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LA INMORTALIDAD

Dr. George F. Buletza, F.R.C. (No. 2 y último)
(Director de los Laboratorios de Investigación de AMORC)
Ver la muerte como “algo ilusorio”

Otros grandes personajes han hecho comentarios sobre esta realidad. Por ejemplo, Hellen Keller: “Veo a la muerte como algo ilusorio”. Ella pensó que veía más claramente siendo ciega y sorda. Y agregaba: “Conozco a mis amigos, no por su apariencia física, sino por su espíritu. En consecuencia, la muerte no me separa de mis seres queridos. En cualquier momento puedo convocarlos en torno mío para alegrar mi soledad. Por lo tanto, para mí no existe la muerte en el sentido de que la vida cesa… El sentido interno o “místico”, como usted desee llamarlo, me brinda la noción de lo desconocido… Aquí, en medio del aire que me rodea todos los días, intuyo el torrente de lluvias etéreas. Estoy consciente del esplendor que ata todas las cosas de la Tierra con todas las cosas del Cielo. Aprisionada por el silencio y la obscuridad, poseo mil veces más la luz que me dará la vida cuando la muerte me ponga en libertad”.

Aun en hombres como Bertrand Russell, que nunca creyó en la inmortalidad, sintió profundamente la relación abstracta entre un individuo y su mundo. Escribió que “la existencia de un ser humano es como un río: primero es pequeño, contenido apenas dentro de sus riberas y precipitándose apasionadamente sobre las rocas y las cataratas. Pero… gradualmente, el río se ensancha cada vez más, las orillas retroceden, el agua corre en forma más tranquila y, al final, sin ningún golpe visible se fusiona en el mar, perdiendo sin dolor su existencia individual”.

Un instrumento de aprendizaje

Algunas personas que se han prestado para los experimentos en los laboratorios de AMORC, después de ellos comprenden que la naturaleza del “ser externo” es ilusoria, que es temporal desde el punto de vista limitado que tenemos en la actualidad, que el cuerpo es un instrumento puramente elemental y finito para el aprendizaje. Parece ser que Allan Watts también pensaba en la misma forma cuando escribió que “no existe un ‘usted’ separado del Universo: nosotros no ENTRAMOS en el mundo; SALIMOS de él como hojas de un árbol”. Explico que como son las olas del océano, así son las gentes en el Universo… Por lo tanto, lo que consideramos como ‘muerte’, un espacio vacío o la nada, es solo el canal entre las crestas de este oleaje sin fin de las crestas del océano de la vida. El cuerpo es como una huella, o como un eco –el rastro que se borra de algo que usted ha dejado de realizar. Cuando la línea entre usted y lo que le sucede se disuelve, se encuentra no EN el mundo, sino COMO UNA PARTE del mundo. Queda una sensación de elevarse a medida que se escala una colina, de aire que entra y sale de sus pulmones. Todo el espacio se convierte en SU mente…”.

Aunque las especulaciones a cerca de la muerte pueden ayudar a la mente en su tarea de edificar una realidad, sigue siendo solo eso: una especulación y una hipótesis –no un hecho comprobado. Puede decirse que si la duda sobre la inmortalidad es una de nuestras mas pesadas cargas, la inevitabilidad de la muerte es por lo menos misericordiosa. Piensen nada más en cuan sería embrollada la vida si fuera un hecho aceptado que cada uno de nosotros podría tener un cincuenta por ciento de probabilidades de evitar permanentemente la muerte –o tan siquiera una oportunidad en un billón. Sin embargo, nuestras dudas a cerca de la inmortalidad están lejos de ser una dura desventaja. En realidad, parecen ser una gratificación espiritual en este misterio supremo.

Saber que inevitablemente el cuerpo morirá nos permite el privilegio gratificante de confiar en la vida. Si la ciencia nos hubiera dado la solución para la inmortalidad, ya no tendríamos este privilegio. Nos habría sido negada la exaltación especial que solo llega con la confianza en el Ser Interno –que es la gran Realidad de Dios en nosotros.

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