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Esos que ayer… (1)

@renemartinezpi
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Claro que corremos el peligro mortal de que el tedio se troque en unánime apatía, stuff cialis sale y en ese instante se terminará la historia para nosotros. Tenemos ya varios meses de permanencia involuntaria -y muchas décadas de permanencia obligatoria- de estar sufriendo, pharmacy al borde del suicidio anómico, una fiesta cínica y no gozando la fiesta cívica de la que tanto hablan los dueños de las sillas de alquiler que se colocan en el casino de la democracia electoral. Estamos sufriendo en carne, espíritu, sangre y neuronas propias la tortura de un nuevo proceso eleccionario que no tiene nada nuevo, al menos en el discurso y actuar de la burguesía, pues, financiados por ella, continúa frente a nosotros: el desfile infame de los camiones de alquiler para trasladar, como reses taciturnas, a simpatizantes mal pagados y pregoneros peor comidos; el sonsonete monótono y destemplado de los músicos rascatripas contratados, a mitad de precio, para que bailen las canciones sobre la amada democracia quienes no la conocen ni en pintura; la lluvia de llaveros, gorras, camisetas, vibradores y delantales alusivos a candidatos con caras tan siniestras como el pasado genocida que simbolizan, un pasado que siempre está “presente por la patria”; el apapacho con asco a los niños y las ancianas escatológicas que huelen a pueblo verdadero, que huelen a pan recién horneado en el adobe de la pobreza insoluble, ese apapacho que hoy se ven obligados a realizar en persona los ricos –pero los ricos de verdad- para mantener intactos sus privilegios centenarios, esos ricos a quienes el pueblo nunca les había visto sus caras ultramarinas que nos hacen recordar a Auschwitz, Chelmno, Westerbork, Drancy, Cuscatlán, el Mozote, el Sumpul, la capilla del hospital La Divina Providencia, El Junquillo, La Quesera, la Avenida Mártires del 30 de Julio y, para terminar de joder, tienen apellidos impronunciables y fortunas inimaginables; el maná de miles y miles de promesas baldías que, en el fondo, todos sabemos no serán cumplidas por los ricos, y eso explica que sean las mismas promesas que hicieron en los cincuenta procesos electorales anteriores, los que han sido diseñados por la misma persona: el capital; y de la misma forma se puede afirmar que todos los candidatos de la derecha son los mismos en estos cincuenta procesos, sólo que algunos de ellos se han cambiado el nombre; otros han contratado un muñeco de ventrílocuo o un testaferro; y los otros restantes se han hecho la cirugía plástica de la negación pública de la ideología, lo que es tan maquiavélico como ideológico.

En el fondo los procesos electorales (al haber sido patentados para siempre por la derecha y cuyas secuelas venéreas, hoy por hoy, salpican a los demás debido a la inercia estructural de una gobernabilidad basada en la corrupción y la represión) se reducen a una orgía de promesas inverosímiles y cínicas como la de ofrecer mejores salarios y más estudio y deporte a los jóvenes; a un multiorgasmo de obras públicas que jamás serán parte del patrimonio cultural tangible; a un holocausto de cuerpos famélicos y manos vacías esperando el milagro de la abundancia y de las oportunidades que nunca llegarán; a un carnaval de travestis en el que bailan a placer tanto “los que tienen” como “los que creen que tienen” y “los que quieren seguir teniendo” aunque en ello empeñen la poca dignidad que les queda; a un festín de donaciones robadas, hurtos a plena luz del día, expropiaciones, chanchullos y amaños promovidos, con conocimiento de causa, por los caballeros templarios de la sala de lo constitucional, quienes demuestran que para estar en el cargo no es una limitante ser un ignorante en sociología o padecer de insuficiencia cultural crónica; un bacanal de discursos políticos y constitucionales realmente viles, cínicos e ignotos que no se arrugan ni se mueren de la risa cuando acusan a quien los está leyendo con la artritis del analfabetismo funcional (leyendo hasta la fecha para no equivocarse) o los están repitiendo de memoria porque la inteligencia no les alcanza para improvisar uno que esté lleno de sustancia y de contexto, porque el contexto los denuncia y acusa. Y entonces comprendemos que no son veinte años de gobiernos derechistas: son 193; y entonces comprendemos que no han sido diferentes partidos de derecha los que han gobernado casi siempre al país, sino que es un mismo partido que se ha ido cambiando el nombre: Patria, PRUD, PCN, PDC, ARENA, por lo tanto el cobro de las injusticias y los crímenes de lesa humanidad tienen un solo imputado: la burguesía, y las pruebas de cargo son muy fáciles de hallar, aunque no es tan fácil que sean aceptadas por los tribunales incompetentes.

El miércoles 30 de julio de 1975 a las 4 de la tarde en punto (pongamos por caso al hablar de contexto acusador) una marcha pacífica de estudiantes de la Universidad de El Salvador y de estudiantes del Tercer Ciclo “Gral. Francisco Menéndez” fue masacrada por la policía y el ejército en las cercanías del Seguro Social de la 25 avenida norte. Los masacraron y los dejaron tirados en el asfalto a la espera de que fueran recogidos y desaparecidos para siempre por los camiones del ejército y su sangre fuera lavada por los bomberos y por el Diario de Hoy… y por el otro diario. Este fue (pensando en que el General Martínez había usado paños tibios en 1932 y 1944; y pensando en que los cuerpos de seguridad habían sido muy blandos en 1960, 1968 y 1972) la represión más despiadada de la oligarquía contra quienes consideró como “estudiantes subversivos, peligrosos y satánicos” que eran adiestrados y adoctrinados en la universidad pública, cuya comunidad fue perseguida, encarcelada, exiliada, asesinada, cercada, expropiada o desaparecida sistemáticamente durante el conflicto armado, sin que hasta el momento se haya hecho justicia. Hoy, cuarenta años después de esa masacre, los victimarios le prometen a la universidad pública el apoyo, porque el único que cree que los victimarios ya no existen son los columnistas del Diario de Hoy.

En todos los años de la preguerra y la guerra civil de finales del siglo XX fueron asesinados –selectivamente, por los escuadrones de la muerte; y masivamente por el ejército y los cuerpos de seguridad del Estado- miles de compatriotas que fueron considerados como los “enemigos de la patria”: curas (haz patria, mata a un cura), estudiantes, catequistas, monjas, sindicalistas, maestros, campesinos, mujeres, niños, ancianos.

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