La amiga de mi madre

 Walter Balmorantes

Escritor

¡Nena!…así le llamaba mi madre a su amiga. Es preciso confesar que yo estaba totalmente equivocado sobre ella. La primera vez que le escuche su nombre me la imaginé una niña pecosa de piel trigueña, diagnosis acostumbrada a usar vestidos de mangas bombacha y de rizos dorados al estilo de la niña de la caricatura “la pequeña lulú”. Pero no era una niña sino todo lo contrario: ¡Era una mujer vieja!

Nena era una mujer que me duplicaba la edad. Aunque, thumb yo pensé que fácilmente me la triplicaba. Deben de perdonar mi insolencia o mejor dicho la percepción que todo adolescente o casi todo adolescente tiene de las personas de 30 o más años de edad. Para quienes esos adultos son viejos anticuados merecedores de tener un espacio en un museo de historia. Sí lo sé…eso resultó ser sumamente impertinente y quizás grosero pero qué le voy hacer, cialis sale así era yo. Un adolescente convencido que el futuro y la vida los tenía a mi disposición. Me sentía como el amo y señor de mi vida!

-¡Nena va venir pronto! -Dijo mi madre un tanto alegre y esmerándose para que la casa luciera presentable-.

Aunque eso no es del todo justo para mi madre ya que ella siempre mantenía la casa ordenada, limpia y presentable para cualquier visita. Mi madre era así: una esmerada en cumplir su rol de “ama de casa” y es que, prácticamente solamente era ama de su casa…bueno, hasta que mi padre llegaba. Ahí sí que todo cambiaba. El ambiente de la casa se transformaba de súbito. Todo era prohibido. Reír era prohibido. Cantar era prohibido. Soñar era prohibido. Pero en fin, no es esto lo que deseo compartirles sino mi primer experiencia con mujeres maduras. Aunque, nunca lo había pensado de esta manera, creo que ahí fue mi primera experiencia en irrumpir en el oficio del amor.

Sonó el timbre y mi madre con un grito me mandó a abrirle la puerta a su amiga. Lo cual hice más por curiosidad que por obediencia de hijo. Abrí la puerta y frente a mí estaba esa mujer que me provocó un destello de luces multicolores al verla. Este destello lo volví a experimentar años después en la universidad cuando por accidente estalló cerca de mí una bomba para esparcir panfletos. Provoca sordera y perturbación. Así me sentí cuando recorrí el cuerpo de la amiga de mi madre con mi mirada, por supuesto. Ella tenía puesto un vestido verde menta de tirantes que más parecía otra piel en ella. La mujer lucía sumamente espectacular.

-Hola…tú debes de ser Adolfo, ¿verdad? -Me preguntó Nena, mientras se inclinaba hacia mí para darme un beso en la mejía-.

Esto me sorprendió ya que no me lo esperaba. No supe cómo responder. Así que giré mi cabeza para el lado equivocado (o quizás fue el lado afortunado…esto lo supe después). Y ella,…Nena,…la amiga de mi madre, me estampó un beso en mis labios. Sentí como en slow motion que la suavidad de sus labios invadía los míos. Me sentí petrificado, torpe, rígido por no saber qué hacer ni qué decir. Ahora, no puedo evitar sentir cierta pena de mi comportamiento. Sin embargo, era lógico que actuara de tal manera ya que ignoraba todo referente a las relaciones amorosas a esa edad.

Aún sentía la humedad de sus labios en los míos cuando ella me trajo de golpe a la realidad.

-¿Y tu mami esta en casa? -Me preguntó con una mirada que ahora la calificaría de picaresca. Quizás para ella, una mujer en los treintas, le resultó divertido ver como alborotaba las hormonas de un adolescente perturbado por su belleza.

-Si…ella está aquí, pase.- Respondí tartamudeando lo que seguramente delato mi nerviosismo.

No sé qué hacía ella en la casa. Solamente sabía que eran amigas de algunos años. Se conocieron cuando mi papá se enroló en el club social, bueno uno de los dos que existían en la ciudad. No había mucho para escoger. Esos clubes eran “espacios sociales” donde se “encontraban” personas de clases sociales alta y media.

