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Democracia, crítica e intelectuales en Karl Popper

Luis Armando González

Hay que decir que Popper valoraba sobremanera  la responsabilidad moral de los intelectuales. Más adelante se plantearán algunas ideas suyas al respecto. Antes, nurse hay que dejar anotado que, online para él, check la democracia ese impensable sin la crítica del poder. Esto fue así, nos recuerda, desde los orígenes mismos de la democracia en el siglo V antes de Cristo. Dos autores griegos son claves para entender la tesis de Popper según la cual la crítica es un sostén ineludible de la democracia. El primero es Pericles, cuya oración fúnebre es una pieza clave de las convicciones popperianas en el tema que nos ocupa.

“Nuestra ciudad –-dice Pericles— tiene las puertas abiertas al mundo; jamás expulsamos a un extranjero… somos libres de vivir a nuestro antojo y, no obstante, siempre estamos dispuestos a enfrentar cualquier peligro… amamos la belleza sin dejarnos llevar por fantasías, y si bien tratamos de perfeccionar nuestro intelecto, esto no debilita nuestra voluntad… Admitir la propia pobreza no tiene entre nosotros nada de vergonzoso; lo que consideramos vergonzoso es  no hacer ningún esfuerzo por evitarla.

El ciudadano ateniense no descuida los negocios públicos por atender sus asuntos privados… no consideramos inofensivos, sino inútiles, a aquellos que no se interesan por el Estado; y si bien sólo unos pocos pueden dar origen a una política, todos nosotros somos capaces de juzgarla.

No consideramos la discusión como un obstáculo colocado en el camino de la acción política, sino como un preliminar indispensable para actuar prudentemente” .

Juzgar la política, discutir sobre ella, examinar, con el uso de la razón, sus límites y debilidades: esa es la raíz de la crítica en la democracia. Se trata de una responsabilidad que los ciudadanos no pueden eludir; están obligados moralmente a hacerlo, pues en ello se juega su misma condición de personas libres, autónomas y racionales. “El miembro de una sociedad  y  ciudadano de un Estado libre -–dice Popper— tiene, sin lugar a dudas, un deber de lealtad hacia el Estado, porque la existencia del Estado es esencial para la persistencia de la sociedad… Y, sin embargo, es también su deber combinar con esta lealtad cierto grado de vigilancia, e incluso cierto grado de desconfianza respecto al Estado y sus funcionarios: su deber es velar y estar pendiente de que el Estado no exceda los límites de sus funciones legítimas, y allí  donde hay poder siempre existe el peligro de que sea mal empleado” .

El autor al que se remite Popper para fundamentar su tesis es Sócrates, en quien se juntan tanto lo mejor de la moral de la responsabilidad individual como lo mejor de la responsabilidad ético-política. “[Sócrates] enseñó a tener fe en la razón pero, al mismo tiempo, a prevenirse del dogmatismo: a mantenernos apartados de la misología, la desconfianza en la teoría y en la razón, y de la actitud mágica de aquellos que hacen un ídolo de la sabiduría; y que enseñó, en suma, que el espíritu de la ciencia es la crítica” .

El humanismo y la ética de Popper tienen su raíz en el humanismo y le ética de Sócrates. Las enseñanzas socráticas son una fuente de la visión ética y política de Popper: “hemos mencionado ya -–escribe— algunos aspectos de las enseñanzas socráticas: su intelectualismo, es decir, su teoría igualitaria de la razón humana como medio universal de comunicación; su insistencia en la honestidad intelectual y en la autocrítica; su teoría igualitaria de la justicia, y su doctrina de que es mejor ser víctima de una injusticia que cometerla con los demás. Es esta última doctrina, en mi opinión, la que mejor puede ayudarnos a comprender la médula misma de sus enseñanzas, de su credo individualista, de su creencia en el individuo humano como un fin en sí mismo” .

Creer en el individuo es creer en su responsabilidad; es creer en sus capacidades racionales y morales. Pero, claro está, el ejercicio de esa responsabilidad, del uso de la razón y de la propia autonomía, no es un regalo del cielo, sino algo que se hace valer en cada momento de la existencia. Nadie puede eludir ese desafío, a menos que decida renunciar a su humanidad y a su libertad.

