrutar del golfo de Fonseca con los mismos derechos, con una regulación común y con una supervisión conjunta de esta zona necesariamente común, el problema de la Isla Conejo sería mucho más fácil de resolver. Si es cierto que nuestros presidentes quieren avanzar hacia la unión centroamericana, la administración conjunta de recursos comunes debía avanzar con rapidez. Y resolver los problemas desde esa visión y proyecto, en vez de empecinarnos en crear conflictos peleando metros cuadrados como si nuestro futuro dependiera de la pequeñez de nuestros países y de asentar una supuesta superioridad sobre el vecino. Nacimos unidos y nos hemos separado por intereses pequeños y mezquinos de oligarquías que nos mantuvieron en la pobreza y la desigualdad. ¿No es tiempo de buscar la unión centroamericana comenzando a gestionar recursos y territorios como realidades comunes?

Podemos presuponer buena fe en ambos países cuando reclaman la propiedad de un islote. Pero en el lento avance de la integración centroamericana, en las disputas territoriales, en la incapacidad de gestionar amistosamente recursos que son comunes, como el golfo de Fonseca, sólo podemos ver miopía política de los líderes nacionales. Puede decirse que falta todavía mucho para llegar al objetivo de la administración común de recursos, y mucho más para la unión de la América Central. Pero si no se platean objetivos ambiciosos y concretos, difícilmente llegaremos a algo que es necesario para el desarrollo de nuestros pueblos. La unión Centroamericana fue traicionada por intereses egoístas y antilibertarios de cada uno de los países. Hoy es tiempo ya de corregir errores. Si queremos celebrar dentro de pocos años el bicentenario de la independencia con esperanza de futuro, tenemos que avanzar con rapidez en la resolución rápida y amistosa de un problema como el de la Isla Conejo. Y todavía más, avanzar con mayor celeridad en la búsqueda e implementación de pasos concretos hacia la unión de nuestros países. Y los países se unen uniendo pueblos, territorios y recursos.

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