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Cuestión de millonarios

José M. Tojeira
José M. Tojeira

José M. Tojeira

Los índices de desigualdad siguen siendo grandes en El Salvador. No faltan quienes aseguran que la desigualdad, pilule tan patente y visible en nuestras tierras, medicine es al menos una de las causas de la violencia que nos consume. En El Salvador no faltan los millonarios. La revista Forbes en su versión mexicana presentaba recientemente la lista de los 12 millonarios más importantes de Centroamérica, con posibilidades de entrar en la lista de quienes poseen más de mil millones de dólares. En ella aparecían los salvadoreños Ricardo Poma y Roberto Kriete como parte de la docena afortunada. Una docena de la que nadie podrá decir que está constituida por gente adocenada. Y probablemente algún miembro de los diversos grupos económicos o políticos (espero que otros millonarios no se molesten si no se mencionan sus nombres), se acercan también a esta lista.

La lista y los nombres vienen al caso por dos razones: La primera que recientemente Christine Lagarde decía que “las 85 personas más ricas del mundo, que cabrían todos ellos en un solo autobús de Londres, controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad; es decir, 3.500 millones de personas”. Las personas mencionadas no están entre los 85, por supuesto, pero se acercan a ese club tan especial. Y lo que es peor, un porcentaje considerable de nuestra población sí está en esa mitad desafortunada de la humanidad. Y desde esa constatación de las grandes desigualdades Christine Lagarde, que es la Directora del Fondo Monetario Internacional, que fue ministra de Hacienda en Francia durante un gobierno de derecha y que es una clarísima partidaria del capitalismo, solicitaba que el capitalismo fuera más inclusivo, que desarrollara “más inclusión en el crecimiento económico”.

Y la segunda razón por la que el tema viene al caso es por la dura oposición al tema de impuestos de nuestro capitalismo nacional. Quienes observamos la política nacional podríamos entender que hubiera oposición a una subida concreta de impuestos, y que se hiciera una contrapropuesta con la que se llegara a un pacto fiscal más amplio, con metas y montos económicos destinados a programas de desarrollo social. Pero una oposición frontal y radical a cualquier subida de impuestos, como suele suceder entre nosotros, es oponerse a un capitalismo inclusivo. En ocasiones da la impresión que unos cuantos de nuestros salvadoreños económicamente poderosos prefieren dar limosna a pagar impuestos. Exigir austeridad es un deber de toda la ciudadanía, pero se exige mejor cuando la proporción de lo que se paga en impuestos sobre las propias ganancias es más alta. Y sin duda los pagos de la clase media y de nuestros sectores empobrecidos son más altos, en proporción a sus ingresos, que los aportes al fisco de quienes tienen más.

Y no se puede decir que no haya dinero en El Salvador. Para un país tan chiquito tener al menos dos personas en la lista de los mil millones indica que hay dinero. La industria cañera, según datos del Banco Central, ha tenido un crecimiento promedio del siete por ciento anual en los últimos veinte años. La venta de grandes empresas y bancos a trasnacionales ha dejado dinero en el país. Y por cierto, no solamente el expresidente Flores envió dinero a las Bahamas. La ONG Finacial Integrity habla de ocho mil setecientos millones de dólares salidos de El Salvador hacia paraísos fiscales en los años 2001-2010. Diversos grupos económicos de El Salvador han hecho jugosas inversiones en el resto de los países del área. Se dice, razonablemente, que la economía de El Salvador no crece. Pero es evidente que la economía de una reducida minoría sí está creciendo, y a veces de modo espectacular, si vemos inversiones, viviendas y estilo de vida. Dinero hay, pero en pocas manos y no siempre utilizado según los rectos criterios de una necesaria justicia social.

Más allá de esta reforma de impuestos, la necesidad de una reforma fiscal seria y aceptada por todos es urgente. No se trata de repartir pobreza, sino de enfrentar el futuro adecuadamente. No se sale del subdesarrollo sin universalizar tanto la preprimaria como el bachillerato, al tiempo que se le infunde calidad a la educación. Y lo mismo podríamos decir respecto a un sistema igualitario y eficiente de salud pública. O de mecanismos de acceso de las familias a viviendas dignas en propiedad, retribución con salarios decentes, etc. Pues mientras no salgamos del subdesarrollo, las desigualdades seguirán creciendo. Porque los sectores privilegiados seguirán tratando de vivir con el estilo del bienestar que marque la moda, que sin duda seguirá siendo caro e inaccesible, al menos para los pobres. La desigualdad continuará transmitiéndose generacionalmente y con ella todas estas plagas de la desigualdad que se llaman violencia, crimen, narcotráfico, migración, dolor y muerte. Una reforma fiscal de fondo, en la que el Gobierno se comprometa al buen uso, austero hacia dentro y comprometido hacia afuera con el desarrollo social y económico es necesaria. Como lo es también la transparencia y la auditoría social de los fondos adquiridos. Quienes se oponen a las subidas de impuestos debería saber esto y proponer alternativas si no les gustan estas reformas de impuestos que tratan de satisfacer gota a gota las necesidades de los sucesivos gobiernos. Si sólo saben oponerse a los impuestos, no se quejen de que algunos les llamen ricos ladrones, que otros hablen del socialismo del siglo XXI, o que otros les digamos que no tienen idea de lo que es la justicia social y que son los principales responsables del subdesarrollo, la violencia y el desbarajuste de El Salvador.

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