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Juan Ramón Molina vive

Perla Rivera Núñez
Escritora y poeta hondureña

Nace el 17 de abril de 1875 en la ciudad de Comayagüela, Honduras y muere el 2 de noviembre de 1908, en El Salvador. Es uno de los grandes exponentes del modernismo en Centroamérica y su obra de gran calidad literaria lo consagra como uno de los escritores hondureños más universales.
Conocí la poesía de Molina en un viejo libro que tenía en casa mi padre. Una edición sin carátula ya y con algunas hojas recortadas, pero él cada mañana a manera de rito, con su taza de café en mano, recitaba (todavía) sus hermosos sonetos, mientras yo aún semidormida lo escuchaba conmovida.
Las hojas amarillentas de aquella edición sin título, sobrevivían a los embates del tiempo. La curiosidad de niña me acercó a aquella Pesca de sirenas, que años después dramatizaríamos en el colegio, en una imborrable y accidentada puesta en escena con mis amigas de primer curso. Luego escucharía de boca de mi padre la bella historia de cuando el poeta viajó a Brasil, en 1892, junto al poeta Froylan Turcios en cuyo trayecto escribe «Salutación a los Poetas Brasileros» y la ovación causada en aquel congreso ante los bellos versos de este precioso poema.
Surge una profunda curiosidad infantil por conocer las letras de este genial escritor hondureño, años más tarde y a lo largo de mis estudios entendería la profunda admiración que le tenemos en Honduras y la poca justicia que se le hace fuera de nuestras fronteras al genial poeta que además visitó España y colaboró en un recién fundado «ABC» de Madrid.

Admiró a William Shakespeare y dedicó varios sonetos «El rey Lear», «Ofelia», «Yago», etc. a la obra del inglés. Recibió la influencia de Rubén Darío, a quien conoció en persona y su obra. La influencia del nicaragüense se dejó sentir por ejemplo en «Tréboles de Navidad», similar a la «Rosa Niña» de Darío, o en «El poema del Optimista»
´´ambos calificados de «gemelos de la luz» por el Premio Nobel de Literatura guatemalteco, Miguel Ángel Asturias. Como hombre de personalidad atormentada y compleja –imbuido en las contradicciones mismas del Modernismo- Juan Ramón Molina vivió apenas  treinta y tres años y osciló entre la intensidad de la creación y aquellos cuidados pequeños de los que hablara Darío. Entre las obras de Juan Ramón Molina sobresalen «Salutación a los poetas brasileros», «A una muerta», «Pesca de sirenas», «Autobiografía», «Río Grande», «El Águila», «Metempsicosis» y otras recopiladas en «Tierras, mares y cielos», libro editado poco después de su muerte por el también escritor hondureño Froylán Turcios. (Citado en Magazine Modernista)
Juan Ramón Molina fue un poeta de gran categoría y aunque cultivó la prosa en la que logró bellas y armoniosas realizaciones, como su cuento El Chele, se admira profundamente su obra poética que está dentro del modernismo más puro y une la calidad poética y lo depurado de la forma con una finísima sensibilidad que muestra su soneto «Pesca de Sirenas.

Juan Ramón Molina fue un hombre muy activo políticamente, colaborador de la candidatura del General Terencio Sierra que fue presidente de Honduras durante el período 1899-1903.
Cuentan que Sierra, molesto por una publicación que hizo Molina en el Diario de Honduras, bajo su dirección, lo mandó a picar piedra, encadenado, en la carretera que se construía al sur del país. El artículo que tanto lo había molestado «Un hacha que afilar», era un conocido relato de Benjamín Franklin que los seguidores de Sierra consideraron digno de ser castigado con la prisión del poeta.
Murió en el exilio, no pudo liberarse del pesimismo tan común en los poetas y como él decía, el peso de lo infinito. Algunos de sus temas los revelan: Después que muera, Madre melancolía, entre otros
Falleció en San Salvador el 2 de noviembre de 1908.
Muchas anécdotas rememoran el fin de los días de Molina; muere en una vieja cantina de San Salvador agobiado por problemas económicos, esta genial mente se despide de este mundo por los excesos del alcohol, como muchas historias de hombres y mujeres con enorme talento que se perdieron por no soportar su realidad existencial. La muerte solo da paso a su inmortalidad.
Juan Ramón Molina, llamado en Honduras, por conocedores de su trabajo literario; el poeta gemelo de Rubén, es casi desconocido por muchos, no se ven sus poemas a menudo publicados. Recordado por nosotros ya no volverá al olvido. Esa sería la justicia que podemos ofrecer. Que resurja Juan Ramón Molina del olvido, que vuelva a estar presente tal como él lo presumía y lo dijo alguna vez:
Pero mi obscuro nombre las aguas del olvido no arrastrarán del todo; porque un desconocido Poeta, a mí memoria permaneciendo fiel, recordará mis versos con noble simpatía.
Uno de los más bellos regalos que he recibido es la edición del centenario de nacimiento del poeta, una preciosa edición conmemorativa, obsequio del poeta Armando Maldonado en mi graduación de la Universidad en el año 2,008 y permanece en uno de los lugares más sagrados de mi casa. Aquí está contenida la obra completa del poeta Molina, les comparto dos bellísimos poemas que figuran entre mis favoritos, y así contribuyo de alguna manera a que nuestro querido poeta viva para siempre.

