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La derecha como problema

Luis Armando González

Hay quienes están preocupados por lo que le sucede a la derecha salvadoreña, o a su principal expresión política –el partido ARENA—, en lo que consideran es su incapacidad para renovarse. O sea que para algunos analistas el mayor desafío de la derecha y de ARENA es su renovación interna, para lo cual se ha sugerido una puesta a punto ideológica que debería nutrirse de autores y corrientes liberales contemporáneas.

Nada mejor, piensan algunos, que un buen curso de filosofía política para una derecha endeble en sus asideros ideológicos. Desde esta visión, pues, el problema de la derecha es ideológico; y, en consecuencia, la solución para el mismo debe buscarse en ese mismo marco, con la asimilación de ideas y doctrinas de los más variados y variopintos filósofos que han explorado asuntos tan espinosos y densos como la libertad, la igualdad y la justicia.

Cuesta imaginarse a la mayor parte de la gente de derecha más encumbrada –magnates de las finanzas, el comercio, la industria y los medios de comunicación— concentrada, leyendo con tesón a autores como Rawls, Nozick, Bobbio, etc., o asistiendo a las clases de algún filósofo criollo con las mejores credenciales académicas.

Y no es que esa gente sea tonta o incapaz de concentrarse en una cátedra de altos vuelos, sobre todo si es impartida por alguien con la didáctica oportuna para un público formado por los ricos más ricos de El Salvador. El asunto es que poco puede importarles la filosofía a quienes les va bien en lo suyo, que es sacar dinero hasta de las piedras. Para quienes han amasado y siguen amasando grandes fortunas, usar tiempo en leer a Rawls y compañía es perder dinero, lo cual es un lujo que no pueden permitirse.

Que haya, entre estos sectores pudientes, personas con inquietudes filosóficas y con disposición para asimilar las corrientes de la filosofía política liberal, por supuesto que las hay. Otra cosa es que realicen esos estudios –si acaso lo hicieran— con la finalidad de “aplicar” las ideas liberales aprendidas, o, si lo intentaran, que los amos de las finanzas, el comercio, la industria y los medios estén dispuestos a dejarse convencer por sus filosófos-ideólogos.

Ni una cosa ni la otra, pues la acumulación de riquezas, en los grupos oligárquicos afincados en el país, es más fuerte que cualquier devaneo filosófico.

Entonces, el problema de la derecha –de ARENA y sus representados en la esfera empresarial— no es tener una mala formación filosófica, que a lo mejor la tienen. Es idealista –en la peor secuela del idealismo hegeliano— creer tal cosa. El problema de la derecha es su voracidad económica, que no conoce límites y que, ante la imposibilidad de que una de sus fracciones se quede con toda la tarta de la riqueza, genera fricciones, tensiones y una competencia feroz en su seno. A la derecha la cuesta ser un bloque relativamente unitario, dado el choque de intereses existente entre los principales agrupamientos económicos que la conforman.

Es tarea de sus ideólogos hacer las recomendaciones oportunas para que la derecha resuelva su problema, el cual –insistimos— no es por la mala formación filosófica de sus miembros, sino que apunta a fracturas económicas que, en el momento actual, han generado fuertes divisiones en su interior. Detrás de las familias Calleja y Simán, hay redes de alianzas económicas, en una salvaje competencia por la acumulación de riqueza a expensas de la sociedad.

Y esto último es lo que debe preocupar a los sectores críticos del país: no el problema (o los problemas de la derecha) sino la derecha como un problema para El Salvador. Un gran problema, ciertamente.

Ante todo, por su voracidad: la derecha salvadoreña, en el plano económico –que es el espacio en el que se juegan sus intereses fundamentales— no conoce límites para sus ansias de obtención de riquezas. Ni límites legales ni límites morales. Es por ello, en lo esencial, que nuestro país no puede encaminarse por unos derroteros de mayor inclusión y justicia. Ante una derecha económica tan expoliadora y explotadora no cabe esperar una sociedad más integrada, sino todo lo contrario: lo que esa derecha genera es una sociedad desestructurada y erosionada en su convivencia.

Que no se hable y se debata sobre el impacto de la lógica económica prevaleciente en la configuración de la realidad salvadoreña, no significa que ese impacto no exista.

Lo único que eso pone de manifiesto es la capacidad (y sagacidad) que han tenido los grupos de poder económico no ser tema de debate público (ni académico), gracias al andamiaje mediático que han creado y que se ha encargado de hacer invisible el peso decisivo (y nefasto) de los ricos más ricos del país en la (des) estructuración de la sociedad salvadoreña.

La derecha mediática -un segundo gran problema para El Salvador— se ha encargado y se encarga del manejo, orientación y formación de las percepciones ciudadanas, en las cuales se incrustan “verdades” de todo tipo (y convenientes a la derecha) que luego son refrendadas por las encuestas de opinión pública. La conciencia crítica se ve acorralada por las elaboraciones mediáticas –en los medios tradicionales y en las “redes sociales”— que fijan, en la gente, contenidos, estilos y formas de ver la vida favorables a los intereses de la derecha empresarial.

Es un gran problema para la toma de decisiones colectivas el que amplios sectores sociales se afanen en discusiones estériles sobre asuntos menores e irrelevantes (de los que se suelen debatir en las “redes sociales”), perdiendo de vista aquello que es vital para su vida, comenzando con la lucha por unos empleos y unos salarios decentes, por no hablar de la protección de unos ingresos familiares siempre amenazados por el pago de “servicios” y de “comisiones” de todo tipo.

La derecha política en su expresión más rancia –tercer gran problema para El Salvador— está plegada a los intereses de los ricos más ricos, ante cuyos agrupamientos y reagrupamientos trata de responder de la mejor manera. No hay secreto ni misterio en señalar que la derecha política, expresada en ARENA, no tiene más mira que la de poner al Estado en función de los sectores ricos del país. Y eso no por falta de lecturas filosóficas –aunque es probable que no las tengan— sino por una identificación de sus intereses con los de los grupos de poder económico.

Esto tiene graves consecuencias para el país, siendo una de ellas la de impedir que el Estado sea el garante de la integración social y cultural, a partir de una justicia socio-económica básica. Así las cosas, la derecha política contribuye al deterioro de la sociedad, a su desagregación y desestructuración.

Pero no porque la política sea la causa de todos los males, sino porque el ejercicio político de derecha juega a favor de quienes desestructuran económicamente a la sociedad.

Mientras se siga haciendo de la política el chivo expiatorio de los males sociales –y se siga magnificando aquello que en ella es insatisfactorio— la principal lógica configuradora de la sociedad –la económica— seguirá en la penumbra, haciendo de las suyas con una impunidad absoluta. La derecha tiene sus problemas; y bien por sus miembros si los mismos se resuelven asistiendo a cátedras de filosofía. Pero, el asunto de fondo, es que la derecha es un gran problema para El Salvador. Y ese problema solo puede ser contenido por una sociedad organizada, movilizada, consciente y crítica.

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