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El Salvador: el fin de la globalización en países dependientes y baja productividad

Pedro Ticas

El 17 de diciembre de 2008, cialis sale Co Latino me hizo favor de publicar un artículo titulado “El nuevo valor del dinero en países con economías de hacienda del siglo XVIII”, discount dicho trabajo parece haber interesado algunos académicos nacionales y extranjeros que hoy me sugieren elabore algunas ideas sobre el asunto económico nacional. A grandes rasgos, en virtud de respeto y agradecimiento al espacio que este periódico me concede, me ocuparé de señalar dos aspectos que me resultan de interés.

Primero, exponer algunas ideas sobre el asunto del llamado “Modelo económico salvadoreño de exportación” y Segundo, lo que he llamado el posible “fin de la globalización en países dependientes y de baja productividad como El Salvador”.

El llamado Modelo económico de exportación: de Qué y de Quién?

Se halla históricamente comprobado que  el modelo de exportación asumido y por cierto, mal copiado de este país en el contexto de la llamada Globalización ha sido insuficiente e incapaz de generar  empleo, recuperar  el valor real del trabajo y mejorar los niveles de vida de la población, entre otros. La globalización no es nueva. La diferencia para los países pobres y dependientes consiste en el nuevo lugar que ocupan en el ciclo de producción capitalista internacional. Después de la Segunda Guerra mundial, la explotación intensiva y extensiva del agro en países pobres constituyó el principal interés de la División Internacional del Trabajo. Ahora, a la usanza de la lucha entre capitalistas industriales sobre los feudales terratenientes, la nueva globalización ha convertido a los países pobres y a sus pobres,  en un mercado de consumo abaratado de cualquier ocurrencia material o intelectual.

Ciertamente, en sociedades históricamente industriales y ahora tecnológicas,  el modelo económico sustentado en las exportaciones ha sido una burbuja de respiro para no ahogarse en sus propios altos volúmenes de masa productiva. Efectos diferentes se producen en los países que continúan siendo pobres, dependientes y endebles. En éstos, llamados en “vías de industrialización” la burbuja ha tenido otro efecto, sobre todo en aquellos que la única vía de industrialización significa Consumir lo que la industria internacional produce sin importancia de la calidad de los productos y las simetrías entre las condiciones históricas, culturales, económicas, educativas y ambientales de lo que se consume y las condiciones reales de desarrollo de la población. Más bien, estas sociedades pobres con rezagos educativos e identidades poco fortalecidas o confusas, han supra impulsado el consumo casi de cualquier invento o desperdicio tecnológico, electrónico o material producido en los países industrializados. Sin duda que dicha condición del consumo tiene sus orígenes en el diseño y modelo  económico histórico de este tipo de países en donde las reglamentaciones jurídico-económicas relativas a la calidad, cantidad, tipo, costo y precio de las mercancías apenas comienzan a surgir como esporádicos destellos de interés del estado político nacional.

En el caso salvadoreño, resulta un tanto difícil, aún en un intento de organizar una lógica formal,  suponer o imaginar un modelo económico sustentado en exportaciones en un país que no produce el volumen suficiente de masa de mercancías competitivas en el mercado internacional, con precios y costos de producción equitativos al valor de las mercancías importadas, un país improductivo y que además, apenas posee un incipiente parque industrial que dicho sea de paso parece estar centralizado por grandes capitales individuales que extraen ganancias depositarias en otros mercados productivos de otros países.  El asunto de la improductividad nacional se explica de múltiples formas entre las cuales destaca la débil formación de la fuerza de trabajo especializada, calificada, y el desinterés por la inversión en la esfera de la producción industrial, de hecho, lo más cercano a una idea de inversión se generó en las décadas de los años  50 a 70 del siglo pasado en las cuales grandes capitalistas individuales invirtieron en la agroindustria azucarera mediante el montaje de infraestructura básica que permitió a familias finqueras y cafetaleras el inicio de exportaciones con sello nacional pero con ganancias individuales. Así las cosas, el surgimiento del conflicto armado a inicios de los 80 reorientó con mayor celeridad la economía agrícola hacia la economía de mercado en una especie de salto abrupto a la usanza de sociedades que pasaron del sistema esclavista al industrial. No se trata de adoptar doctrinas racistas propuestas por el evolucionismo clásico del desarrollo unilineal de las sociedades, sino, de reconocer que en el caso salvadoreño, el fenómeno de la guerra favoreció enormemente algunos grupos de poder que pasaron de su condición de campesinos agrícolas a empresarios del sector servicio y mercantil que no implicó modificación alguna en la formación social salvadoreña. La industrialización de un país requiere de la formación y cualificación de la fuerza de trabajo en pleno. Supone además, para el caso urbano, la asimilación de una cultura del urbanismo y la urbanización y en consecuencia, la reproducción de conductas y comportamientos urbanos tanto en su organización económica, política, educativa, cultural, institucional y social. En simples términos, requiere la modificación del concepto de mundo y de vida de los individuos. Supone en el caso rural, del desarrollo de las condiciones que hacen posible la existencia de la producción industrial como estilo de vida determinado por el debido uso del suelo y el mejoramiento de las condiciones de subsistencia de la población.