Ahora con los años presumo que formar parte de cualquiera de esos clubes era una especie de oportunidad para “codearse con la crema y nata” de la sociedad más importante de la ciudad. Obtener la membresía del club no era del todo fácil, igualmente no era una carrera de obstáculos insuperable. Me parece que más era una especie de rito hecho por los ricos de la ciudad. Por una parte, aparentaban que no cualquier persona podía colarse e interactuar con ellos. Y por otra parte, esos mismos ricos permitían intencionalmente que cierto número de miembros de la clase media baja entraran. Siempre los ricos necesitan de otros de bajo nivel económico para que hagan lo que ellos no están dispuestos hacer. Este ritual social se mantiene hasta la fecha en mi país. El problema es que nunca se habla claro. Pero bien, tampoco era esto lo que quiero contarles sino mi experiencia con la diosa Nena.

Sí…Nena se fue anidando en mi mente como un quiste. Perdón por saltar en los tiempos pero no puedo con las emociones que me provoca recordar esa época. Siempre los viejos como yo decimos que el tiempo pasado fue el mejor y para sostenerlo esgrimimos toda una serie de argumentos con fundamento o sin el. En cambio, ahora creo que cada época es maravillosa. Y que el meollo de esto no lo constituye la época en sí, sino más bien, en cómo las personas interactúan entre ellas y su contexto. Ahí sí que esta el detalle!!! Perdón volví a entusiasmarme. Pero deben de comprender que ahora soy un octogenario, calvo y con hartos deseos de vivir. Como dice el dicho recordar es volver a vivir  y efectivamente sí es cierto. Ahora que les comparto mi historia, yo estoy viviendo nuevamente mi aventurilla con Nena, la amiga de mi madre.

Mi madre recibió a su amiga y se quedaron en la sala conversando. Tampoco sé de qué hablaban porque en esa época los hijos menores de 21 años no podían estar husmeando en los alrededores de las conversaciones de los adultos y peor, ubicarse en medio de ellos. Al cabo de una hora me encontraba en mi habitación leyendo la novela Cien años de soledad cuando escuche a mi mamá y su amiga dirigirse a la última habitación. Ahí mi madre tenía varias cosas que me parecían mágicas. Había un ropero en donde guardaba ropa que ya no usaba y cosas viejas que no ocupaba pero que tenían un valor sentimental para ella y mi padre. También tenía algunos muebles como una cama, un tocador, una máquina de coser ropa, entre otras cosas.

Ellas caminaron hasta ahí y desde mi habitación escuchaba sus voces pero sin poder identificar de qué hablaban. Por lo que no pude soportar más y me dispuse a echar un vistazo. Con el pretexto de ir al baño, el cual estaba después de la última habitación. Cuando justo pasé frente a la puerta de la habitación volví a ver hacia dentro y sentí que se me detuvo la respiración y el tiempo. ¡Ahí estaba Nena en ropa interior! ¡Por Dios, en mi casa semejante espectáculo! Pensé excitado. No supe cuánto tiempo paso entre la puerta de la habitación y el baño pero sentí que me tarde 5 minutos aunque realmente había 5 metros de distancia. Ahora, sin poder evitar reírme de mí mismo pienso que invertí un minuto por metro. Que cómico…verdad?

Nena…mi nena vestía ropa interior negra. Su piel trigueña hacía una perfecta combinación con su lencería. Estaba descalza y me pareció que medía un metro y medio de estatura sin sus zapatos de plataforma. Esa era la primera vez y la primera mujer que veía en ropa interior. Experimente una intensa curiosidad por hurgar palmo a palmo el cuerpo de la amiga de mi madre, lo que me llevó a visitar el baño en siete ocasiones en menos de una hora. Quede fulminado de la belleza de Nena. Días después me enteré que se le había descocido el vestido y mi madre se lo arregló.

Seguí soñándola despierto y dormido. Nena…Nena! me repetía a cada instante y en cualquier lugar. Era tanta mi obsesión en recordarla que mi profesora llamó a mi madre para averiguar el porqué de mi retraimiento en clases. Mi madre desconocía la verdad. Así que acordaron con mi profesora mantenerme en observación constante. Me sentí como un ratón de laboratorio. Mientras yo solamente quería volver a ver a Nena.

