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Corrupción Política

Guido Castro Duarte

En los últimos meses se ha usado frecuentemente el término “corrupción” asociado con los diversos casos de enriquecimiento ilícito cometidos supuestamente por ex funcionarios de gobierno.

Corrupción es un término demasiado amplio y vago como para limitarlo a un hecho determinado. La corrupción se produce en los seres que mueren, corrupción hay en la “mordida” que se entrega al agente de tránsito para evitar una multa, corrupción hay en los alimentos que se dejan podrir en la refrigeradora, corrupción hay en la “donación” que se da en un colegio para lograr el ingreso de un alumno sin méritos, en fin, ese término puede ser usado para definir muchas cosas… y nadie puede negar que alguna vez ha cometido algún acto de “corrupción”.

Pero específicamente queremos referirnos a los casos que se dan en el ámbito político, en el que los fondos estatales, que están destinados para la consecución del bien común, que es el papel fundamental del gobierno de un Estado, pasan al dominio de particulares.

Es innegable que vivimos en una cultura de la corrupción, y estos casos, pese a su magnificencia, no deberían de extrañarnos. Todos los partidos políticos, salvo honrosas excepciones personales, pueden ser señalados en la comisión de diversos delitos relacionados con la corrupción.

Este fenómeno comienza en la tierna edad escolar y en la escuela familiar. Si el niño no es educado en el honor y la honestidad, empezará a ser absorbido por la Ley de la Selva o de la supervivencia urbana. “Nada se mueve sin el lubricante universal” decía un amigo que ya pasó a mejor vida. Y pareciera que tenía razón, porque cuando pretendes sujetarte a la legalidad, todo se vuelve lento y pesado, pero si se “azota” lo que se pide, todo camina a la velocidad de la luz, o surgen mágicamente las resoluciones judiciales o administrativas, tal como se “desean”.

El político corrupto se hace la idea que lo que roba no es de nadie, o que otros se lo robarán de todos modos, es un simple mecanismo de justificación mental, pero están equivocados. Los dineros del erario público son del pueblo, y están destinados para ser invertidos en beneficio del pueblo, no para lujos o privilegios personales, o para ser depositados en cuentas particulares o cifradas en los paraísos fiscales.

No es posible que millones de salvadoreños se debatan en la más extrema pobreza, y que además, no gocen siquiera de los servicios básicos de salud, seguridad y educación, y por el contrario, los que se reciben, si es que existen, son de manera deficiente.

Además de los nuevos millonarios que surgen después de cada gobierno, somos testigos del enriquecimiento sorpresivo y excesivo de los amigos de estos políticos al recibir “trato preferencial” en las licitaciones y contratos con el gobierno. Y así hemos visto surgir una nueva clase media alta producto de la corrupción, tan o más soberbia que los propios oligarcas, y alrededor de ellos, otro ejército de soba levas o igualados, que van recogiendo el ejemplo de los grandes corruptos o sus migajas, a costa de hacer el trabajo sucio.

Estos corruptos llevan sobre sus conciencias a miles de vidas. Enfermos fallecidos por falta de medicinas, equipos quirúrgicos o programación oportuna de sus cirugías. Miles de asesinados por la falta de seguridad a causa del deficiente equipamiento o preparación de los agentes policiales. Se incluyen entre sus víctimas a millones de niños y jóvenes, malformados en las escuelas e institutos públicos y privados, por la falta de locales decentes y equipamiento; formación y supervisión deficiente de los maestros. Niños y jóvenes, ahora esclavizados por un teléfono “inteligente” y por el internet, deformados por el ciber sexo y sin más aspiración al graduarse que “irse para el norte”.

Somos una sociedad sin identidad propia, con una población mayoritariamente dominada por la pobreza y el sub desarrollo, dividida por una gran brecha económica entre una minoría que goza de una riqueza y ostentación insultante, y la mayoría que viven con menos de cinco dólares al día. Una sociedad ignorante por la deficiencia de nuestro sistema educativo, empobrecida, y una nueva oligarquía, sostenida por la corrupción que cultivaron sus antepasados a los largo de los siglos.

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