¿Dónde están…?

Walter Balmore Orantes

Cuentista

A Jorge y Miguel Orantes

El día comenzó sin sobresaltos ni advertencias que me hicieran sospechar que se convertiría en un día inolvidable. Ahora, help cialis sin dejar de sentirme culpable, pills estoy viendo televisión. No me gusta mucho ver televisión pero a mi papá sí que le encantaba. El viejo podía pasar horas viendo películas de diferente género. Sus favoritas eran las de acción y misterio. Sin embargo, disfrutaba las de la zaga de star wars y lord of the ring. Solamente ahí estamos hablando de 9 películas que mi papá las podía ver en un fin de semana. No sé cómo hacía para no aburrirse. Invirtió un buen dinero en la compra de sus más de 150 películas de segunda o tercera. Me divertía mucho ver a mi viejo como se emocionaba. Él siempre vivía las películas.

Mi papá pasó mucho tiempo albergando la idea de comprarse un equipo de sonido: teatro en casa. Este aparato le permitiría escuchar sus películas con mayor potencia y fidelidad de sonido. Pueden imaginarse que hubiese pasado de haberlo logrado. Pienso que esto lo hubiese hecho feliz al viejo. Como me hubiese gustado verlo! Ver su cara de contentura extrema. Pero, a veces me parecía que no lo era. Casi nunca reía. Aunque cuando se juntaba con sus amigos se transformaba completamente. Él bromeaba mucho con ellos. Tenía más amigas que amigos. Le gustaba bromear, a veces excesivamente, tanto que mi mamá le decía de vez en cuando que se calmara. Ya que las personas se molestaban con sus bromas. Pero él era malo para percatarse de que los estaba fastidiando.

Y ahora, que me encuentro frente al televisor para ver los noticieros no dejo de pensar en él. Es que mi padre veía los noticieros en dos canales de televisión en la noche y luego por la mañana repetía la misma rutina. Cómo era posible que le gustara ver las mismas noticias transmitidas por la noche a la mañana siguiente. Me burlaba de eso sin decirle una palabra. Siempre pensé que mi viejo estaba un poco loco. Sin embargo, yo hago lo mismo ahora. En ocasiones, veo su sillón favorito y me encantaría volverle a ver ahí…acurrucado, cruzado, sentado viendo sus películas o sus noticieros. Reconozco que un par de veces, de tanto imaginarlo o quizás…de tanto desear verlo nuevamente, que hasta lo he visto en ese sillón. Pero, no está ahí!! No está…!! Ya no estaaa!!!

Me he convertido no solamente en un asiduo televidente de los noticieros sino también leo todos los periódicos en digital e impresos para rastrear noticias de cuerpos abandonados. Estoy convencido de que nos estamos yendo, como país,  para el mismito infierno. Aunque los políticos nieguen tal cosa. El Gobierno central y todos los políticos afirman que vamos por un rumbo que nos traerá la paz y convivencia social entre todos. Me parece que es más una de las históricas demagogias de nuestros políticos. Los periódicos y noticieros están plagados de noticias de personas desaparecidas.

El Instituto de Medicina Legal me llamó. Voy corriendo. Literalmente así voy. Corro y corro pero siento que no avanzo nada, o al menos a la velocidad que deseo. Me llamó el Dr. Calero quien es el doctor de turno. Me hizo una llamada escueta y directa.

-¿Hablo con el Sr. Baltazar?- Preguntó el Dr. Calero de manera seca.

-Sí…soy yo.- Respondí de manera temblorosa. Cuando uno se encuentra en situaciones como ésta y recibe una llamada así, sólo espera lo peor.

-Le habla el Dr. Calero de Medicina Legal. Le estoy llamando Señor para comunicarle que necesitamos que venga al instituto para que pueda reconocer un cadáver que se asemeja a su familiar desaparecido.- Me lo dijo así…sin anestesia ni miramientos, como diría mi abuela.

Mientras escuchaba al Dr. Calero sentía que un vacío crecía en mi estómago. Comencé a traspirar un sudor gélido que carcomía rápidamente, mis ya maltrechas esperanzas de volver a ver a mi padre con vida. Cuando el Doctor termino de fusilarme con sus palabras no me dio tiempo para responderle. Me querían de inmediato. Me vestí casi en modo automático. Me subí al carro y conduje como un cafre al volante.

Cuando conducía mi carro no dejaba de pensar cuál sería mi reacción si fuera él? ¿Cómo me comportaría? ¿Me echaría a llorar sobre su cadáver? ¿Le vería con desprecio como tantas veces lo hice? ¿Acudiría a mí un profundo remordimiento porque evite decirle que lo amaba y admiraba profundamente? Pero no tenía respuesta a mis propias preguntas. Algunas veces me sentía cobarde y otras avergonzado. Pero en el fondo de mi corazón sentía esperanza que la vida me daría una nueva oportunidad de encontrarlo vivo y así recuperarnos de nuestros desaciertos.

