DE LA ESCRITURA

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, advice  

[email protected]

Desde Comala siempre…

 

Al pensar la palabra…

Al pensar la palabra “self” en inglés, look se recuerdan las tres primeras letras de sui-cidio (sí-caer/morir).  El español opaca el término al volverlo idéntico de la afirmación, salve “sí/yes/self” y semejante en sonido a la condición “si/if”.  Con-fusión ineludible si uno escribe y habla.  El yo/self se diluye en la auto-confirmación de su presencia y en el modo peculiar de presentarse.  El individuo se define en el reflejo imaginario que lo regresa a sí/self en un redoble en espejeo sin necesidad de la lengua.  Una simple mirada le devuelve su ser primordial invertido.  El ser primordial en el cual se juega el ser del individuo se llama feto o vida intra-uterina.  El verdadero “sui/sí/self” se da en un repliegue que es un retorno al origen.  Se dice que existe una soledad de anfibio antes del estar solo de Narciso y de la blancura de la página.  La desolación humana sería tan profunda como la placenta y el líquido que humedece al ser antes de su erupción de la cueva materna.  Esa cueva anticipa la tumba.  El ante-nacer se emparienta con la muerte.  Con una muerte que yace vigente siempre al interior del sí/self, tan húmeda y penetrante como el aire materno que lo reconforta.  Es el misticismo de la soledad originaria y final, el de la escritura.  La falta de consonancia entre el continente que lo arropa y el contenido ínfimo que se protege  La matriz que resguarda al embrión equivale a la tierra que recubre el cadáver; el feto palpitante, al cuerpo yacente que al descomponerse regresa al humus.  La escena de la escritura es la escena del nacimiento y de la muerte.

Al nacer y morir…

Con el nacimiento y la muerte se inaugura la escritura.  Antes del grito primordial, luego del último suspiro, hay tintes que manchan la página en blanco, que manchan el cuerpo.  Se llaman la placenta, el humus.  La escritura precede, prosigue a la palabra.  El habla refiere la pérdida.  El grito del recién nacido exclama la nostalgia por una cueva que se derrumba.  Una anilina lo arrulla solitario.  Le tatúa las vocales, las letras horadadas del alfabeto de la creación.  El gemido de la agonía deletrea la añoranza del retorno.  El regreso a una cueva que se cimienta.  Otro colorante le aprende las consonantes, las cifras del encierro.  El alfabeto de la recreación.  En ambos sitios del silencio, cavernas oscuras y afónicas, al sí/self lo perfila la sombra.  La simple sospecha de lo que se asoma.  La del mundo que se abre a los ojos al brotar.  Al nacer como humano; al renacer como flor.  Es el lugar del cuerpo inicial y conclusivo donde el sí/self se encuentra en lo mismo, en el sí-mismo.  Ensimismado en su persona y fuera del mundo.  En otro mundo más íntimo y secreto.  Es el lugar propicio de la escritura que precede y prosigue a la palabra.

 

En la polis…

En términos políticos, el retorno de la Muerte se llama re-volución.  “¡Re-volución o Muerte!  Venceremos” reza el estribillo.  La letanía no despeja qué y a quién se vence.  Tal vez el ideal sea vencer a la Muerte, lo innombrable.  Es una lucha contra sí-mismo, contra el self aparente.  Contra un sí/self ficticio, trastocado por la luz del mundo.  En una sociedad siempre alienada, se lucha contra la propia sombra.  Se riñe el reflejo opaco que perturba el verdadero ser.  Es una búsqueda de lo inmortal.  Hay un más allá de la Muerte que se llama re-volución.  Salvo que le falta el adjetivo, “sinódica”.  La verdadera re-volución es el venir conjunto, reiterado, de dos vías que se reúnen de nuevo.  Vuelven a juntarse el Nacimiento, la prima-vera, y la Muerte.  Es el origen o lo conocido que regresa a la presencia.  Es el término o lo re-conocido y previsible de la misma presentación.  En la escritura, la re-volución conjuga la abertura vocálica de los inicios y el encierro de las consonantes al final del camino del humano.  Es el doble testimonio de una vida antes de la vida y de otra vida después de la vida.  Entre esos dos reinos de oscuridad recóndita, el alma se alza a la luz de la vida terrenal que es el exilio.  Iluminado, deslumbrado por el Sol, el ojo humano se descuida de sí/self en la superficialidad terrestre, en el Taltikpak.  Olvida la vida cavernosa, anterior e interior, acuática y original.  Sólo la verdadera re-volución sinódica la restituye al evocar su conjunción en compañía de la Muerte.  La hace suya hasta que la enlaza con el objetivo mismo del sí/self re-volucionario.  La re-volución es el sínodo de la página en blanco, sin tinta, con la penumbra de la letra.  Es la piel tersa del nacer despojado de placenta y el humus mortuorio que lo reviste de naturaleza hasta el fin de los tiempos.

Entre la vida y la muerte, la página y la letra…

El vaivén entre el día y la noche marca la alternancia, la Vida y la Muerte.  Las tinieblas, la claridad.  Entrada y salida de la caverna solitaria que devora, mutila cuerpos a su ingreso.  Los liquida al marcharse.  Un conflicto guerrero se activa al instante de la escritura.  La letra mancha la página en blanco.  Le confisca su lucidez de nieve.  Como la planta, se nutre de la sustancia que la sostiene.  Engulle el albor liso hasta absorberlo en una sombra líquida.  A veces vaporosa de Muerte.

