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La experiencia pensada: dialéctica de la nostalgia (2)

René Martínez Pineda *

En ese sentido, la dialéctica de la nostalgia (que la sociología burguesa rebaja al nivel de lirismo rosado para promover la apología contemplativa de lo inmediato) forma parte de la comprensión holística que Marx tenía de la cotidianidad como lo concreto pensado de la historia. En efecto, la nostalgia como valor de uso, tanto sociocultural como científico, es un referente para la transformación social porque hace de la memoria histórica un lugar amistoso que nos indica lo que hay que superar y lo que hay que evitar. Y es que para Marx la memoria histórica es una relación ideológica originaria y natural del hombre con los objetos de la realidad que ha sido degradada por el mercantilismo y por la corrupción política propia del capitalismo (que se sustenta en una ideología utilitaria, conservadora e impersonal como la planteada por Heidegger), y eso explica por qué la cultura política es de súbdito y no democrática (el burdo amarillismo del chambre político como forjador mediático de opinión pública); y por qué a los partidos políticos les interesan los votos y no las conciencias o el conocimiento de causa de la gente y sus intereses cotidianos, lo cual lo podemos observar en la coyuntura Nayib (que va más allá de los discursos) cuyos resultados, sean los que sean, solo beneficiarán a la derecha más reaccionaria, a menos que se construya otra fuerza política más allá de los partidos políticos que sirva de constructora de conciencias que se movilizan en las calles sin agenda oculta.

Pero, sociológicamente, no existe equivalencia entre el súbdito y el ciudadano, o entre los votos y la conciencia social, así como no hay equivalencia entre el valor de uso y el valor de cambio, como bienes culturales, cuando la dialéctica de la nostalgia toma la palabra y nos sirve para analizar la historia patria en su camino real y en sus caminos frustrados. En ambos casos el tiempo-espacio se ha ido encogiendo y eso hace que la nostalgia, producto de la experiencia, sea vital para analizarlo y sacar conclusiones válidas. Ahora bien, el encogimiento del tiempo-espacio no provoca ninguna cercanía porque ésta no consiste en la pequeñez de la distancia ni en la súper velocidad de las comunicaciones.

Si el antagónico de la nostalgia es la apología de lo inmediato (el hecho convertido en noticia sólo tiene valor inmediatamente después de sucedido –como la moda- para que ninguna coyuntura provoque cambios sociales significativos), el antagónico de la ideología es la propaganda-publicidad como valor cultual que prefiere las fotos a las personas, lo cual explica que se busquen candidatos con buena presencia en los medios de comunicación (no importa el recuento neuronal) y que se le dé importancia a lo que no importa. De esa forma, sin la dialéctica de la nostalgia la memoria es una cosa perdida que no deja de ser portadora de verdad, y sólo la verdad es revolucionaria, por lo que debe ser una preocupación política el encontrarla y difundirla, de lo contrario se hace de la política un fetiche, y de los votos: rezos, porque la experiencia es sustituida por lo virtual que sólo nos hace recordar lo que se publica en las redes sociales. De esa forma, en las palabras de Berger y Luckmann: recordar (que es para mí el acto concreto de la nostalgia) ya no significa “volver a pasar por el corazón”, según su etimología: re (de nuevo) y cordis (corazón)- y se recuerda, más bien, sólo aquello que ha sido registrado (recorded) en las redes sociales o en los noticieros de televisión.

La sustitución de la experiencia real por lo virtual debe ser un tema de debate de los sociólogos si es que quieren darle pertinencia práctica a su formación, incidir en la política nacional sin ser panfletarios o reaccionarios, y develar la perversión imperante, o sea si quieren certificarla teóricamente para negarla con la idea de la utopía social que sigue siendo válida como argumento teórico y como premisa social que es refrendada diariamente por la miseria. ¿Qué importancia tiene estudiar sociología desde un escritorio si ello no mejora nuestro formar de comprender y transformar las cuestiones importantes de la vida cotidiana, si no nos hace más conscientes y solidarios que un político rancio en el uso de ciertas expresiones carentes de impacto? La sociología permite que se conozca el origen social de las desgracias, incluso la más íntimas y secretas.

Y es que si se deja que la experiencia sea limitada a lo virtual y fotogénico (pensemos en selfies); al convertir la experiencia cotidiana en un envite cibernético o en un souvenir narcisista que no se puede ni se quiere resistir, las personas se sienten obligadas a poner la cámara entre ellas y cualquier hecho importante con el que se topen, para evadir la responsabilidad de participar en la construcción de la realidad o en la solución de algún problema.

Al no querer participar en la realidad como constructor de la misma, toman fotos, eso es más cómodo y seguro, tanto para el individuo como para el sistema, y es esa apatía, precisamente, la que sostiene a la democracia electorera. En lugar de actuar, lo virtual le enseña a la gente que es mejor contemplar, subir y presumir, eso forma parte de la triste falacia de sentirse “clase media”. Esa condición contemplativa fue señalada por Marx en la tesis número 11 sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que comprender de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Sin embargo, hoy la situación es peor ya que lo virtual (y su negación de la experiencia, que es la base de la dialéctica de la nostalgia) arrastra a la gente a los términos de la sensibilidad surrealista que se conforma con coleccionar fotos casi como degenerados, haciendo de la identidad un archivo fotográfico, y de la realidad una sección de Instagram. El coleccionismo fotográfico se convierte en furor de identidad y descompromiso social porque, en el fondo, se tiene una percepción catastrófica de la realidad que refuerza la condición de súbdito y reniega de la experiencia.

Teniendo enfrente las fascinantes maravillas del mundo (como la de que un niño en ayunas aprenda a leer) la abrumadora mayoría de personas con estudio se niega a vivir la experiencia de vivir más allá de sus cuerpos: prefiere que la experiencia, vital o trivial, sea capturada por la cámara, porque las fotos no sufren.

*René Martínez Pineda
Director de la Escuela de Ciencias Sociales UES

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