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EL SUJETO EN EL ESPEJO

Carlos Hurtado, 

Escritor y fotógrafo

 

Le temía y odiaba. Por eso decidí matarlo.

Todo comenzó en víspera de la muerte de mi padre, cuando éste me reveló el secreto del espejo.

La casa familiar era una antigua edificación de madera, con dos pisos y muchas habitaciones, estaba rematada por un ático. Al fondo del ático estaba un cuarto cerrado con llave. Todos, excepto mi padre, teníamos vedado el ingreso.

Un día triste y gris, serían las 10 de la mañana cuando llegué a la casa paterna. Estaban mi madre, mi hermana y María, la fiel sirvienta de toda la vida.

Mi padre pidió quedar a solas conmigo. Agonizante, entre jadeos, con voz apagada expresó:

“—Hijo, debo revelarte algo muy importante acerca de la habitación en el ático. Allí encontrarás un espejo recubierto con un paño  y un grimorio sobre una mesa. Hace más de 300 años que somos los guardianes de ese espejo. Nunca debes descubrirlo y, mucho menos, ver tu reflejo en él. En su interior está atrapado un brujo que no debe ser liberado.

En 1703, nuestro ancestro Rodrigo de Alba, marqués de la Cañada, hizo pacto de sangre con Ramael, poderoso mago del levante, éste, en compensación por cuidar el espejo, lanzó un conjuro para atraernos buena fortuna en los negocios. Así inició la riqueza familiar. Desde entonces, por generaciones, hemos sido sus custodios. Ahora tú debes tomar mi lugar. El grimorio lo escribió Rabén Ashkar, poderoso nigromante, Dragón Rojo de la Orden de Orión. Contiene fórmulas de inmenso poder para, de ser necesario, ayudarte a controlar al prisionero dentro del espejo.”

—Te entrego la llave del cuarto —dijo, quitándose del cuello la cadena de plata donde ésta colgaba—, siempre deberás llevarla contigo, te deseo lo mejor.

Lo abracé y en mis brazos expiró.

El siguiente día por la tarde, pasado el entierro, fui al ático, abrí la puerta e ingresé al cuarto. Hacía frío en él, mucho frío. Al centro estaba un bulto recubierto con un paño color sangre, a su izquierda tenía una pequeña mesa de madera con un libro. Era todo el mobiliario.

Tomé el libro, era negro forrado en piel, estaba escrito a mano en castellano antiguo. No tenía título, solo una firma que se leía: “Rabén Ashkar”.

Escuché susurros y risas ahogadas provenientes del bulto recubierto. Imprudente, olvidando la instrucción de mi padre, tiré del paño y quedó descubierto un espejo. Era de cuerpo entero, tendría metro y medio de ancho por dos de alto, el marco, color negro, estaba ornamentado con figuras de animales grotescos y de extraños seres humanoides. Bajo el paño no encontré nada aparte del espejo.

Vi mi imagen reflejada en él. De súbito apareció una figura humana con túnica negra, llevaba una máscara blanca inexpresiva, sus ojos eran cuencas negras vacías. Me asusté, como pude agarré valor para cubrir el espejo con el paño y salí a toda velocidad de la habitación.

Fue una noche terrible, tuve pesadillas recurrentes sobre el ser dentro del espejo. Desperté cansado, como si no hubiera dormido. Cada vez que cerraba los ojos, veía la máscara blanca, me pregunté si estaría enloqueciendo.

Mientras desayunaba con mi madre y hermana, María se quejó de sueños similares a los míos, estaba aterrorizada. Preferí no contarles respecto a lo ocurrido la tarde anterior.

Fue un pésimo día. A medida que pasaban las horas, María se veía cada vez más demacrada y agotada. De súbito escuchamos un fuerte grito, todos corrimos hacia su origen y encontramos a María inconsciente al pie de las gradas. Los de la ambulancia dijeron que, en apariencia, perdió el equilibrio y rodó escalones abajo desde el segundo piso, la llevaron al hospital en compañía de mi madre y hermana.

Intuí que el causante había sido el sujeto dentro del espejo y que era solo el comienzo. De no ponerle un paro seguiríamos nosotros.

Regresé al cuarto en el ático, el espejo seguía cubierto. Tomé el grimorio y comencé su lectura: el espejo era una prisión mágica creada por los magos de la ciudad sin nombre, era casi indestructible. Al destaparlo y mirarnos con el prisionero, se estableció entre ambos un enlace que iría haciéndose cada vez más fuerte. Como yo no era mago, con el paso del tiempo llegaría a controlarme con su mente. La única opción que me quedaba era entrar al espejo y matarlo con una daga.

La daga no era común, era mágica y estaba en la colección de armas de mi padre. Comprendí por qué me pasaba hablando de ella y de su ubicación. Fui a traerla.

Debía consagrarla bajo la luz de luna, lo que hice siguiendo las instrucciones contenidas en el grimorio, por fortuna era noche de luna llena.

Con la daga en una mano y el grimorio en la otra, realicé el conjuro para entrar al espejo. De repente estaba al otro lado, en un cuarto de tamaño regular, a media luz. En una esquina estaba el enmascarado.

Lo ataqué y comenzamos a luchar, no recuerdo cuántas veces hundí la daga en su cuerpo, de repente se desplomó. En el suelo estaban su túnica y la máscara, no había cuerpo.

Escuché una carcajada, volteé hacia el espejo, al otro lado, en el cuarto del ático, estaba mi cuerpo inerte sobre el piso y a su lado el sujeto que creí haber matado. Se inclinó para tocar mi cuerpo y vi cómo ambos se fusionaban. De repente él era yo. Hizo un ademán con la mano para decirme adiós, tomó el paño y cubrió el espejo. Escuché sus carcajadas alejándose.

No sé cuánto tiempo ha pasado desde entonces, ahora yo soy el prisionero dentro del espejo. Leyendo el grimorio con detenimiento, supe por qué las cosas no salieron como esperaba.

Sigo esperando que alguien descubra el espejo, para poder liberarme.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.