Llegué al portón de Medicina Legal y comenzó mi suplicio burocrático. El vigilante de la entrada no me dejaba pasar con mi carro porque el parqueo del Instituto es exclusivo para los empleados, adujo de manera tajante. Aunque, eran las ocho de la noche y en el Instituto se encuentra un personal mínimo de turno.

-¡Ya le dije que no puede pasar Señor!- Me respondió tajantemente el vigilante, luego de mi insistencia.

Me rendí ante esa actitud pétrea, inexpugnable de la vigilancia. No entiendo por qué colocar a personal con semejante ausencia de sentimientos en un lugar como este. Al Instituto llega gente con mezclas de sentimientos y pensamientos. Acudimos gente en alto estado de sensibilidad. Nos gustaría comprensión a nuestra angustia.

-Buenas noches. Quiero hablar con el Dr. Calero, soy Baltazar.- Le dije a un hombre de mediana edad con gabacha amarillenta por el tiempo de uso. Tenía una mancha de mostaza por el segundo botón superior que evidenciaba su cena. -Soy el Dr. Calero Señor Baltazar.- Dijo poniéndose de pie y estrechándome la mano. –Debo confesar que por su voz pensé que se trataba de alguien de mayor edad, señor Baltazar.-

-La gente se equivoca con frecuencia. Pero, le aseguro que tengo la suficiente madurez para sobre llevar esta situación.- Le respondí, mientras me conducía a la morgue del Instituto.

Caminamos por un pasillo todavía en remodelación. Las paredes eran color beige. Me pareció interminable el trayecto aunque, solamente caminamos unos 15 a 20 metros. El Dr. Calero abrió una puerta de madera con una ventanita de vidrio. En la casa de mi madre hay una parecida en la cocina. Sentí como mis pensamientos y memorias se disipaban a medida que caminaba por ese pasillo largo, inmenso, frío. Tenía la mente en blanco. Poco a poco deje de pensar.

-Es por aquí, Sr. Baltazar.- Me indicó el Dr. Calero abriendo una puerta de metal.

Me pareció un congelador de tamaño natural como hay en las cocinas de restaurantes de lujo. No estaba preparado para este momento. Sentía cada una de las palpitaciones de mi corazón en la garganta y en mis sienes. El Dr. Calero encendió las luces y me encontré con una habitación rodeada de una especie de gavetero gigante. La habitación se tornó blanca en extremo.

-¿Listo?-Me preguntó el Dr. Calero con vista  rutinaria y sujetando una de las gavetas gigantes.

No pude decir ni una palabra…solamente le asentí con la cabeza. Nunca me he vuelto a sentirme así. Completamente vacío y vulnerable.

-Acérquese por favor Sr. Baltazar.-Me dijo el Dr. en un tono acorde a mi angustia. -Quiero que vea detenidamente este cuerpo y me diga si pertenece a su padre por favor.-

El Doctor abrió una de las gavetas y de la cual, se deslizó hacia fuera una plancha metálica con una bolsa negra con zíper al frente. En ese momento dejé de sentir mis palpitaciones. Todo quedó en silencio. No escuchaba nada, sólo miraba la bolsa negra y el zíper. El Dr. Calero tomó el zíper y comenzó a abrir la bolsa. En ese instante cerré mis ojos y tragué saliva. Como tratando de tragarme mi angustia. No quería ver. Quería que no fuera él. Quería que mi padre no estuviera ahí. No se merecía mi viejo morir así.

-Véalo Sr. Baltazar y me dice si es su padre.- Dijo el doctor.

Abrí lentamente mis ojos…y comencé un viacrucis visual desde los pies del cadáver hasta llegar a su cara. Tenía manchas de sangre por todas partes. La ropa roída. Y luego de examinarlo con esmero concluí:

-No es mi padre Doctor…no es él.-Le informé aliviadamente.

Sentí cómo fui recobrando mi postura. El primer sentimiento que se anidó en mí fue de alivio. Pero, después de un instante, sentí pena. Pena por el muerto. Pena por su familia.

-¿Y los familiares de este señor aún no vienen, Dr. Calero?-Le pregunté con profunda tristeza.