Frente a la carencia del desarrollo de las premisas anteriores, algunos de los grandes capitales individuales encontraron en la guerra el nicho perfecto para convertir el país en un mercado de servicios que al amparo de las peores políticas neoliberales vulgarizaron el concepto de mercado subsumiendo el trabajo entre otras cosas, a poco menos que mercancía. La migración de miles de salvadoreños y el aumento de remesas se convirtieron en un estilo de vida, de concepción del mundo. Desde luego, la recepción de millones de dólares en concepto de remesas serviría de sustento para alentar el diseño de una política de mercado dirigida al consumo desenfrenado dominado y controlado por algunos grupos de poder. Pero esa política solo constituyó una esfera del diseño mercantil. La otra esfera estaría orientada como señalé en 19941  a importar de pequeñas y medianas empresas asiáticas, europeas y estadounidenses todo lo que fuera posible vender sin importar la calidad de los productos en todas sus expresiones. Todo ello con el propósito de “facilitar un mercado en donde el dinero adquiere más valor que las mismas mercancías y su subsunción real radica en la extraganancia que genera su circulación en la industria de la construcción, comercio y sistema financiero” 2. Desde luego que para objetivar dicha política mercantil se hizo necesario dolarizar el país. Esto produjo colateralmente usufructuar el valor del dinero (dólar) con mucho más ventaja en relación con el resto de países de la región centroamericana; NO así, frente al valor del dólar en economías productivas del resto de naciones. Aunado a ello, el valor de Cambio y Uso del dólar salvadoreño en el mercado internacional generó al menos dos grandes consecuencias: 1) abaratamiento del valor de la fuerza de trabajo, 2) reducción de las posibilidades de crecimiento económico nacional e introducir al país, masas gigantescas de capital circulante que supera por mucho lo que la población recibe como salario real para su subsistencia. Este fenómeno del salario, es lo que más adelante apuntaremos como uno de los principales fracasos de la Globalización, sobre todo, en países pobres e improductivos material e intelectualmente. Pero esas son apenas algunas de las consecuencias de la llamada “economía de exportación de un país que no rebasa la producción de algunos capitales individuales que invierten, como es lógico, en esferas de la vida económica nacional o internacional que más se acomoda a sus intereses, lo que claramente implica el desinterés por construir un proyecto económico de nación, sobre todo por tratarse de una nación sin recursos naturales y materiales  que hacen posible la existencia de su valor en el mercado internacional de las naciones. Este es quizás uno de los principales problemas históricos de El Salvador: la persistencia en un modelo económico, político, cultural y educativo  concentrado y centralizado en algunos pequeños grupos de poder económico a la usanza del siglo XIX con residuos de capital individual que limitan y excluyen al resto de capitales, lo que en alguna medida permite establecer un parangón con la Globalización en la cual  las ganancias que el sistema produce no se aplica para todos, lo que si se globaliza con facilidad es el hambre, la dependencia, guerras, miseria, desnutrición, enfermedades, analfabetismo y hasta cierto punto, el comercio de la deshumanización. 

1)El abaratamiento de la fuerza de trabajo

Sobre este primer punto podemos señalar tres elementos. Primero, el abaratamiento de esa fuerza por la intervención del Cambio de Moneda de Colon a Dólar, Segundo, la Ilusión generada en la población por el uso de dicha moneda desde el supuesto del abaratamiento de las mercancías y productos en general y Tercero, la formación de una cultura de consumo  que después de varios años se convierte en Consumismo (entendido el consumismo como la adopción, asimilación y reproducción Cultural en los individuos3), es decir, la asimilación plena del uso de la moneda relacionada con la capacidad de consumo que esta produce, aunque dicha capacidad se traduzca realmente en mayor endeudamiento público y privado, individual y familiar. Las personas suponen que el dinero que pagan es equivalente al precio y costo de producción de una mercancía y que por tanto se justifica su precio de venta en el mercado. Desde dicha ilusión, el uso del dólar en El Salvador aumentó el costo real de la canasta básica y redujo el valor del dinero expresado en salario y en su forma de intercambio. Asimismo, por intervención de aislados factores industriales y tecnológicos (en el caso de maquiladoras y similares), el tiempo socialmente necesario para la producción de mercancías se redujo al valor real de la manufactura en relación con el valor de la fuerza de trabajo establecida en la producción agrícola, la cual, no solo dejó de ser una forma productiva alternativa para la sobrevivencia, sino, peor aún, dejó de ser una cultura de la producción. En ese contexto, la disminución y abaratamiento de la fuerza de trabajo acompañada de la escases de empleo deja a la vista la enorme debilidad de producción y productividad, al menos así se refleja en el porcentaje de empleos fijos de las PYME en 2002 (Industria 35.1, Comercio 24.8, Servicios 21.4, de los cuales 13.6 absorbe la pequeña empresa y 69.8 la mediana4 ). Pero dicha acumulación de la precariedad no resulta de los últimos años. Responde en sí misma, al modelo cultural, social y económico de hacienda a la usanza del siglo XVIII implementado en este país durante toda su historia, condición anacrónica en la que convendría preguntarse ¿cómo puede diseñarse un modelo económico de exportación en una sociedad improductiva con pequeños destellos de producción de capital individual?, pero fundamentalmente, ¿Qué sucede en este país en donde apenas comienza a destinarse algún ordenamiento del capital nacional aumentando la tasa de empleo productivo?, siendo que el trabajo es el único que genera riqueza, ¿podría este país pensar en un modelo económico propio sincrónica y diacrónicamente a su deteriorada condición histórica? 

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