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Coreograma en mano

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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El director prorrumpió en sonora carcajada. Era un hombre respetable y de buen humor. Quedamos desconcertados, help dudando si expresé alguna idiotez. Cuando se calmó nos dijo seriamente:

–¿Y ustedes piensan que cualquiera puede ser maestro? ¿Qué estudios de educación normal han realizado?

En la prosalegre anterior decíamos que me había quedado de vaguito en mi pueblo, cheap Cojutepeque, generic durante 1953. Mi amigo Ricardo Martínez Saca me pidió que lo acompañara a San Salvador para buscar trabajo.

Viajamos a la capital varios días y no encontramos plaza vacante, nos sentíamos frustrados, pero el último día logramos que nos recibiera el profesor Manuel Vela, director de Educación Primaria. Le había dicho que quería trabajar aunque sea de maestro. Él prorrumpió en carcajadas y después nos dijo:

–¿Y ustedes piensan que cualquiera puede ser maestro? ¿Qué estudios de educación normal han realizado?

–Ninguno. Pero ya finalizamos el tercer curso de Plan Básico – le mostramos el certificado –,  y pensamos que podríamos lograr que los alumnos aprendan. Además nos gustan los niños.

–¿Por qué les gustan?

–Tenemos hermanitos y no los maltratamos, jugamos con ellos. Así haríamos con alumnos tratando que aprendan con alegría.

–¿Cómo juegan con los niños?

–Además de ayudarles con sus tareas escolares cantamos y bailamos rondas, por ejemplo: «Doña Ana no está aquí, estará en su vergel, abriendo la rosa y cerrando el clavel…» – lo dije medio cantado.

Ricardo advirtió que recordaba los juegos que aprendimos con la maestra en el centro educativo donde habíamos estudiado. Enseguida el director dirigió su vista a Ricardo.

–También el juego de «Esconde el anillo, escóndelo bien» – dijo Ricardo –. Se coloca el anillo en la mano a uno de los niños sin que vean los demás, se le pregunta a otro ¿quién tiene el anillo? Si se equivoca se le pone una penitencia que consiste en bailar, cantar, hacer muecas…– el director levantó la mano en señal de suficiente.

–¿Cómo haría para enseñar a escribir? – me preguntó.

Recordé cómo lo hacía la niña Chon, la maestra que me enseñó a leer y escribir.

–Es importante – respondí al director – que el niño aprenda a tomar el lápiz entre el dedo central, el índice y el pulgar de la mano derecha; luego que en un cuaderno rayado trace palotes equidistantes y del mismo tamaño; la muñeca de su mano irá dominando los movimientos para el trazo uniforme.

–¿Y si un niño no tiene cuaderno rayado, como haría? – preguntó a Ricardo.

–Compraría pliegos de papel de empaque y con ellos haríamos libretas cosidas con hilo y aguja.

–¿Qué seguiría? – me dijo.

–Que los niños rayen su libreta, y tracen óvalos continuos sin levantar el lápiz, de izquierda a derecha en el mismo sentido del movimiento de las agujas del reloj y después en sentido contrario.

Observamos que el director aceptaba con leves movimientos de cabeza. Continuó con otras preguntas que contestamos con seguridad. Luego hojeó en silencio un fólder donde supuse tenía las escuelas con sus plazas vacantes. Había escasez de maestros graduados y la mayoría no aceptaban trabajar en cantones remotos ni en pueblos alejados de las cabeceras departamentales. El director cerró el fólder y nos hizo otras preguntas. Enseguida volvió a hojear el fólder, cruzamos los dedos haciendo fuerza mental para que decidiera nombrarnos como maestros.

Estábamos nerviosos, a la expectativa de su decisión. Pasaban los segundos y nuestra mente estaba haciendo peso psicológico para que tomara la decisión afirmativa. Pasaban segundos y más segundos.

Por fin, llamó a la secretaria y le ordenó que elaborara dos correogramas: Uno para Ricardo como profesor auxiliar de la escuela urbana mixta de Chiltiupán y otro para mí en la escuela de Teotepeque. El señor Vela firmó y nos entregó esos nombramientos. Brincamos de contento ante su presencia, él sonreía, y nos despidió con las palabras: «Buena suerte, muchachos, llevan una gran responsabilidad».

Salimos con el correograma en mano, agotados, parecía que habíamos contestado un cuestionario de mil preguntas sin saber pedagogía, y alegres, puesto que por primera vez íbamos a trabajar. Entramos a la Farmacia Charláis a beber un refresco embotellado de los que preparaba el Dr. Miguel Charláis de San Miguel. Ricardo se mostraba satisfecho y yo reflexionaba sobre lo que me esperaba como maestro. (Continuará).

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