-No Sr. Baltazar. Ud era nuestra primera opción.-Me respondió. –Como ha de imaginarse no podemos llamar a más de una familia para la identificación porque esto constituye una pena y estrés indescriptibles. Sería como torturar a los parientes. El Instituto también debe de cuidar esos aspectos. Nosotros estamos para servir a las personas. Ayudarles en lo que podamos. Aunque esta experiencia solamente puede ser sobrellevada con la ayuda de Dios. Imagínese Sr. Baltazar lo que le acabo de confesar. Yo un hombre de ciencia argumentando que Dios es el único que puede dar la confianza y resignación suficiente a los dolientes.

-No se preocupe Dr. Calero yo entiendo perfectamente de lo que habla.-

Salí inmediatamente de la morgue. Con cada paso sentí que mi cuerpo recuperaba su calor y cordura. Cuando me senté en mi carro experimente un ligero mareo. El que desapareció inmediatamente. Pero luego, vino el llanto. Lloré amargamente por saber dónde estaba mi papá. Grite, lloré, golpee el tablero del carro y pregunté una y muchas veces: ¡¿DONDE ESTAS?!, ¡¿DONDE TE TIENEN?! Pero no hubo respuesta, ni señales divinas que me indicaran que él estaba vivo. Así de pronto, mi alivio se tornó en angustia y desesperación.

Pasaron dos semanas después de mi visita a la morgue de Medicina Legal. Visité la delegación central de la Policía y la Fiscalía para actualizarme del proceso de investigación que estaban realizando ambas instituciones. Pero nada. Ni la Policía ni la Fiscalía habían hecho mayor cosa que comparar las características del interminable número de cadáveres registrados por ambas instituciones con las características de mi padre y de miles de desaparecidos. En este tiempo son cientos de desaparecidos. Aunque el Gobierno central no lo acepta por razones políticas.

Uno queda más vacío, más impotente, sin fuerzas, sin esperanzas de volver a ver a sus seres queridos cuando sale de esas instituciones del ministerio público. No hacen mayor cosa por encontrarlos con vida. No sé si porque no pueden o porque no quieren.

Todo se torna en una vacía rutina de ir y venir, pero sin saber nada de mi papá. Voy a la Universidad pero sin estar ahí realmente. Estoy en los salones de clase pero totalmente ausente. Estudio pero sin que se me quede nada, sin aprender nada. Todo lo absorbe él. Todo es él. Sí, mi padre…te busco en cada rostro. Quiero descubrirte en los ojos del  transeúnte que pasa o está frente a mí. Te añoro, te quiero, te extraño mucho…Vuelvo a ver rápidamente porque pienso escuchar tu voz, pero me doy cuenta que no eras tú. Todo era producto de mi imaginación-deseo. A veces, imagino en lo que me dirías si me vieras cómo estoy. Me paré frente al espejo de la sala y pensé en voz alta:

“¿Qué me dirías si vieras en lo que me he convertido? Quizás me dirías: “¡No mi´hijo… no ud no es así! Siga adelante porque para atrás ni para tomar impulso, como dijo el comandante Ernesto Guevara. Ud puede, yo sé que puedes. Eres talentoso…yo hubiera querido tener el talento que tú tienes. Sabes, si yo hubiese tenido la cuarta parte de tu talento, ahora fuera un hombre exitoso…”

-¡Pues no papá…noooooo…tú siempre fuiste exitoso!!! Porque a pesar de que no pudiste estudiar en la universidad lograste tus sueños. ¡Qué más éxito que ese!. Ser lo que uno quiere ser, con humildad pero sobre todo con dignidad. Eras, eres lo mejor que me ha pasado: ser tu hijo! Te quiero papá, te amo papá, te extraño…Y pude ver en el espejo mis ojos enrojecidos por el llanto silencioso de mi dolor.

Sonó el timbre del teléfono: una, dos, tres hasta siete veces y por una razón inexplicable, no quise responder. Pero insistieron e insistieron hasta que lo hice luego del cuarto intento. Tomé el auricular y se escuchó una voz conocida decirme:

-Sr. Baltazar, soy el Dr. Calero del Instituto de Medicina Legal. Le hablo para venga al Instituto. Hemos encontrado un cuerpo de un hombre que reúne las características de su padre. Tenemos un alto porcentaje de certeza de que se trata de él… ¿Señor Baltazar?…

-¿Por qué piensa ud. eso Doctor Calero?- Le pregunté en tono de resignación.

-Porque encontramos un documento de identidad personal en uno de los bolsillos del pantalón del occiso. El documento corresponde al de su padre, señor Baltazar…y…efectivamente…se trata de su padre…- Colgué el teléfono sin decir más.

Luego de un instante y quizás de manera automática tomé las llaves del carro de mi padre. Cerré la puerta de la calle al salir. Había dejado de llover hace unos minutos atrás. Y al ver el cielo, pude reconocer que se dibujaba un arcoíris…

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