Página de inicio » Suplemento Tres Mil | 3000 » Hacia una metafísica de El chavo del ocho

Hacia una metafísica de El chavo del ocho

Jorge Castellón

Escritor

Lo que un artista pretende es que su obra tienda a perdurar.  La permanencia es el fruto esperado del esfuerzo de toda una vida, prostate generic en una dedicación constante. La obra efímera, sick es un fruto desprendido, malogrado o prematuro, en la que a veces el artista, ha pretendido perdurar fácil y fallidamente.

No obstante, hay obras mal apreciadas, desconocidas, que se han abierto paso desde atrás del tiempo hasta llegar a ser íconos, modelos, clásicos, referencias de una manera de ver el mundo artísticamente. Pienso en que, por ejemplo,  no hubo una sola pintura de Vincent Van Gogh , que otra persona poseyera en vida de su autor.  Así como  hubo libros imperecederos, siempre vivos, que han ido madurando con el tiempo. Obras olvidadas, rescatadas de la intencionada oscuridad de la memoria donde  un grupo social las había  relegado, como los escritos y cuentos de Oscar Wilde; o aquellas obras, que fueron sencillamente  escondidos de sus autores mismos, como las novelas de Franz Kafka o los poemas de Emily Dickinson, y que tuvimos la suerte de que alguien las hiciera publicar.

En estos casos, vemos al artista en su solitario afán y emprendimiento en un rincón solitario de un paraje, una celda, un café o un cuarto, muy lejos de la tergiversación en que la obra artística queda envuelta, al convertirse en mercancía, y su autor, en mercader.

Hay circunstancias, empero,  en que la increíble creatividad del artista, se corresponde con  el tiempo y el lugar, con la circunstancia social precisa,  donde su obra y su idea, se adhiere a una fuerza ajena a sí mismas, y su arte se ve impulsado insólitamente por sobre toda la órbita terrestre de la fama y la permanencia. Ese es creo, el caso de Roberto Gómez Bolaños.

Su creatividad en la escritura y producción de comedias televisivas, no se puede ver desligada de ciertos hechos específicos de su momento más impetuoso como artista, a saber: el desmedido apoyo de una cadena televisiva, estrechamente vinculada al poder político mexicano en la tierna década de los años setenta. Poderes, político y mediático, de larga existencia y  constante fortalecimiento. No se puede reflexionar sobre la obra de Chespirito sin entender qué es y ha sido Televisa en la comunicación masiva mexicana y latinoamericana y por otro lado, cual fue el clima político de ese momento,  representado en el unipartidarismo, como sustento de una sociedad que se debatía  entre la democracia moderna  y la tradición reformista.

Por otro lado, no se puede apreciar la obra de Chespirito sin la consideración del momento económico y social no solo nacional, sino regional y continental durante los primeros años de aquella  década. Y es que Chespirito, desde una perspectiva de reflexión muy general, surge en ese preciso momento en que las poblaciones urbanas se encuentran en un mayor y agudo crecimiento, en comparación con los  años previos,  aglutinándose aún más, en los nuevos suburbios y viejas barriadas tradicionales de las capitales latinoamericanas; atraídas por las nuevas opciones laborales de la ciudad urbanizada o en desarrollo,  gracias a la agilización de la manufactura y la industrialización, a  la promoción de oficios y carreras técnicas y a los nuevos mercados laborales, y  alejándose, al mismo tiempo, de las opciones ocupacionales del campo.

El chavo del ocho, tiene su escenario y su audiencia, en las mismas poblaciones urbanas mayoritariamente obreras, que se iban alojando en extensas vecindades, mesones, favelas o barriadas de las urbes latinoamericanas,  y que entre otras cosas, a la par de su radicalización política, iban comenzando a sufrir los problemas sociales que la superpoblación, el desempleo, el hacinamiento  y la pobreza iba a ir haciendo cada día más patente y presente, particularmente, la  expulsión intrafamiliar y el surgimiento de una realidad hasta ese momento casi desconocida: el niño de la calle, y que hoy, ha devenido en el niño y la niña migrante.

Roberto Gómez Bolaños era un hombre inteligentísimo, que definió su público, coincidiendo con las prioridades de audiencia de Televisa para Latinoamérica.  Fue un hombre que imaginó un personaje, que coincidía con ese ser real que se veía cada vez más cerca en cada esquina de esos conglomerados sociales. Fue un hombre que definió un escenario, fijo, permanente, donde ese personaje, y el resto de otras figuras típicas,  interaccionaban para representar un medio social que no cambiaba, que no permitía cambios, donde la pobreza se subsana con la risa, y la soledad con el juego. Donde los jardines se reemplazan por patios de cemento y las ventanas daban el mismo lado: hacia adentro.  Grupo endógeno, conservador, estratificado – del menos pobre al más pobre-, por donde se sucede una cadena de consecuencias y reacciones, que van a afectar en mayor medida al miembro más vulnerable de aquel grupo.

Quizá su mayor acierto en ese acierto fue el uso del lenguaje y la oralidad como medio de empatía cultural. La dinámica misma del habla popular, su plasticidad y su vivacidad creciente. Fijó un lugar, un grupo y un lenguaje. Con ello, creó o recreó una simulación cultural sin precedentes, en la producción televisiva. El énfasis, la enjundia comercial de las corporaciones de la comunicación masiva,  fue y ha sido tan brutal, que muchas expresiones del  español latinoamericano, no se pueden entender, sin considerar la dialogicidad inventada por Gómez Bolaños, que dicho sea, no de paso, escribió buena poesía, llena de imágenes memorables.

El chavo, era ese mundo que se mira a sí mismo, ajeno a lo que va de Tlatelolco a La plaza de Mayo; de los gritos de Santiago de Chile contra Augusto Pinochet, o de San Salvador, contra el coronel Armando Molina. El chavo, nos hizo reír, con ese humor de cosas tan tangibles y tan tristes, para ocultar el llanto propio y el ajeno. Nos alejó de aquello que  sólo con las décadas, uno coloca y recoloca, en su justa dimensión, en su justo sitio: los sucesos fundamentales de la vida personal que nos conformaron y de la historia social que nos rodeaba.

Gómez Bolaños no necesitó de la alusión a una sexualidad discriminatoria o vulgarizada, para hacernos reír; ni de los efectos especiales hollywoodenses;  ni de los cuerpos semidesnudos o de los rostros guapos. Redujo, tradujo a un dialecto popular, y desfiguró al gran teatro clásico, para hacer un humor de palabras achicladas y de apodos, de caídas y tortazos. Es decir, hizo, lo que siempre hemos hecho sin decirlo: reírnos de los serio, de lo que no comprendemos, de lo galante o de lo formal, de lo que conlleva esfuerzo. Por ello, el salón de  escuela de El chavo, es el mayor caos, la mayor anarquía, y lo menos importante que se puede considerar. Grito, bullicio  e instrucción, es lo mismo y una cosa: relajo, desorden, changoneta, mugrero.

De forma paradójica, El chavo, Chespirito, representó el ser y el quehacer de esos mismos, que después, quisieron cambiar el mundo, pero quizá sin querer queriendo.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.