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El personal estilo narrativo de Salarrué

RENÁN  ALCIDES  ORELLANA

Escritor y poeta

Salarrué: pseudónimo de Salvador Salazar Arrué. Nació en Sonsonate, shop El Salvador, troche en 1899; y murió en San Salvador, there en 1975. Pintor personalísimo, también publicó poesía y novela; pero, su verdadera vocación se manifestó en el cuento y, en ese sentido, es uno de los autores centroamericanos más prolijos en este género.  Salarrué es uno de los escritores salvadoreños de mayor importancia en el Siglo XX, no sólo por su personal estilo narrativo y su vasta producción artística, sino también por la profundidad psicológica de los personajes tratados en su obra.

Pero, ¿quién es, en realidad, este humanista, pintor, poeta, escritor, cuyo nombre las gentes, las tradiciones y las costumbres, han legitimado como su verdadero intérprete en el contexto de la historia artística salvadoreña? Los editores de su obra “O- Yarkandal” (Concultura, San Salvador, 1996), dan una respuesta: “Salarrué es el más importante cuentista en la historia de la literatura salvadoreña. Sus narraciones sobre el mundo campesino han sido aclamadas en diversas latitudes; sus relatos fantásticos asombran por su desbordante imaginación. El manejo riguroso del género, la capacidad para profundizar en pocos trazos en la humanidad de sus personajes y un lenguaje basado en una estricta economía de recursos, ubican a Salarrué en las primeras filas de los cuentistas en lengua castellana de este siglo…”.

Si partimos de que la poesía es pintura bucal como la pintura es poesía silenciosa, en la obra de Salarrué se da con maestría perfecta esta simbiosis. Sin embargo, se considera que, por sobre todas las disciplinas artísticas, Salarrué es el gran narrador cuya obra se nutre y apunta hacia dos vertientes: la vernacular/costumbrista y la esotérica/fantástica.

Lamentable e injustamente, Salarrué no es tan conocido como debiera a nivel continental, pese a su especial condición de narrador que, con versatilidad especial y única, es autor de abundante obra en la que palpitan entremezclados el verdadero sentimiento y la manera de ser que caracteriza a la población salvadoreña y centroamericana. Con su canto descubre y redescubre a El Salvador, al legitimar con singulares expresiones y vocablos su natal ambiente, el ardiente paisaje cuscatleco; pero, sobre todo, el alma salvadoreña; motivos magistralmente captados por la sensibilidad de alguien dotado de un vasto poder de comunicación. Y aquí un dato curioso: la complejidad y exclusivismo de algunos vocablos salvadoreños, no han facilitado la traducción de la abundante obra de Salarrué (ej: Siacabuche, puesiesque, culuazul, sesteyo, clareyos, pereguetiado, guayspiras.., y tantos más)…

También, es posible -sólo posible- que una literatura como la suya, sea objeto de cuestionamientos, por ser más interesada en establecer real comunicación con la gente que en seguir cánones, normas o técnicas literarias  , que hasta lo puede llevar al injusto ostracismo literario, por negarse a complicar la descripción del concepto mediante frases rebuscadas (esta cualidad es -quizás- la mayor razón de mi admiración por Salarrué); y volverlo, además, poco grato para el común de las personas, como si el lenguaje rebuscado definiera al verdadero escritor, negándole, además, su legítimo derecho a huésped meritísimo de las antologías.

Alberto Guerra Trigueros, otro reconocido escritor salvadoreño, se refiere a lo anterior en lo relativo a la poesía, y a la literatura en general:    “… ¿Lenguaje poético, he dicho? ¿He dicho Poesía?  Allí, precisamente allí, es donde está el mal. En imaginarse que exista, que pueda existir un lenguaje, un idioma, un dialecto especial para la poesía. Una especie de Esperanto “universal”, para unos pocos. Una jerigonza esotérica, solamente comprensible para un grupo “selecto” de intelectuales; para un reducido círculo de iniciados. De hombres ungidos “artistas” por obra y gracia de ellos mismos. Separados, y apartados del género humano por una impenetrable pared de cristal –la del “arte por el arte”- o dentro de una pretensa y ridícula torre de marfil. Densa atmósfera de fumadero de opio, única en la que tales hombres logran mantenerse totalmente impermeables a la vulgaridad prosaica del lenguaje corriente: de este nuestro lenguaje de todos los días: lenguaje dolorido, inflamado, y acaso por ello un tanto sucio, un poco menstrual y perpueral. Ese lenguaje impregnado de sudor y saliva; de sangre y esperma, y lágrima, que es el lenguaje del pueblo, y de la verdadera humanidad…”. Desde luego, la calidad en medio de la sencillez es punto aparte. Y sobre lo mismo, quiero recordar la inquietud del escritor Miguel Otero Silva, cuando expresa: “Me preocupa el lenguaje difícil que usa y abusa el aeda, causando distanciamiento entre poeta y pueblo”.