Pesca de sirenas

Péscame una sirena, pescador sin fortuna,
que yaces pensativo del mar junto a la orilla.
Propicio es el momento, porque la vieja luna
como un mágico espejo entre las olas brilla.

Han de venir hasta esta ribera, una tras una,
mostrando a flor de agua el seno sin mancilla,
y cantarán en coro, no lejos de la duna,
su canto, que a los pobres marinos maravilla.

Penetra al mar entonces y coge la más bella,
con tu red envolviéndola. No escuches su querella,
que es como el llanto aleve de la mujer. El sol
la mirará mañana entre mis brazos loca
-morir- bajo el divino martirio de mi boca-
moviendo entre mis piernas su cola tornasol.

 

Salutación a los poetas brasileros

Para Flavio Luz y Elysio de Carvalho
Con una gran fanfarria de roncos olifantes,
con versos que imitasen un trote de elefantes
en una vasta selva de la India ecuatorial,
quisiera saludaros —hermanos en el duelo—
en las exploraciones por la tierra y el cielo,
en el martirologio de los circos del mal.
Mi Pegaso conoce los azules espacios.
Su cola es un cometa, sus ojos son topacios,
el rubio Apolo y Marte cabalgarían en él;
relinchará en los céspedes de vuestro bosque umbrío,
se abrevará en las aguas de vuestro sacro río,
¡y dormirá en la sombra de vuestro gran laurel!
Venir pude en la concha de Venus Citerea,
sobre el áspero lomo del león de Nemea,
en el ave de Júpiter o en un fiero dragón;
en la camella blanca de una reina de Oriente,
en el cuerpo ondulante de una alada serpiente,
o a bordo de la lírica galera de Jasón.
O en la fornida espalda de un genio misterioso,
o envuelto en la vorágine de un viento proceloso,
o de una negra nube en el glacial capuz;
en la aureola argentina de una luna de mayo,
asido del relámpago flamígero de un rayo,
o con los duendes gárrulos que juegan en la luz.
Mas, en Pegaso vine desde remotos climas,
—señor, príncipe, rey o emperador de rimas—
sobre el confuso trueno del piélago febril.
¡Salve al coro de Afiones de estas tierras fragantes!
¡A todos los Orfeos del país de los diamantes!
¡A todos los que pulsan su lira en el Brasil!
Tal digo, hermanos míos en la prosapia ibérica,.
Saludemos la gloria futura de la América,
que todas las espigas se junten en un haz.
Unamos nuestras liras y nuestros corazones,
que ha llegado el crepúsculo de las anunciaciones,
¡para que baje el ángel de la celeste paz!
Augurio de ese día se ve en el horizonte.
Hoy tres aves volaron desde un florido monte;
yo las miré perderse en el naciente albor;
un cóndor —que es el símbolo de la fuerza bravía—
un búho —que es el símbolo de la sabiduría—
y una paloma cándida —símbolo del amor—.
Dijo el cóndor, gritando: la unión da la victoria,
el búho, en un silbido; el saber da la gloria,
la paloma, en un arrullo; el amor da la fe.
Yo —que escruto el enigma de nuestro gran destino—
ante el casual augurio del cielo matutino,
siguiendo los tres pájaros en éxtasis quedé.
Pero Pegaso aguarda. Sobre su fuerte lomo
gallardamente salto en un instante, como
el Cid sobre Babieca. Me voy hacia el azur.
¿Acaso os interesa mi suerte misteriosa?
¡Buscadme en mi magnífico palacio de la Osa,
o en mi torre de oro, junto a la Cruz del Sur!

 

 

 

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