Pasaron tres semanas sin saber de ella. Me atormentaba imaginarme que quizás ella ya no volvería a visitar a mi madre. Me sumí en una depresión porque no sabía nada de mi Nena, no la había vuelto a ver. Mis compañeros en la escuela me decían que si me había jugado la Siguanaba por mi comportamiento taciturno al caminar. Pero nada de eso. Lo único que me pasaba era que extrañaba a la amiga de mi madre.

Iniciando la cuarta semana sin tener noticias de la amiga de mi madre. Me encontraba en el cuarto de estudio. Era una pequeña habitación contigua a la sala. Había un escritorio, dos sillas, una cama, una máquina de escribir marca triumph estantes color caoba repletos de libros y espléndidos ventanales que le imprimían frescura e iluminación. Este era mi lugar favorito. Invertía horas en ese lugar haciendo mis tareas escolares pero sobre todo leyendo novelas de escritores latinoamericanos. Con esto pude canalizar toda aquella creatividad y sed de saber que me quemaba por dentro. La lectura de novelas y cuentos fueron los que me impulsaron a incursionar en el oficio de la escritura. Inicié escribiendo poemas luego cuentos y terminé con el género literario que más me apasionaba: la novela.

Sonó el timbre dos veces, la primera tímidamente y la segunda más prolongada. ¿Quién será?- Me pregunté con desgano porque estaba leyendo las últimas páginas de la novela Cien años de soledad. Le debo a esta novela que despertara mi interés por la literatura. Cuando sonó por segunda vez, cerré el libro y fui a ver quién era. Me asomé por la ventana del cuarto de estudio y al darme cuenta de quien se trataba inmediatamente se me erizaron los bellos de la espalda. ¡Era Nena, la amiga de mi madre!. Corrí al baño a cepillarme los dientes, ponerme un poco de loción (de mi padre por supuesto), me puse una camisa limpia y fui a abrir la puerta. Todo esto en dos minutos.

-¡Hola!-Le dije a Nena sonriéndole.

-Hola, ¿cómo estas Adolfo? Me respondió dándome un beso en mi mejía derecha.

-Mi mamá no está y no sé cuánto tardará en regresar.- Le informe con temor que al saberlo se marchara.

-Ummm…bueno ni modo, la esperare. -Me dijo mientras entraba a mi casa sin invitación.

Mientras yo, me quede sin dar crédito a lo que mis ojos veían. La amiga de mi madre estaba sentada en el sofá de la sala en un abrir y cerrar de ojos. Ella vestía blusa blanca sin mangas y  pantalón de lona azul desteñido con orificios en los muslos que permitían ver su piel. Supongo que era la moda de esa época. Su cabello alisado temporalmente era de color negro. Cerré la puerta y le pregunté si quería tomar algo. Me fui para la cocina a servirle un refresco de flor de Jamaica.

-Si desea más sólo me dice.- Le dije cuando puse el vaso en la mesita de centro.

-Claro, gracias Adolfo.- Me respondió clavando sus ojos en los míos.

Tomé la decisión de dejarla sola al no tener ningún tema de conversación con una mujer adulta y sobre todo, hermosa. Esta combinación de características sencillamente me apabullaban. Casi salía de la sala cuando la gloria resplandeciente me inundo al escucharla decir:

-Adolfo. Mira, quiero conversar contigo… bueno, si no estás muy ocupado.-

-No…no estoy ocupado.- Le respondí apresuradamente. Pensé que si perdía un segundo en responderle ella cambiaría de opinión. Jajajajaja…no puedo evitar reírme de mí mismo, fui tan ingenuo. Esto me ha hecho recordar cuando viví en Toronto, leí un grafiti en la estación de Eglinton West que decía más o menos así El día que decidas reírte de tus errores, será el inicio de tu proceso de madurez. Y como ahora al recordar “mis experiencias amorosas” me ha hecho reírme con mucho placer, quizás estoy iniciando mi proceso de madurez a mis ochenta años…jajajajja.

-Ven Adolfo, siéntate junto a mí. -Me invitó al sofá con un ademan.

-Claro, con gusto.- Le respondí más excitado que nervioso. Sentí algo de vergüenza porque mi corazón palpitaba con tanta fuerza que pensé que ella lo escucharía.

Cuando me senté no pude evitar ver sus senos y pude ver que tenía puesto un sostén de blonda blanca. Luego, levante mi mirada para buscar sus ojos verdes. Cuando llegué a ellos, me percate que ella me había pillado en mi travesura. Pero no lo mencionó, solamente se sonrió. Para mi sorpresa y por vez primera fui yo quien tomo la iniciativa.

