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La burguesía salvadoreña: una clase sin clase (2)

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René Martínez Pineda
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La homogeneidad económica y sociocultural de “los de abajo” se tradujo –como táctica subjetiva para salir de una pobreza objetiva- en el montaje de una cultura de clase media (concepto ideológico, viagra no económico ni estadístico) que hizo de la educación su coartada imperfecta para asumir la condición de ladino y alejarse, pharm unos centavos, health del tan temido salario mínimo, enarbolando una actitud cercana a la cobardía y la traición. Como antología macabra la historia del país fue modelada por las balas (desde 1833), el servilismo y las mañas del súbdito sin remedio, por eso más temprano que tarde los partidos de derecha que llegaron al poder (para disfrazar la dictadura de clase de la burguesía con la alternancia de caras, mas no de proyectos de clase: Julión Rivera; Fidel Sánchez; Arturo Molina; Carlos Humberto Romero; Napoleón Duarte; Alfredo Cristiani; Armando Calderón Sol; Francisco “destinatario asignado” Flores; Tony Saca, todos eran una misma persona, una misma “cosa sociológica” en tanto representaban una misma, virtual y unigénita dictadura) fueron subsumidos por la corrupción, el clientelismo, la ineptitud, el servilismo con los ricos y otras formas de autoritarismo que hacen que la burguesía salvadoreña sea una clase sin clase.

En ese sentido, tener la hegemonía cultural e ideológica se traduce en tener una consciente mayoría electoral, y en ello juega (ha jugado) un papel fundacional la universidad pública con sus expresiones artísticas y su pensamiento crítico, la que desde hace casi un siglo se ha convertido en un baluarte y símbolo tanto de la izquierda como de la democracia, una democracia que tiene su prueba de fuego con los llamados al ejército y la violencia (al estilo Capriles) que han hecho los candidatos de derecha al no aceptar los resultados electorales de la segunda vuelta. Desde el año 1944 –y ante todo en los 60, 70 y 80- la cultura de izquierda era ya hegemónica entre los profesionales y estudiantes universitarios del sector público. Con los años, la izquierda como cuerpo-sentimiento se fue haciendo mayoritaria en la música popular de protesta, el teatro, los mimos, la poesía, la declamación, etc. que, como proyección social, nacían al interior de la universidad pública, lo cual facilitó el proceso de concientización llevado a cabo, por ejemplo, con los estudiantes de secundaria.

Aunque no del todo, las gestiones municipales, desde mediados de los 90, en los lugares donde reside más de la mitad de la población del país, contribuyeron a afianzar y profundizar esa hegemonía cultural y social sin la cual la izquierda no podría soñar con llegar a ser gobierno de nuevo. Pero ¿en qué consiste esa hegemonía y cuánta de ella se necesita? Consiste en que las ideas-fuerza y las acciones-ancla que encarna la izquierda como conductora de un gobierno de amplia participación (Estado social, gobierno honesto, soberanía nacional, justicia social, fin de la impunidad, entre otros) se han convertido en el “sentido común” de “la mayoría más uno” del treinta por ciento de los salvadoreños aptos para votar de comienzos del siglo XXI, pero lo relevante desde el punto de vista de la conciencia, la identidad sociocultural y la memoria histórica es “la mayoría menos uno” de ese treinta por ciento y, claro está, el restante cuarenta por ciento que adolece de apatía.

Desde sus primeros pasos (desde que fue propuesto por el FMLN a inicios de los 80s un Gobierno de Amplia Participación –GAP-) esa propuesta amplia aportó una originalidad que sería, con los años, una de las claves de su inserción en el imaginario social, lo cual falta completar con la creación de comités de base donde se agrupe a militantes y activistas de las corrientes políticas que yo llamo “distractoras” (aquellos cuyas cúpulas no tienen una historia de crímenes de lesa humanidad) bajo la bandera de la transformación y la construcción de una cultura política democrática. La nutrida red de comités multi-políticos debe convertirse en espacios de socialización y culturalidad en los que se vaya fraguando-forjando una identidad sociocultural amplia y progresista que subsuma las identidades previas de los grupos que los conforman y que han sido manipulados-reprimidos y engañados por la ideología y gobiernos de derecha, cuya historia tiene como cordón umbilical el genocidio y la explotación. Esa debe ser, de cara a cambios estructurales, la singularidad-generalidad de la izquierda salvadoreña: la unidad es mucho más que la suma de las partes porque éstas mutan en un todo que marca diferencias, en función de diluirlas, para reconstruir una igualdad social que jamás ha existido.

Y es que la impunidad-cinismo de Francisco Flores (con la complicidad del Fiscal, según parece) acusado de corrupción por el orden de los 80 millones de dólares (mientras un campesino humilde fue arrestado inmediatamente y amenazado con 6 años de cárcel por intentar vender 14 pericos y 2 iguanas recién paridas) y los amaños de partidos que “indignaron” hasta el límite del linchamiento público al pueblo, nos dicen que en el país no todos somos iguales, que no todos somos “salvadoreños”, que el país de los ricos es uno y el de los pobres no existe (porque éstos no tienen patria al carecer de patrimonio) y ese es el país que quiere recuperar ARENA, y entonces tiene sentido su frase: “El Salvador seguirá siendo El Salvador”. Un hito trascendental para comprender el lento crecimiento electoral de la izquierda fue la aprobación, a mediados de los 90s, de la privatización de los primeros servicios y prestaciones públicas (energía eléctrica, ingenios, Bancos, pensiones, telecomunicaciones) con lo que el Estado salvadoreño renunció a compensar la falta de ciudadanía de las mayorías populares. La reacción –aunque tímida- fue el nacimiento de un impresionante movimiento social para impedir que se continuara con la expropiación de lo público y sólo falta revertir las privatizaciones ya hechas.

Otro hecho trascendental para la izquierda (aprovechado primero por la derecha) son los debates nacionales que se generan (entre personas urbanas) en las redes sociales, pues con ello se rompen los límites políticos, ideológicos, sociales y geográficos de la discusión política que, hasta antes de ello, estaba reservada-confinada para el capital y el consumismo. A partir de entonces, la posibilidad real de construir un imaginario de amplia participación liderado por la izquierda se fue consolidando al agregar dinámicos sectores sociales desgajados o divorciados de los partidos tradicionales, con lo cual políticamente se puede erigir una Masa Crítica Progresista, primero, y la que se podría llamar La Nueva Mayoría, después.

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