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Crónicas de infancia, Crónicas de fantasmas

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

Hace casi tres años, recipe desafiando el tráfico caótico y la vida incesante que bulle entre las sucias, y luminosas calles de San Salvador, llegué hasta una mísera librería, verdaderamente una cueva llena de revistas y libros polvosos, que sólo Dios sabe cómo aparecieron ahí; qué sólo Dios sabe qué mano los llevó a cambio de unos escasísimos cuartillos de real.

Francamente, daba miedo ingresar a un sitio lo más alejado posible de cualquier venta de libros de segunda, de otras latitudes. Se trataba de un lugar infecto del cual emanaban hedores de ratas y blatodeos, una pocilga, atendido por dos mujeres, entregadas – en ese momento- a engullir sus enormes y cargadas sopas de mondongo. Sin embargo, a pesar de este sórdido ambiente, un diamante me aguardaba.

Ese día logré recuperar un libro que presté o perdí (no lo sé a ciencia cierta) hace décadas. Se trataba de “Crónicas de infancia” de José María Cuéllar (1942-1980) en esa hermosa edición de la Colección Nueva Palabra (Dirección de Publicaciones, 1971).

Recuerdo perfectamente cómo a los dieciséis años, el largo poema inicial, titulado “Elegía”, me conmovió e impresionó por la hondura y magia de un mundo íntimo, lírico, lleno de fascinantes sensaciones e imágenes. Tuve, a partir de ese primer encuentro con la obra de Cuéllar, la convicción que me encontraba frente a un poeta de gran intensidad, que lamentablemente falleció a temprana hora de su devenir vital y literario.

Ya en diciembre de 1971, Roberto Armijo, enviaba desde París, una nota crítica sobre Crónicas de Infancia, a la revista “La Pájara Pinta” de la Universidad de El Salvador (Número 66, enero-febrero de 1972), donde destacaba el discurso poético del escritor ilobasquense, pleno de evocaciones, caracterizado, según Armijo por: “… una mirada sensitiva, sobresaltada que busca los rincones, los lugares de la casa paterna, en los sitios más secretos para descubrir un universo de sortilegio, de asechanza milagrosa. Este enfoque subjetivo convierte en remarcado impresionismo el desarrollo de los temas y vuelve terso, etéreo y simbolista su verso largo y cadencioso”. Y sigue el crítico más adelante: “…En sus poemas ansía recobrar y perpetuar el mundo visto y gozado en sus años de niño. Con su retrospección imbuida de aventura pretende enumerar esa edad sumergida entre el sueño y el recuerdo. Esta enumeración abarca el espacio agreste, el ámbito familiar o el simple mundo de los objetos y los animales”.

En “Elegía”, José María Cuellar transita por lo real maravilloso del pueblo, con sus caserones llenos de pasados y presentes fantasmas. Frías madrugadas donde ladran los perros a lo lejos, y las flores cultivadas en los patios, dejan escapar su fragante aroma. Veamos esta incursión a la Edad de Oro: “La madrugada crecía como mala palabra y mamá se lavaba las manos en un lavatorio azul, /mientras me orinaba en el tiesto donde tomaban agua los patos. / El perro mordía la sombra bajo los narcisos. /Vamos a Tecoluca dijo mi madre y doblaba mi pantaloncito ocre de un solo tirante./ Tenemos que tomar el tren muy tempranito y se nos hace tarde./Un río helado corría por el patio y olía a fantasmas de albañal/ y desgracia con amoníaco, y madre lloraba en silencito/bajo la tapia de la escuela primaria de Sor Henríquez”.

Este es un libro que merece reeditarse para ser conocido por todos los salvadoreños. Estructurado en tres partes, contiene uno de los más preciosos y proféticos poemas sobre las guerras salvadoreñas, y en definitiva, sobre la tragedia  de la guerra, como el más absurdo drama humano.

Un libro que, los jóvenes y viejos poetas, deberían leer y releer respectivamente, para – más allá de sus macas que son pocas, y de sus aciertos, que son muchos-  comprender que la poesía, no es sólo un artificio, una singular acrobacia verbal, sino, ante todo, un letra bien escrita, rubricada, con lo mejor del alma.

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