En ese orden, Salarrué fue coherente en su fe y amor por su pueblo, consecuente con la simbiosis narrador-protagonista; es decir, hablar como la gente y volverse al mismo tiempo el protagonista que canta y cuenta su propia historia. Si esta peculiar expresión se alejaba de los cánones o técnicas, no era su asunto. Hugo Lindo (1969), otro reconocido escritor salvadoreño, alude con total acierto a esta característica propia de Salarrué:

“A Salarrué no le desvela si su relato se ajusta o no se ajusta a los cánones generalmente aceptados para el cuento. Él tiene su caudal de poesía, sus inagotables veneros metafóricos, y todo eso lo vuelca sobre el papel, sin preocuparse del que dirán. Si lo que sale, a la postre, es un cuento o no lo es, nada importa: él quiere decir algo, a su manera. Y su manera es peculiar. Encierra un incontenible poder comunicativo, no sabe ni quiere saber de reglas ni gramáticas, cala en la sociología más soterrada del hombre del campo, de la mujercita humilde, del pescador, del telegrafista, del jefe de estación ferroviaria. Habla como hablan sus gentes. Siente como sienten ellas. Sufre y goza con cada personaje. Se acomoda, con inimitable mimetismo, a una infinita gama de ambientes particulares. Describe, a veces con la minuciosidad, o dibuja con pluma fina. O traza en unos cuantos brochazos impresionistas o a golpes de espátula, un sitio, un sentimiento, una realidad…”. Además -concluye Hugo Lindo-: “la palabra-expresión cobra en él {Salarrué} un inusitado poder comunicativo, al cual no podría sustraerse ni el menos atento y acucioso de los lectores…”

Por espacio y tiempo, únicamente deseo particularizar en dos obras, de entre la vasta producción de Salarrué, que destacan por su marcado y especial estilo costumbrista. Una es “Cuentos de barro”, obra resultante de esa conciencia humana y fraterna de Salarrué, totalmente identificada con la idiosincrasia y los padecimientos y afrentas discriminativas político-oligárquicas contra los campesinos de aquella época. La otra, “Cuentos de Cipotes”, narraciones un tanto intemporales, porque Salarrué las fue escribiendo lento pero con gran profusión.

En 1961 la Editorial Universitaria de la Universidad de El Salvador, los publica de manera seria e integral. Libro genial, en el que resulta fácil descubrir algunas características formales: todos los títulos de los cuentos comienzan con  El cuento de… (ejemplo: con toda razón … o El cuento del… (ejemplo: del cuento que contaron)…. Además, todos los cuentos inician con la palabra Puesiesque y terminan con la palabra Siacabuche. Nada que ver con estilos rebuscados ni con complejos recursos literarios; más bien, la cuestión está en una interpretación coherente con los sueños y relatos de la población con aspiraciones de justicia y libertad.  He transcrito dos modalidades, un tanto diferentes, en los cuentos de Salarrué. Pero, más allá de lo descrito, hay mucha versatilidad artística en toda la temática.

Reseñados, aunque tangencialmente, el ser y quehacer de Salarrué, cito algunas de sus obras: “El Cristo negro”, “El señor de la burbuja”, “O-Yarkandal”, “Remontando el Ulúan”, “Cuentos de barro”, “Trasmallo”, “Eso y más”, “Conjeturas en la penumbra”, “Cuentos de cipotes”, “La espada y otras narraciones”, “Breves relatos”, “Nébula nova”, “Vilanos”, “Íngrimo”, “El libro desnudo”… y muchas otras publicaciones dispersas del continente.  Por todo lo dicho y más, el lector convendrá por qué, a nivel de El Salvador y Centroamérica, con toda razón, a Salarrué se le seguirá considerando el más importante cuentista de la literatura salvadoreña.  (RAO).

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