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El Estado profundo

Iosu Perales

En todo el mundo estamos viviendo un retroceso de la democracia, una auténtica involución que trata de instalar el autoritarismo como forma de gobierno, a fin de facilitar el dominio global de una minoría dueña de los recursos y que cuenta con una influencia letal sobre poderes políticos y judiciales. Este proceso está liderado por el Estado profundo que conforma un poder en la sombra, oculto, que funciona con códigos propios y secretismo, no se exhibe, pero está permanentemente alerta y activo. Funciona como una red que actúa a espaldas del escrutinio público.

No, no hablo de un único poder piramidal de alcance mundial, un poder dirigido por un ojo que todo lo ve. Hablo de la suma de poderes en la sombra, unos de dimensión global, otro de alcance estatal y regional. Poderes de diferente nivel que tienen en común hacer que el mundo funcione y se gobierne de acuerdo con los intereses de los grandes dueños del dinero. No se trata de inventar teorías de la conspiración, sino de realidades conspirativas, denunciadas en publicaciones competentes.

El Estado profundo vigila al Estado formal, ese que sí vemos. Le somete a control, le presiona, le jalea, le pide cuentas. Su agenda política no es compleja ni larga. Al contrario, es corta y contundente. En el nivel estatal su agenda más inmediata es la rendición de la política que debe ser dominada; el adelgazamiento de las instituciones públicas y la mayor debilidad de la división de poderes; la sociedad domesticada y obediente; la limitación de libertades y la anulación de derechos ciudadanos; el control de los medios de comunicación y la extensión del pensamiento único; la difusión del miedo que paralice a la gente; la acumulación de poder sobre recursos nacionales y la privatización de lo público; y el ataque sistemático a los partidos políticos de izquierda y a las organizaciones sociales.

Sus reuniones en clubes exclusivos se realizan en la sombra, con suma discreción. En El Salvador, como sabemos, son unas muy pocas familias las que controlan una tela de araña de negocios cuya expresión política es ARENA. Cuenta de su lado con parte del poder judicial que trata de controlar la vida política y las acciones de gobierno, controlando de este modo el funcionamiento del país. El poder oculto estatal es parte de ese conjunto de clubes que forman una particular red global para un Nuevo Orden. En el plano mundial los poderosos de la Tierra participan en el club mundial Bilderberg, en la Comisión Trilateral que está por encima del citado club. También participan en El Club de las Islas, liderado por el multimillonario húngaro-estadounidense George Soros.

Puede decirse que el mundo está gobernado por personajes que no son los que están a la vista en los escenarios. El sistema de seguridad para proteger estos clubes es tan elitista y poderoso como sus miembros. Para este poder en la sombra, la cita anual en la ciudad suiza de Davos es un espacio con una dimensión pública, publicitada, pues juega el papel de avanzadilla del neoliberalismo con una misión pedagógica de lanzar propuestas a modo de sondeos, pero siempre a la orden del poder secreto.

Es verdad que el Estado profundo ha existido siempre. No es una novedad histórica. Pero hoy es más peligroso que nunca. Veamos tres factores: a) las nuevas tecnologías permiten un control de personas, organizaciones, instituciones e incluso gobernantes, como nunca hasta ahora. Precisamente estamos viviendo una época en la que la interferencia e influencia sobre elecciones parece ya evidente y una práctica extendida. Además, somos tan vulnerables que podemos ser neutralizados e incluso liquidados socialmente mediante una intervención ilegal en nuestros ordenadores. Un dirigente de izquierda puede ser objeto de una campaña letal en la que se le acuse de los más horrible, a partir de una simple manipulación en su ordenador o mediante la acción de un poderoso grupo de comunicación fabricante de mentiras. Pensemos que un simple teléfono móvil facilita mensajes y conversaciones privadas que son capturadas, así como la ubicación de quien lo porta, en cualquier momento; b) la subordinación de la política ante las finanzas y las economías poderosas es otra realidad. El Estado-nación se arrodilla ante poderes no elegidos en las urnas y que son quienes dominan la marcha del mundo, de países y de realidades supraestatales; c) la lucha por el control de materias primas cada vez más escasas son la causa de guerras, acciones bélicas punitivas, espionajes criminales y todo tipo de intervenciones en países de ricos subsuelos.