-Dígame Señora Nena y de qué quiere conversar conmigo?.- Le pregunte viéndola fijamente a sus ojos.

-Bueno, primero no me digas Señora solamente dime Nena. Segundo, quiero saber si te bronceas. Porque tienes un precioso color de piel.- Me dijo mientras acariciaba mi brazo izquierdo.

-Muy bien desde ahora le diré: Nena. Y no me bronceo. Este es mi color natural.- Respondí escuetamente.

-Que maravilloso. Los jóvenes tienen una gran ventaja sobre nosotros los adultos, todo les luce bien.- Dijo como pensando en voz alta. -Mírame yo con 35 años encima hago cualquier cosa para verme bien y siento que fracaso en el intento. Imagínate, hago ejercicios cinco días a la semana para asegurar la tonificación de mis músculos, dietas perpetuas de frutas y verduras para mantener el peso ideal, esto sin contar las largas horas en el salón de belleza para pintarme el pelo y así esconder mis canas, sesiones de maquillaje y lecciones de belly dancing. Ves?… paso ocupada para mantener este cuerpo así.- Lo dijo mientras recorría su silueta corporal con sus manos.

No sabía qué decir. No comprendí la angustia en la que estaba. Ella sentía que la juventud la abandonaba.

-Sabe, Nena, yo no la veo que ud sea fea, al contrario ud es una mujer bella. Solamente le bastaría verse en el espejo para darse cuenta que no le miento.- Debo confesar que se lo dije un tanto en serio pero también con la firme convicción de “ganar puntos” con ella. –Si quiere puede verse en el espejo de cuerpo entero que tiene mi madre y verá que no le miento.-

Mi invitación  tenía la misma malicia, que la invitación que le hizo la serpiente a Eva para que comiera del fruto prohibido. Lo que más anhelaba era estar con ella a solas en la última habitación. No puedo recordar el porqué de eso, ya que solamente estábamos ella y yo en toda la casa. Me volvió a ver y con cierta determinación accedió. Me levanté de súbito y la tome de la mano. Ella me correspondió apretándomela, lo cual me lleno de una seguridad hasta entonces desconocida para mí. Caminaba de la mano de la mujer que me había perturbado por tres semanas completas. Con cada paso hacia la habitación yo sentía que me acercaba al paraíso perpetuo o lo que se le pareciera.

Al entrar a la habitación me acerque al espejo. Lo descubrí de la manta que lo protegía. Era un espejo como de un metro setenta de alto con un marco cóncavo color caoba oscuro. Me volví hacia ella y le dije:

-Nena, ahora mírese lo que realmente es ud…-

La amiga de mi madre se acercó lentamente y se vio a si misma con timidez. Primero lo hizo de frente y luego por detrás. Se le veía que no estaba complacida y me dijo:

-Creo que esta ropa no me ayuda, tú sabes, los jeans ocultan lo que el cuerpo es realmente. -Hizo una pausa. –Voy a verme en ropa interior. ¿ Qué piensas?.-

Esto es una suerte inmerecida pensé. Ella me preguntaba lo que yo hacía semanas quería ver.

-¡Por supuesto que es una buena idea!- Le respondí exaltado hasta el colapso pero sin demostrar que me temblaba cada pulgada de músculo que poseía.

Nena comenzó quitándose la blusa blanca sin mangas. Con el sostén puesto, inició el ritual de quitarse el pantalón de lona azul desteñido que le queda ligeramente ajustado. Lo tomó por los lados y se lo bajo al vaivén de sus caderas. Mientras tanto yo, con la boca abierta, embobado como se adora a un santo en el altar, viendo a esta mujer que me parecía un ángel caído del mismísimo cielo o quizás del infierno?

-¡Por fin!.- Exclamó aliviada de poder quitarse el jeans. Casi se veía desnuda a no ser por su diminuto y ajustadísimo hilo de blonda blanca que hacia juego con su sostén. Se paró frente al espejo viendo su figura o más bien, contemplándose su figura. Por mi parte, no pude evitar depositar mis ojos en su derriére. Al cabo de unos segundos, inicié mi expedición visual de su cuerpo. La cual, no duro mucho tiempo porque Nena me interrumpió cuando con voz resuelta me pregunto:

-¿Y ahora qué piensas Adolfo?-

-Pienso,…pienso, que ud es simplemente bella Nena.- Le dije sin dejar de vagar en mi expedición visual.

