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EL JAZZ: AL COMPÁS DE LAS MUJERES

Oscar A. Fernández O.

El primero de los factores que condicionan la participación de las mujeres en el jazz, recipe es la gran escasez de material fonográfico. Aunque la herencia de las mujeres del jazz se extiende desde comienzos de siglo, sólo una pequeña muestra se preservó en grabaciones, en algún que otro film, pero la mayoría del material simplemente desapareció.

Sally Placksin comenta que muchas de las instrumentistas a las que entrevistó nunca grabaron. El hecho de que muchas de ellas nunca entraran en un estudio, sin embargo, representa otro aspecto importante de su historia tanto individual como colectiva. Después de todo, la falta de grabaciones no debería de ser un motivo que invalidara el papel de un músico en la historia (Placksin: 1982)

La relación voz instrumento está en la misma esencia del jazz. Dicen algunos estudiosos que el jazz surge, en buena parte, de la música vocal y que, por esas peripecias de la vida, el canto del jazz nace de la música instrumental, de la pretensión de usar la voz como un instrumento. Alguien podría haber dicho que Jeanne Lee, más que como una cantante suena como un instrumento vocal, y tendría razón. Ella Fitzgerald interpreta el resonancia de los instrumentos con su aterciopelada voz y crea el scat.

Según Linda Dahl, la hipótesis acerca de que las mujeres en el jazz no existieron o no fueron importantes tiene su base en que el jazz por definición es una música de hombres. Siguiendo esta premisa, ellas no podían tocar, por lo que se deduce que simplemente no lo hicieron. Cuando esta hipótesis se enfrenta con el hecho de que efectivamente hubo mujeres instrumentistas que tocaban con solvencia trompetas, saxofones, baterías, muchos (críticos y promotores) hicieron oídos sordos, y si no, sus logros fueron explicados de esta forma: “es sólo una mujer, qué esperabas.” o “¡Increíble para ser una mujer”. (The Jazz Mamas Blog)
De esta manera, como explica Dahl, estas fueron las dos caras de un prejuicio en el que estuvieron comprimidas las carreras de las mujeres en el jazz.

Por otro lado, no hay que olvidar el entorno sociocultural de la época y la desigualdad imperante entre hombres y mujeres, lo que entorpecía a todas luces el desarrollo de la mujer instrumentista con pleno derecho frente a sus compañeros masculinos.
Durante la época posterior al crack del 29, circulaba una frase terrible que decía algo así como: una mujer trabajadora es una mujer que está robando un puesto de trabajo a un hombre. Con el tiempo, se fue haciendo mención a las bandas formadas por mujeres en la prensa durante la era del swing, pero solía ser más como un señuelo de algunos promotores para actos lucrativos que como un verdadero interés musical por parte de la crítica especializada y estas formaciones femeninas rara vez eran tomadas en serio. (Dahl: 1982)

El comienzo de muchas de estas bandas femeninas se produjo ante la negativa de los hombres a asimilar a mujeres instrumentistas en sus propias formaciones.
Hay que tener en cuenta que e l jazz no es sólo una forma de arte sino también una subcultura que tiene sus raíces más profundas en el África negra y la esclavitud. Las mujeres negras tenían una gran presión social que las empujaba moralmente a no competir con los hombres negros en los trabajos relacionados con el jazz, pues estos venían a representar tanto simbólica como concretamente la prueba de las habilidades de estos hombres dentro de dicha subcultura (Tirro, F. : 1993)

Además debían de manejar la habilidad de tratar con atmósferas peligrosas en clubs nocturnos infestados de vicio y dirigidos por gánsteres. Razones suficientes para que la sociedad puritana americana de principios de siglo no viera con buenos ojos la irrupción de mujeres en estos ambientes, así como la camaradería entre hombres y mujeres en las orquestas, viajando y conviviendo juntas. Las mujeres que sentían la pulsión musical hacia el jazz en esta época se encontraron con toda clase de prejuicios y obstáculos y debieron en muchos casos aceptar una mala reputación y desaprobación social.

Otro factor importante de la exclusión de algunas las mujeres en la historia del jazz es que muchas de ellas trabajaron en pequeñas ciudades, en pueblos, vecindarios negros, ciudades universitarias, bares de cócteles, en donde los productores y críticos del jazz a duras penas se aventuraban, y por lo tanto no quedó prácticamente constancia de ellas. Estas fueron las mujeres que volvieron sus espaldas al negocio de la música, a la fama y simplemente se dedicaron a tocar y se han validado a sí mismas a través de su música (Arantxa Ferre: 2002) Sin embargo, esta negada y poca clara historia de grandes mujeres instrumentistas en el jazz, las mujeres han donado al jazz sus voces cariñosas, sensuales y dúctiles, que no nos han dado regularmente los hombres.

Me refiero a ese punto de turbación y sentimiento que acerca la sofisticación jazzística a su raíz blusera. Unas de las damas divas del jazz, se destacan como ya hemos escrito en anteriores columnas, la inigualable Billy Holliday con su quejido taciturno con el que nos transmite el dolor sentimental de tortuosa vida; Ella Fitzgerald, la gran señora, cuya monumental obra acoge todo el cancionero norteamericano clásico; Dinah Washington, con su templada voz y su personalidad de hierro, que representaba la larga lucha de los negros esclavos, de quienes descendía; Sarah Vaughan, aclamada como la más completa cantante del jazz, una voz forjada en los coros del Gospel, amadrinada por la propia Ella; Nina Simone luce sus dos palmitos: esa voz de contralto con un pie en la carnalidad terrestre y otro en la espiritualidad celestial, y el virtuosismo de su piano, como dice Ricardo Aguilera en su ensayo sobre las mujeres en el jazz; menos conocidas pero igual de exquisitas Anita O’Day, Helen Merrill, Astrud Gilberto, con su sensual bossa y samba-jazz; Astrud Gilberto, entre muchas otras damas con las que podríamos inundar estas líneas.




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