“Es este un problema que debemos encarar francamente, por duro que ello nos resulte. Si soñamos con retornar a nuestra infancia, si nos tienta el deseo de confiar en los demás y dejarnos ser felices, si eludimos el deber de llevar nuestra cruz, la cruz del humanitarismo, de la razón, de la responsabilidad, si nos sentimos desalentados y agobiados por el  peso de nuestra carga, entonces debemos tratar de fortalecernos con la clara comprensión de la simple decisión que tenemos ante nosotros. Siempre nos quedará la posibilidad de regresar a las bestias. Pero si queremos seguir siendo humanos, entonces sólo habrá un camino, el de la sociedad abierta.

Debemos proseguir hacia lo desconocido, lo incierto y lo inestable sirviéndonos de la razón de que podamos disponer, para procurarnos la seguridad y la libertad que aspiramos” .

Los intelectuales tienen una enorme responsabilidad moral ante la sociedad. Deben ser conscientes, ante todo, de que su saber es limitado, es decir, que son falibles y que es más lo que no saben que lo que saben. Sin embargo, también tienen el deber de defender la capacidad del intelecto humano para aproximarse cada vez más a la verdad, siempre y cuando se haga un ejercicio crítico de la razón. Como cualquier persona, las decisiones morales del intelectual son responsabilidad suya, y, como cualquier persona, su guía debería ser su propia razón. Con todo, al intelectual más que a nadie, le corresponde defender un ejercicio crítico de la razón. Quizá esa sea su principal obligación moral. Los referentes intelectuales y morales de Popper en este punto son el racionalismo y la Ilustración, especialmente tal como los asumieron Kant y Pestalozzi. En la formulación de Popper:

“Podría expresarse la actitud racionalista de la siguiente manera: quizá yo no tengo razón y tú tienes razón; en todo caso, ambos podemos confiar en ver después de nuestra discusión algo más claro que antes, y de todos modos ambos podemos aprender mutuamente, mientras no olvidemos que no se trata tanto de ver quién tiene la razón, sino mucho más de aproximarse a la verdad. Sólo con esta finalidad nos defendemos en la discusión tan bien como podemos.

Esto es, en pocas palabras, lo que quiero decir cuando hablo de racionalismo. Pero cuando hablo de la ilustración, me refiero todavía a algo más. Entonces pienso, sobre todo, en la idea de autoliberación por medio del saber –-aquella idea que inspiró a Kant y a Pestalozzi; y en el deber de cada intelectual de ayudar a los demás a liberarse espiritualmente y a entender la actitud crítica; un deber que han olvidado la mayoría de los intelectuales desde Fichte, Schelling y Hegel. Pues desgraciadamente está muy extendido entre los intelectuales el deseo de infundir respeto a los demás y, como dice Schopenhauer, no de ilustrarlos, sino de deslumbrarlos.

Se presentan como guías, como profetas… Se buscan guías y profetas. No es de extrañar que se encuentren guías y profetas. Pero ‘seres humanos adultos no necesitan ningún guía’, como dijo una vez H.G. Wells; y los adultos deberían saber que no necesitan ningún guía. Y por lo que al conjunto de profetas respecta, creo que en el deber de cada intelectual de distanciarse de ellos por lo más inteligible” .

En definitiva, los intelectuales, si quieren contribuir a que la sociedad supere sus situaciones más graves para la vida de las personas, no deben -–siguiendo las exigencias de la razón crítica y los valores ilustrados– abandonar la plaza pública, dejando que la sinrazón, el dogmatismo y los intereses mezquinos se impongan como criterios de convivencia social y política. A la manera de Sócrates, deben someterlo todo –-incluida la democracia y sus supuestos— al escrutinio de la crítica, pues en ello radica su contribución invaluable a la democracia. No hacerlo los convierte, como dice Popper siguiendo a Julien Benda , en los “traidores del espíritu”.

Tal es lo que sucede cuando “queremos llamar la atención y hablamos un lenguaje incomprensible, pero sumamente espectacular, erudito, ingenioso, el cual hemos heredado de nuestros maestros hegelianos… Es esta contaminación lingüística la que hace precisamente imposible hablar razonablemente con nosotros intelectuales y pescamos en río revuelto” .

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