-¡Eres un diablillo Adolfo!-Me dijo riéndose al percatarse que me encontraba en un especie de dulce transe por su cuerpo, por su belleza. Al ver que no reaccioné a sus palabras se aproximó. Me tomo de las manos y las deposito en  cada glúteo y me susurró al oído:

-Ahora apriétalos Adolfo, primero suave y luego fuerte.-

Yo seguí sus órdenes con una obediencia monástica impecable. Que me hizo transpirar de inmediato. Me encontraba dándole estricto cumplimiento a su mandato cuando la amiga de mi madre comenzó a besarme el cuello y sentí una corriente eléctrica desde mi dedo gordo del pie hasta mi cabeza. En una ocasión sentí algo parecido. Yo tenía diez años de edad. Mi madre me dejó solo en la casa bajo el cuidado de una vecina. Ella era una niña de doce años llamada popularmente como “la chele” aunque su verdadero nombre era Dinora. Era una niña flaca, de cabellera sedosa y rubia, ojos verdes que transparentaban ternura. Dinora me trataba como un niño de cinco años y me decía constantemente que yo le debía obediencia por ser mayor que mí.

Dinora me dijo que jugáramos a las escondidas. Como mi casa era de tamaño aceptable nos escondíamos en los muebles más grandes. Me escondí en el ropero de la última habitación; sí en el que la que mi madre reparó el vestido de su amiga. Cuando cerré la puerta del ropero quede sumido en una profunda oscuridad que no podía ver ni mi nariz. No escuchaba ningún ruido. Comencé a sudar y a inquietarme por qué Dinora no llegaba. Inesperadamente Dinora abrió la puerta del ropero y sin decir una palabra entro me tomo de las manos y me dio un beso. Aunque no me gusto lo húmedo, sí me gusto lo suave de sus labios.

-Permíteme que te muestre algo que no olvidarás en tu vida.- me dijo tomándome de la cara.

Me besó de manera que ahora lo calificaría como apasionadamente. Introdujo su lengua en mi boca y me hizo mucha cosquilla. Salimos del ropero sin despegarnos de nuestros labios y ella se quitó la ropa; quedó completamente desnuda. Nos separamos. Vi su cuerpo desnudo e impecable. Ahí sentí como una indescriptible corriente eléctrica recorrer mi cuerpo por primera vez.

La amiga de mi madre estaba entre mis brazos, quizás era al contrario, yo estaba agradablemente prisionero de sus caricias. Me estampo un beso con lengua y todo que hasta dificultaba mi respiración. Me quito la camiseta en un movimiento. Y continuó besándome apasionadamente cuando…

-knoc, knoc, knoc…-Buenas tardes Don Jorge es hora de su medicina.- Sentenció Andrea.– Disculpe Don Jorge por el atraso de cuatro minutos pero ahora ha sido un día como pocos. Estamos afrontando dificultades para atender a todos los pacientes del hogar; por la huelga que los empleados están realizando desde hace unos días. Ellos están pidiendo mejores salarios y beneficios sociales. La vida esta difícil en este país y con los sueldos bajos de este hogar no vamos a ningún lugar. Pero bien, Don Jorge a ud. no le gusta saber de estas cosas, verdad? Pobre Don Jorge. Me gustaría saber qué piensa, qué siente. Cuando se queda así absorto contemplando las montañas pienso que tiene la mente en blanco. Pero lo que dicen los médicos es que se encuentra pivoteando entre el pasado, presente y futuro. Pobrecito, -dijo Andrea tomándole de la cara.- Si don Jorge supiera que solamente le quedan un par de semanas de vida…

Andrea sintió el deseo de hacer algo por él. Tomo un viejo ejemplar de la novela Cien años de soledad que estaba sobre la mesita de noche. Se acostó junto a don Jorge y comenzó a leerle como nunca lo había hecho. Quizás con ello quería darle algo de alegría al octogenario. Transcurrió el tiempo y Andrea siguió leyendo sin percatarse, que don Jorge había muerto sin poder escuchar el final de la novela.

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