Está extendido en el mundo de hoy el hecho de que el Estado profundo intoxique al Estado formal. A tal punto que ya importa muy poco la ilegalidad con que se actúa. El fin justifica los medios y la prevaricación en lo judicial y en lo político es un modo normalizado de actuar. La agenda oculta se defiende con todos los medios, no conoce el dilema moral ni se detiene en los contornos de la democracia. Cuidado, estamos viviendo un proceso perturbador en el que la justicia está siendo utilizada como lo que se ha dado en llamar un “arma bélica” en sociedades donde ya no está bien vista la represión policial pura y dura, tal y como la hemos conocido, así como tampoco las asonadas militares. La represión se sigue y se seguirá ejerciendo, incluso más, pero bajo el amparo de mandatos judiciales que todo lo justifican como parte del llamado Estado de derecho. El poder de los dos Estados, el formal y visible, y el otro, el que permanece oculto, están actuando de manera incesante para avanzar hacia atrás, haciendo del sistema judicial su punta de lanza.

El ejemplo de Brasil es clarificador. El juez brasileño Sergio Moro ha decretado prisión para el expresidente Lula da Silva por “convicción de culpabilidad”, sin pruebas, lo cual me parece insólito. Lo ha hecho jaleado por las cadenas televisivas O Globo y Record, voces de los sectores más conservadores del país, así como también por algunos generales que han pasado peligrosamente las líneas rojas de su no intervención en política. A Lula se le acusa de haber recibido un apartamento a cambio de favores, pero ni el juez Moro ni ningún otro tribunal ha podido encontrar pruebas que lo demuestren, mientras el expresidente, favorito para las elecciones presidenciales de octubre 2018, declara una y otra vez su inocencia.

En realidad, por los datos que tengo se trata de una campaña para sacar a Lula de la contienda electoral. Se pretende una desestabilización para tratar de destruir liderazgos carismáticos, en este caso por la vía judicial. Tratan de destruir las políticas sociales para los pobres que encarna Lula, mediante una alianza de parlamentarios derechistas, sectores judiciales, del ministerio público y de la policía federal, con apoyo de poderes económicos y políticos extranjeros. Quien está detrás es el poder fáctico que realmente maneja los hilos de la riqueza en Brasil, el Estado profundo brasileiro. Poderes en la sombra, no votados, en alianza con el gobierno derechista, forman el llamado “establishment”, que se considera a sí mismo intocable. Este poder está vinculado a las transnacionales y al latifundismo histórico que quiere mantener la propiedad de la tierra, el agronegocio y el monocultivo a gran escala, en un país con la mayor desigualdad social sobre la Tierra.

Lo cierto es que el futuro a corto plazo es ya desolador. La reducción de prácticas democráticas sigue su curso. Se pretende que el siglo XXI en sus primeras décadas sea un siglo dominado por la confusión y la escasez de verdad. Votamos pero los que más mandan no son votados. Vivimos sumidos en agujeros negros, ignorando demasiadas cosas que los poderosos sí conocen. Extender el miedo es una de las armas más poderosas del poder. La mentira al servicio de la venganza está siendo entronizada, revestida de “post verdad” y ya domina en la política un estilo superficial, frívolo, mientras la verdad, que ha sido una base de la existencia humana, está siendo desaparecida por el poder que lo conforman dos Estados: el formal y el Otro, el Estado profundo. Pero hay un rayo de esperanza: la movilización de la ciudadanía y la oposición de los partidos de izquierda y progresistas a este plan depredador del Estado profundo. Para lo cual es importante tomar conciencia de cómo es el mundo en que vivimos.

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