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«EN SANTIAGO DE MARÍA ME TOPÉ CON LA MISERIA»

Dos años de la Vida de Mons. Romero (1975-1976)

¿Años del Cambio?

Estas ideas y estos hechos a los que en un principio él era incrédulo, parece que las iba rumiando y hasta las iba verificando tanto personalmente como por el testimonio y conversaciones con los campesinos, y, una vez convencido, escribía su parecer sobre el asunto y denunciaba su injusticia, como en el caso del que estábamos hablando de las “ayudas”. Así lo hizo en el APÓSTOL:

“CORTADORES Y AYUDAS”

Estamos en plena recolección del café, que aquí designamos con un nombre quizás discutible gramaticalmente: “la corta”, “el corte” como quiera que se llame, lo cierto es que Dios, siempre espléndido en sus obras, nos está regalando también este año esa espléndida lluvia de rubíes que traen millares de brazos de todas partes para recoger la rica dádiva de nuestras montañas.

Y es aquí donde comienza la discriminación con que el pecado de los hombres hace gemir la hermosura de una creación destinada a todos los hijos del Creador (como diría San Pablo a los Romanos, cap. 8). Y por eso la Iglesia tiene que clamar por mandato de Dios: “Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todo el género humano. En consecuencia los bienes creados deben llegar a todos en forma justa, bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la propiedad…, jamás se debe perder de vista este destino universal de todos los bienes” (Concilio Vat. II, GS.68).

Por eso nos alegra la alegría de “la corta”. Porque no solo es alegría de los terratenientes sino que colma de felicidad a tantos “cortadores” que con esta cosecha ven colmada su única esperanza de ingresos de todo el año. Pero así también nos entristece y nos preocupa el egoísmo con que se inventan medidas y disposiciones para neutralizar el salario justo de los trabajadores. Piénsese, por ejemplo, en esa nueva categoría de “AYUDAS” con que se designa a verdaderos “cortadores” para privárseles de sus legítimas prestaciones.

Cómo quisiéramos que la alegría de esta lluvia de rubíes y de todas las cosechas de la tierra no se vayan a ver ensombrecidas por la trágica sentencia de la Biblia: “Mirad, el jornal de los braceros que segaron vuestros campos, defraudado por vosotros, está clamando, y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos” (Carta de Santiago, 5,4)127.

Sus visitas a las comunidades:

No solamente eran los cortadores de café, los campesinos de la montaña, los que le iban enseñando a Monseñor la realidad, eran también los campesinos de la llanura y de la costa, los que le iban haciendo ver y conocer su realidad, ya que eran continuas las visitas que Mons. Romero hacía a las diversas poblaciones de su diócesis; él nunca decía “no” a cualquier invitación que se le hiciera para visitar una comunidad.

En esas visitas a la vez que él evangelizaba y predicaba, (iba siempre con potentes parlantes o altavoces colocados en la parrilla del carro);128 también, a su vez, era él evangelizado y bautizado por la realidad de pobreza, miseria e ignorancia de esas grandes masas campesinas de su diócesis.

Podemos leer en los testimonios:

“ZACARÍAS: Hay más; yo estoy totalmente de acuerdo con lo que acaba de decir Juan, y, por poner cifras, diríamos que un 80%, más o menos, le hicieron cambiar los campesinos, los pobres; el contacto con la realidad que él había un tanto descuidado, quizás metido en la burocracia de San Salvador, tanto como obispo auxiliar, como secretario de la CEDES.

Abundo más en esa misma idea: en los dos años y meses que estuvo en Santiago de María, creo, y me atrevería a decir, que fueron muy pocos los cantones o aldeas de la diócesis de Santiago de María que él no llegara a visitar; de tal manera que alguna vez entró en conflicto con los párrocos porque iba a visitar los cantones de sus parroquias sin contar con ellos. Todas estas visitas continuas y prolongadas le hicieron conocer la realidad dura y triste de los campesinos”.129

“En Santiago de María me topé con la miseria”

Es interesantísimo este testimonio del mismo Mons. Romero, y que nos lo cuenta el P. César Jerez, S.J.; en él constata que efectivamente él había cambiado y que fueron los pobres, los campesinos y su realidad de miseria lo que le ayudó a cambiar: su cambio era como un recuperar o volver a sus raíces de pobre, era como un regreso con los suyos, los pobres. Escuchemos este interesantísimo relato:

“Caminábamos por la Via della Conciliazione. Al fondo, la cúpula del Vaticano. Ya era muy noche. Yo sentí que aquel hielito, lo oscuro, el silencio, favorecían las confidencias. Me atreví a hacerlo hablar.

-Monseñor, usted ha cambiado, eso se nota en todo… ¿Qué pasó?…

-¿Por qué cambió usted, Monseñor?

-Vea, padre Jerez, yo también me hago esa misma pregunta en la oración…

Se paró y se quedó callado.

-¿Y halla alguna respuesta, Monseñor?

-Alguna sí… Es que uno tiene raíces… Yo nací en una familia pobre. Yo he aguantado hambre, sé lo que es trabajar desde cipote… Cuando me voy al seminario y le entro a mis estudios y me mandan a terminarlos aquí a Roma, paso años y años metido entre libros y me voy olvidando de mis orígenes. Me fui haciendo otro mundo. Después regreso a El Salvador y me dan responsabilidad de secretario del obispo de San Miguel. Veintitrés años de párroco allá, también muy sumido entre papeles. Y cuando ya me traen a San Salvador de obispo auxiliar, ¡caigo en manos del Opus Dei! y ahí quedó todo.

Caminábamos despacio, me parecía que Romero tenía ganas de seguir hablando.

-Me mandan después a Santiago de María y allí sí me vuelvo a topar con la miseria. Con aquellos niños que se morían no más por el agua que bebían, con aquellos campesinos malmatados en las cortas… Ya sabe, padre, carbón que ha sido brasa, con nada que sople prende. Y no fue poco lo que nos pasó al llegar al arzobispado, lo del P. Grande. Usted sabe que mucho lo apreciaba yo. Cuando yo lo miré a Rutilio muerto, pensé: si lo mataron por hacer lo que hacía, me toca a mí andar por el mismo camino… Cambié, sí, pero también es que volví de regreso.

Seguimos andando un rato en silencio, La luna nueva ponía un acento de luz en el cielo romano (César Jerez)”.130

Para completar un poco más esta visión de la relación de Mons. Romero con los pobres, o campesinos, o mejor dicho, para poder comprender más la fuerza evangelizadora de estos pobres, vamos a transcribir algunas anécdotas en las que notaremos cómo también estos campesinos ayudaron al cambio de Mons. Romero, no solo haciéndole conocer la realidad, como acabamos de ver arriba, sino también en el cambio de su mentalidad teológica y pastoral:

127. «El Apóstol», 28 de noviembre 1976, nº 64, pág. 3.

128. Esto lo recuerda Jesús DELGADO, obra citada, pág. 61.

129. Testimonios: Grupo nº 1: JZE: pág. 7.

130. Mª LÓPEZ VIGIL: obra citada, págs. 148-149.

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