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LA ACADEMIA Y LOS ACADÉMICOS

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

 

Eduardo Badía Serra/

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua

El próximo 17 de noviembre, la Academia Salvadoreña de la Lengua cumplirá 143 años de existencia. Su fundación se sitúa en esa fecha del año 1875. 162 años antes había sido fundada la Real Academia Española, precisamente en el año 1713; y cuatro años antes, en 1871, la correspondiente Academia Colombiana de la Lengua. Ciento cuarenta y tres años es un largo período, sobre todo en un país que, como el nuestro, otorga un corto espacio a las instituciones de la cultura. La Real Academia Española otorgó su reconocimiento a nuestra institución hasta el 19 de octubre del año siguiente, 1876, “quedando aprobada y autorizada” según consta en comunicación que al efecto envió el señor Tamayo y Baus.

Cabe el honor de haber sido fundadores de nuestra Academia, al en ese entonces Presidente de la República, Mariscal Santiago González, don Juan J. Cañas, autor de nuestro himno, y a los señores Álvaro Contreras, Pablo Buitrago, el sabio Darío González, Manuel Cáceres, Salvador Valenzuela, Francisco Galindo, exquisito poeta, y Jacinto Castellanos. Nueve, pues, fueron los fundadores de esta institución nacional de la cultura. Su lema, “limpia, fija y da esplendor”.

La Real Academia Española comenzó su relación con las academias de los países hispanohablantes correspondientes, incluyendo la filipina y también la norteamericana, como resultado del Primer Congreso de Academias de la Lengua Española, celebrado en la ciudad de México en 1951, y en el cual se estableció la Asociación de Academias de la Lengua Española, ASALE, determinándose posteriormente en Madrid, que, junto con la Real Academia Española, funcionara como Comisión Permanente dicha Asociación.

Siempre ha sido punto de recia y menuda discusión cuál debe ser el enfoque que la Academia debe dar a su labor de preservar el idioma en su original pureza y acrecentarlo además con el aporte que al uso mismo del idioma den sus respectivas sociedades. Se ha visto la necesidad, dice el respetable académico don Matías Romero, de que “…..con la evolución de las normas que rigen las actividades y los congresos de las academias….el oficio académico no se quede en las esferas literarias y casi políticas de procurar la unidad del idioma y de darle esplendor, sino que debe ocuparse de la parte práctica y técnica para atender los múltiples problemas que ofrece el uso del idioma”. Y es que, confirma el prestigioso académico y filósofo salvadoreño, a veces se ha sentido a la Academia como una especie de “grupo pequeño y casi esotérico……que ha gozado su compañía de intimidad y de retiro, lo cual ha sido más una deficiencia que un privilegio”. “Se hubiera querido de ella, continúa, más comunicación y más labor hacia la llanura del habla y hacia las triviales necesidades de la refriega gramatical…….pero de hecho, se ha mantenido en el clima de un Olimpo intelectual, sin que se lo haya propuesto conscientemente y sin que ello signifique orgullo o ensimismamiento grupal”. Y finalizo citando de él algo más: “Cada vez más, las academias se han ido dando cuenta de que su misión y su responsabilidad no son el goce y el solaz de la amistad de los privilegiados sino que pesa sobre ellos el deber de proyectarse y de velar para que el lenguaje correcto sea a la vez la luz de la verdad y la salud de la moral”.

Don Matías, pues, lo dice todo, y bien, con claridad y belleza, y sin que esa expresión clara y bella sacrifique o dificulte su correcta compresión. Equilibrio, eso es todo; mantener el idioma en su necesaria pureza y engrandecerlo con los aportes que en su práctica concreta sus sociedades le brinden. Ello no quita belleza ni altera normas; más bien, les suma, contrario a algunos esfuerzos que tratan de distorsionar su sentido y su estructura, y que se dan en estos tiempos con necia intención.

La Academia Salvadoreña de la Lengua se ha honrado con la presencia en su seno de distinguidos salvadoreños de todas las épocas, como Miembros de Número. Cito sólo algunos: Por sus corredores han caminado grandes de nuestra cultura como Don Román Mayorga Rivas; Don Sarbelio Navarrete; Don David Rosales; Don Manuel Luis Escamilla; Doña Matilde Elena López; el sabio Don Santiago Barberena; Don David de J. Guzmán; nuestro recordado Ítalo López Vallecillos; el eminente médico Don Juan Alwood Paredes; el gran jurista Don Manuel Castro Ramírez; Don Calixto Velado; el Dr. Julio Enrique Ávila; otro gran abogado, el Doctor Roberto Lara Velado; el gran educador Don Luis Aparicio; un gran filósofo, Don Cristóbal Humberto Ibarra; un arquitecto de primer orden, Don Luis Salazar Retana; el gran T. P. Mechín, Don José María Peralta Lagos, delicioso escritor; Don Julio Fausto Fernández; Don Alfredo Betancourt; Don Romeo Fortín Magaña; Don Hugo Lindo; el doctor Enrique Córdova; Don Juan J. Cañas; el gran constitucionalista Doctor Hermógenes Alvarado; el abogado y escritor Don José María Méndez; Don Víctor Jerez; el doctor Alberto Rivas Bonilla; Don Arturo Ambrogi; el doctor Francisco José Castro y Ramírez; un viejo maestro de castellano, Don Ceferino Lobo; Don Luis Gallegos Valdés; el escritor y abogado Doctor Napoleón Rodríguez Ruiz; el Doctor José Enrique Silva; el gran jurista Don Rodolfo Barón Castro; Don Mauricio Guzmán; Don Antonio Salazar; Don Pedro Geoffroy Rivas; Don Joaquín Castro Canizález; Don Jorge Lardé y Larín, historiador y maestro; y otros.  También, Miembros Honorarios de gran valor cultural, como la Doctora Eva Alcaine de Palomo, el gran escritor costumbrista Don Ramón González Montalvo, y el eminente médico Don Humberto Escapini.

Pero permítanme decir que también ha sido Miembro de Número de la institución, uno ante quién debe hacerse una reverencia, y que por ello cito aparte: Don Francisco Gavidia. No digo más.

Casi siglo y medio de luchar por el idioma y por la cultura. La Academia Salvadoreña de la Lengua, junto con sus pares, la Academia Salvadoreña de la Historia y el Ateneo de El Salvador, continúan su labor, sobriamente, calladamente, pero también tercamente, acosadas por el casi nulo apoyo del Estado, y por la indiferencia de las instituciones que debieran obligarse a darles su apoyo, pero con la frente en alto en defensa de ese sedimento de siglos que es el lenguaje, bajo el cual se encuentra nuestra historia y nuestra cultura, como habría dicho don Miguel de Unamuno.

 

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