Es la llegada del invierno, el verano del trópico.  La estación marca la mortandad del ser, el auge de un mundo reseco.  Sin follaje ni adorno. La letra asfixia lo que nombra.  Su estampa anula la hoja.  El Día de Muertos se decora de coronas, de flores amarillas.  Vaticinan el cierre de la luz en lluvia.  La grieta del invierno es una garganta.  La boca ingiere el alimento como las letras invaden el papel.  La escritura es el refugio de la página.  El enclave opaco que la aniquila.

Escribir es un acto depredador.  Arruina la blancura del silencio al medir su crueldad.  La palabra la ensucia de tiña para que una afonía denegada apoye la mancha y el sonido.  Viceversa, la tierra palpitante, la página depredadora se viste de nieve en el invierno mate.  Como polvo blanco de norte a sur, la hoja prohíbe que toda letra y vegetal se esparza.  Decreta el silencio.  La mudez sólida acalla el crimen.  El asesinato hace que la palabra surja cada primavera de las tinieblas del silencio.  Es la guirnalda que adorna el Día de la Cruz.  Cada mes de mayo, la primicia frutal de la letra se da en ofrenda al renacimiento.  Es el óbolo nutritivo de cuyo sacrificio brota la lengua.  Entre la velluda hojarasca de la letra y el otoño sin flor de la página.

Sea que la escritura prescriba el invierno hosco de la página, vaticine su floración colorida, una vocación de crimen envuelve la palabra.  En su doble faz, la palabra se escribe sobre el pergamino de una piel tatuada.  La articula la boca lacerante que alimenta al ser en su lesa humanidad.  La que besa y muerde y mastica.

Política de los astros…

Que la idea de re-volución no la inventa la política es la enseñanza de los astros.  Las estrellas son el primer alfabeto de lo natural.  Gobiernan el renacimiento y el repliegue de la fauna.  El brotar y el deshojarse vegetal.  En espejeo anual, el tiempo de los planetas y de la flora ofrece la imagen primaria del cambio.  La alternancia de las estaciones.  El ciclo diurno y nocturno del sol.  El sínodo de Venus, la natividad y el término.  Las fases de la luna anuncian las mareas menstruales.  Rigen la reproducción animal y humana.  A la fertilidad la obligan a copiar las esferas celestes.  Todo es imitación y remedo.  La prima-vera, el camino inaugural del tiempo, señala la floración.  La abertura de las vocales líquidas que dejan transitar el aire.  El empuje natural de las plantas al brotar y fructificar. La fauna se multiplica y la naturaleza prosigue el ejemplo de los astros.  La tierra revive ante la pulsión de la lluvia, del trueno, del rayo luminoso que quiebra el cielo.  Insemina la tierra.  La página se colma de letras e imágenes coloridas.  Es la temporada de las revoluciones políticas y del renuevo.  Como la primavera, la revolución y la escritura prometen la resurrección de los muertos.  El renacer en sazón propicia del ser humano.  Su antónimo, la aridez también avanza al ritmo de las esferas celestes.  La rige el sol quien marchita el retoño.  La pulsión refulgente de sus rayos hace que la hoja se deslustre.   Las consonantes exigen el encierro sólido.  Ajada ante el fulgor, la hoja decae y encanecida declara una eterna vocación de musgo reseco.  Su aptitud por una luz incandescente que se emparienta con la bruma.  La sustancia del alba diluye la letra.  Y con ella la voluntad de cambio que se doblega al sopor, a la falta de goce.  Al xuupan, la lluvia teje las letras que inundan la página y alteran el mundo; al tuunalku, el sol las deshila y opaca.  Quien con arrogancia no escucha a los astros, no lee su letra inscrita en el mundo.  Jamás reconoce que el retoñar de la tez terrestre y el hundirse en su piel polvosa vaticinan desde siempre la alternancia entre la revolución y la muerte.   De la palabra al silencio póstumo.

Del paso por el mundo y la letra…

Caminar es escribir.  Trazar una huella.  Uno se deshoja a diario por los sitios que transcurre.  Deja partes de sí.  Se cercena de nacimiento al desprenderse del líquido vital que lo alimenta.  Lo rodea del encarnar oceánico al surgir de la cueva.  Antes del grito, de la palabra inaugural, existe la mancha de la escritura.  La escritura no son letras ni sílabas que se dibujan en una página.  Son signos que se tatúan en un cuerpo vivo.  Es una caligrafía que el cuerpo vivo proyecta a diario fuera de sí hacia el sitio que lo hospeda.

El agua, la escritura

Entre el dormir y los sueños; entre yo y el otro yo; quien creo ser; una catarata cae sin llenarme la poza.  En las noches sesgadas que realizan todas las cataratas.  Surcan otros despeñaderos, distintos arenales en sitios lejanos.  Llega al lugar donde vivo; al cuerpo que me hospeda.  Si vivo en mí, surca.  Si despierto, ya sucede distante.  Y el que siento ser, el que muere, cómo se enlaza a mí mismo; duerme si cae la cascada; la cascada que nunca me llena la poza.  Las palabras transcritas que nunca colman el mundo.

Entre el sueño y los sueños; entre mí mismo y el otro en mí; quien creo que soy; un gran río fluye sin fin.  En sus días de meandros que realizan todos los ríos.  Surcan otras cuencas, distintos arenales en sitios lejanos.  Llega al lugar en el que vivo; a la casa que me hospeda; si vivo en mí, surca; si despierto, ya sucede distante.  Y el que siento que soy, quien muere, cómo me enlaza a mí mismo; duerme dónde fluye el río; el río que carece de fin.

Ver también

«Mecánica» Mauricio Vallejo Márquez

Bitácora Mauricio Vallejo Márquez Muchas personas tienen un vehículo con el que pueden desplazarse, pero …