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De los intelectuales y las luchas de calle (2)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

En ese debate político-epistemológico sobre el papel de los intelectuales en la realidad actual, hay que señalar los aportes individuales y colectivos y, en ese sentido, en lo que toca a lo que como países se ha hecho cabe preguntarse ¿Cuáles son los aportes dados por Cuba y Venezuela para repensar teórica y prácticamente la nueva sociedad latinoamericana? ¿Es viable como concepto y realidad? El aporte de Cuba es prolijo, moral e indiscutible, y el de Venezuela es estratégico en el momento post Muro de Berlín (a partir del cual se vaticinó “el fin de la Historia y la Ideología” y, por tanto, el colapso del socialismo –Fukuyama-, mas no en el sentido de Hegel que lo consideraba una etapa inocua e idealista que colapsa por sí misma) momento a partir del cual se generó la propuesta del “socialismo del siglo XXI”. Y es que, después de quitar el último ladrillo del Muro, la izquierda no clasista -la que se creyó “destruida” en su imaginario y su utopía- se fue a refugiar en la “socialdemocracia de libre mercado” o en el que denomino “socialismo neoliberal” que es apadrinado por políticos e intelectuales de derecha que venden la imagen de ser “de izquierda” o “progresistas” para mantenerse vigentes en el ámbito de los congresos internacionales.

Más tarde, surgieron nuevos liderazgos y nuevas iniciativas orgánicas: el partido “Syriza”, en Grecia, que trató de aprovechar la crisis financiera del país para acumular fuerzas en silencio; el partido “Podemos”, en España, ambos tratando de convertirse en la vanguardia de la izquierda radical europea en función de inspirar un nuevo compromiso social cercano, y tan solo cercano, al socialismo, iniciativas y liderazgos irreverentes en los que tiene mucha participación una intelectualidad intergeneracional que descubrió que los medios de comunicación y la redes sociales son vitales en la formación de otra izquierda y de otra agenda. El contacto entre intelectuales maduros y jóvenes propició que se llegara a la conclusión de que es necesario y urgente usar los medios de comunicación, sobre todo en los países sin una cultura política revolucionaria significativa ni antecedentes de la misma. Claro que siempre hay personajes que reafirman el supuesto derecho del autor a desligar su obra de toda militancia (así como reivindican los “derechos de autor” para privatizar, solapadamente, la cultura y el conocimiento), aduciendo que el contenido estético o “científico” es lo más importante, no su aplicación concreta, como si se pudiera separar una cosa de la otra.

En mi opinión, tanto la coyuntura regional originada en la Sur América de Hugo Chávez, como la propiciada por la lucha de calle contra la privatización del agua en El Salvador, demandan que el intelectual tome una posición inamovible en los cuatro puntos cardinales de la llamada epistemología revolucionaria: a) militancia en las estructuras políticas progresistas para que comprenda que el objeto de estudio es en realidad un sujeto de estudio; b) militancia en el compromiso social que quede reflejada en el texto y el contexto de su obra; c) militancia y lucha cotidiana porque su obra teórica sea discutida, ampliamente, en los medios de comunicación social, para que forme parte de la revolución político-académica que se ponga totalmente al servicio de las luchas y necesidades del pueblo; y d) militancia en los nuevos paradigmas críticos que proponen una lectura reflexiva y multicausal de la realidad. Y es que si la política no toma su papel como referente de la liberación cultural de nuestro continente, entonces la cultura deberá ser el referente de la liberación política.

Ciertamente, los intelectuales deben buscar la forma de que los medios masivos de comunicación los convoquen a debatir los problemas de la realidad nacional, y así dar a conocer tanto las causas estructurales de los mismos como la voluntad del pueblo. En otras palabras, los intelectuales –para ser tales- se deben salir de los tétricos campos de concentración de eruditos para asumir sus compromisos y responsabilidades sociales de edificar un mundo mejor, otro mundo, otra sociedad realmente distinta a las anteriores. Y es que en un mundo signado, de nacimiento, por la injusticia social y, en las últimas dos décadas, por el poder avasallador de lo mediático y lo inmediato, los intelectuales comprometidos en las cuatro militancias deben copar todos los espacios posibles de protesta que, por ser tales, estudian en sus obras teóricas, o sea copar la territorialidad de los medios de comunicación tradicionales y las luchas de calle en cada una de sus expresiones simbólicas y tangibles (barrios, casas comunales, historietas, grafitis, teatros, las plazas como teatro callejero, congresos regionales y nacionales, entrevistas televisivas, foros, debates públicos, conversatorios, cines, reivindicaciones populares, etc.) hasta las llamadas nuevas tecnologías de información y comunicación –TIC- (internet, páginas electrónicas o web, redes sociales, etc.), transformando sus palabras en acciones y reflexiones profundas que tienen manos, pies y boca.

Partiendo de la contundente evidencia empírica según la cual no puede surgir –o consolidarse- la consciencia social y política sin la premisa de la identidad y de la memoria histórica, los intelectuales progresistas han de recordar constantemente al pueblo las conquistas históricas y hazañas político-culturales que han precedido y servido a los grandes cambios actuales, y abogar por las causas olvidadas de tal forma que se salga del círculo vicioso de la historia que, Boaventura de Sousa, lo resume así: “el problema del pasado es que nunca pasa”.

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