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¿El ocaso de lo impreso?

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

 

Crecí entre libros, seek revistas y periódicos. Todos los periódicos matutinos llegaban a casa, ya que estábamos suscritos. Los  vespertinos los traía papá; pero, cuando por alguna razón, volvía sin ellos, me enviaba hasta el Parque Morazán, en el corazón de San Salvador, a fin de obtenerlos. No eran muchas cuadras, desde mi antigua casa, en el 158 de la trece calle oriente de la capital, justamente entre la avenida España, y la otrora segunda avenida norte. Me mandaba, aclaro, con las serias indicaciones, de no estropear el rotativo, mucho menos, doblarlo inadecuadamente. En esto, al igual que mi abuelo materno, era celosísimo.

Cuenta mi madre, que el abuelo fue siempre un gran lector de Diario Latino, desde que éste se distribuía en formato de “sábana”; y que era sumamente habilidoso para leerlo sin dañarlo, dejándolo casi  intacto, incluso, habiéndolo repasado de punta a punta.

Si bien la violencia ya se cernía sobre el país, evidenciándose en secuestros, manifestaciones y actos de brutal represión política. Para 1978, nadie se preocupaba –excesivamente- porque un púber atravesara las calles principales de la ciudad, sin más protección que la confianza natural en que nada ocurriría.

También recibíamos, vía correo, revistas y semanarios, como la antigua revista “Scala”, de la República Federal de Alemania, en su versión española; y una magnifica síntesis de la prensa germana, también en nuestro idioma, impresa en aquel maravilloso papel cebolla. Me refiero a la “Tribuna Alemana”, con sus notas tan estupendas de literatura, cine, pintura y fotografía.

Tengo muy vívidos los recuerdos de papá, leyendo la revista LIFE, y las formidables revistas mexicanas. Para mi consumo, estaban destinadas, las  suramericanas, particularmente la famosa y legendaria publicación argentina “Billiken”, un verdadero taller educativo y de entretenimiento infantil de la época. Al igual que un sinnúmero de revistas que adquiría en la “Distribuidora Salvadoreña de Revistas y Libros”, ubicada sobre la avenida España, esquina opuesta a la antigua abarrotería del “Viejo Pérez” y muy próxima al Cine Grand Majestic.

Una edición muy gustada, por esos tiempos, era la revista “Selecciones de Reader´s Digest”, de la cual rememoro, cientos y cientos de ejemplares en inglés, que atesoraba mi primo Edwin. En lo que a mí respecta, nunca me interesó su lectura, ya que la percibía muy comprimida, muy fácil, muy  de notas curiosas.

Mucha agua ha corrido bajo los puentes desde entonces; y continúo, necio, desayunándome con las versiones impresas de los matutinos, y bebiendo el vespertino café con un tangible Diario Co-Latino. Y  esto, me hace feliz.

Sin embargo, cuando leí que Martin Baron, director del Washington Post, anunciaba sólo una década más de papel, para el antiguo periódico, fundamentándose en: “La gente está migrando a internet. Lee en webs y en teléfonos móviles. El papel no es la fuente de información para la mayoría”, algo me dijo que –sin exagerar- cada vez, será más cierto e inevitable, el fin. Y no pude dejar de pensar en el niño, camino a la Plaza Morazán, en búsqueda del tabloide, urgido, por cumplir con su paternal encargo.

Lo que está claro, es que la lectura, sea en el formato que sea, tiene aún, un largo camino. Al menos, eso espero, por ahora, en que termino de leer, placenteramente, este periódico.

 

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