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El evangelio de San Romero

Carlos Girón S.

En los tiempos y épocas actuales es, digamos, casi un milagro que hombre alguno sea elevado a los altares con la aureola de la santidad. Hacerlos santos, de acuerdo con los cánones de la religión cristiana-católica. En tiempos antiguos sabemos que fueron exaltados a esa dignidad hombres y mujeres que tal vez no hicieron milagros, pero que se entregaron a causas nobles, humanitarias de auxilio a los pobres y necesitados. La hagiografía abunda en nombres consagrados a la santidad. Como algo especial se encuentran los que tuvieron la inspiración e iluminación de escribir códigos de contenido espiritual y moralidad, con preceptos sabios para guía de los hombres, no solo de su tiempo, sino de los del porvenir.

San Marcos, San Lucas, San Matías, San Mateo, San Juan, fueron santos inspirados del cielo para escribir sus evangelios, narrando la Vida, Pasión y Muerte de Jesús de Nazaret, Jesús el Cristo –si bien no vivieron en los propios días de la Misión de Jesús. Sin embargo, todos concibieron y heredaron a la humanidad compendios de consejos, recomendaciones, preceptos para que los humanos se guiaran, nos guiáramos, por el camino de la rectitud, la moralidad, la honestidad, la pureza, la santidad y la espiritualidad. Si los hombres nos apegáramos a tales preceptos y los viviéramos, seríamos, sin duda, mejores seres.

El Salvador, con un nombre muy especial y significativo, acaba de recibir el honor y el privilegio sagrado de que uno de sus hombres, un sacerdote, haya sido encumbrado a la dignidad de un Santo. Ello, en parte, por el milagro que hizo con la hermana Cecilia, pero, además y, principalmente, por su consagración a velar por los pobres de este país –si bien sus prédicas son de carácter extensivo a otras latitudes. Se entregó en cuerpo, alma y corazón a ayudar a la pobrería, no solo de palabra, sino con obras físicas que él realizó, comenzando en su región natal, Ciudad Barrios, departamento de San Miguel: escuelas, clínicas, iglesias comunales, etc., además de gestionar el envío de alimentos y medicinas para la población.

Por eso yo considero que, más que por su asesinato, por el magnicidio que sufrió, ha sido elevado a los altares cristianos y católicos de todo el mundo por su entrega misionera en bien de los más necesitados de este país, como igualmente de los de otras latitudes. Es un mártir. Sin duda. Asesinado de la manera más repugnante, más execrable, más ignominiosa, más malvada, más y más, por sicarios pagados para esa terrible misión por quien o quienes se sentían señalados en sus prédicas de ser los responsables de las condiciones de pobreza y miseria en la que vivía la gran mayoría de la población campesina, en las áreas rurales.

Las prédicas, los sermones por todos los rumbos de, primero, como sacerdote, luego Monseñor: luego Beato y ahora Santo, Oscar Arnulfo Romero, están llenas de exhortaciones, consejos, amonestaciones, censuras y hasta condenas contra los insensibles de conciencia, deshumanizados, explotadores, pecadores, homicidas, delincuentes, políticos corruptos y demás gentes del mal vivir.

Recogiendo el contenido de sus tantas homilías que dirigía a la feligresía –están bien guardadas, por cierto, por su enorme valor humano y espiritual—digo que muy bien puede decirse que es un nuevo evangelio: el Evangelio de San Romero. No desmerece, no está menos de la altura de los evangelistas de los tiempos bíblicos.

Cada época tiene sus personajes simbólicos, representativos de la aspiración del hombre hacia su evolución y perfección –como son los evangelistas bíblicos-. La nuestra, esta época, y especialmente nuestro querido país, El Salvador, han sido favorecidos y bendecidos con el don de Dios de concedernos un santo nuevo: San Oscar Arnulfo Romero. Compárense los textos de los evangelios clásicos con los contenidos de las homilías romeristas. Se encontrarán en ellos guías valiosas para el mejoramiento espiritual y físico de los seres humanos.

Es maravilloso, grandioso, ver cómo a nivel mundial este nuevo santo ha lanzado el nombre de El Salvador. Le ha cabido al papa Francisco la gracia y el honor de consagrar a un nuevo santo para la cristiandad y la humanidad. No sería de extrañar, para nada, que en un momento dado valorara el contenido completo de las homilías de San Romero, y los ordenara en un nuevo evangelio.

Al cabo que el mundo actual necesita nuevas orientaciones espirituales y humanistas como las que predicó a diario por todos lados San Romero…

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