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Conciencia política y conciencia electoral: ¿son lo mismo? (1)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Somos un país que tiene más kilómetros cuadrados que ciudadanos con salarios dignos; un país de encrucijadas fronterizas que viene de sufrir una cruenta guerra civil caracterizada por tener una guerrilla como partido político y un movimiento social altamente politizado y combativo; un país violento que ama la paz, el que, luego de firmar los Acuerdos de Paz, siempre está en elecciones o pre-elecciones (de precandidatos y candidatos; de presidentes y disidentes; de diputados, imputados y emputados; de un alcalde y de un ministro de balde) y, siendo así, deberíamos ser una población alegre con una conciencia política desarrollada y una conciencia electoral inteligente y calculadora, en el sentido político de la palabra.

Pero, no es así, y esa paradoja sociológica debe ser explicada sin recurrir a otra paradoja o a la cartomancia de la historia patria para tener una visión totalizadora de las decisiones tomadas. La sociología política marxista (el constructo teórico más seductor, impactante e inteligible desde la aparición de “El Manifiesto del Partido Comunista” –Marx- y “Un paso adelante, dos pasos atrás” –Lenin-, por su aplicación tan inmediata como polémica, más de lo que puede serlo la llamada “ciencia política” que usa el idioma de la diplomacia) tiene como uno de sus objetivos originarios, precisamente: comprender por qué las personas actúan de una forma y toman ciertas decisiones que afectan directamente su cotidianidad de clases, y la de los otros que tienen cerca, no importa que se trate de decisiones sociales, familiares, económicas, culturales, políticas o electorales, pues en todas ellas se expresan, al detalle, relaciones de poder. En tal sentido, a la sociología política marxista le interesa comprender por qué y para qué las personas toman ciertas decisiones, pero en el marco de cómo las toman.

Esa sociología parte de la premisa histórico-conceptual de que las personas toman sus decisiones, aunque no siempre, en coherencia con la vivencia concreta de sus condiciones de vida (el ser social) y como respuesta –aparentemente instintiva- a las presiones sociales que viven, tanto en su vecindario como en la sociedad en general que se les presenta como el laberinto de la soledad. Sin embargo, Marx y Lenin afirmaron que la conciencia social en las clases explotadas (en cualquiera de sus ropajes históricos) no responde a la ecuación: “ser social = conciencia social”, razón por la cual se ve a millones de personas tomando decisiones que las perjudican como clase social, simplemente porque no saben –o no quieren saber- que pertenecen a una clase explotada, o porque -por alienación o conciencia espejo- se creen paradas en otra o, auxiliados por la sociología posmoderna, inventan tristes falacias como la de “clase media” cual versión absurda de la movilidad social ascendente. Si la conciencia social de los pobres fuera una ecuación, los resultados electorales obedecerían estrictamente a la condición de clase: ocupación, lugar de residencia, nivel y tipo de escolaridad, relación con los medios de producción y salario mensual de los votantes y, entonces, toda la propaganda electoral perdería peso y sentido político e ideológico.

Además, se podría concluir, con esa premisa sobre los pobres, que los obreros o trabajadores votarían por partidos obreros y los campesinos por partidos campesinos; mientras que los ricos empresarios (la burguesía en todas las formas del capital, que es la clase en la que sí es una ecuación “el ser social y la conciencia social”) votarían por los partidos de derecha (lo cual es cierto), lo que hace que dichos partidos sean más tradicionales y rígidos en materia ideológica. Pero ¿por qué en la burguesía si funciona la ecuación “ser social = conciencia social” y en los trabajadores no? ¿Es eso una cuestión cultural o una estrategia de sobrevivencia heredada de la esclavitud? La respuesta se halla en el imaginario colectivo que interpreta, por sobrevivencia, que hay que defender lo que se tiene (la burguesía tiene todo por perder) y eso genera una urgencia, lo cual no sucede cuando lo que tienen enfrente es todo lo que pueden ganar, sentimiento que es menos sólido por carecer de vivencias concretas. Y es que, en el imaginario, el miedo de perder es tangible, mientras que la urgencia de ganar es intangible.

Pero el juego electoral no tiene esas premisas en su totalidad en el momento en que las personas toman las decisiones, y eso hace que los partidos de los ricos seduzcan votantes entre los pobres para ganar y legitimar su hegemonía (en los términos de Gramsci), seducción que usa como armas de destrucción masiva a los medios de comunicación, la amenaza del desempleo, la cultura política de súbdito (cambiar chucherías por votos y darle vida a la maldición del ladino: el pobre como opresor del pobre, cuando es jefe; el pobre robando el dinero de los pobres para sentirse rico, cuando es funcionario de gobierno) y el consumismo como deformación de la ideología de sobrevivencia o como metáfora de mal gusto de la identidad sociocultural. Sobre los elementos ocultos y visibles que explican por qué se toman determinadas decisiones electorales y políticas, existen varios enfoques sociológicos que concluyen que la decisión –como cultura política- es resultado de una constricción social tangible y vertical (amenaza del desempleo) o intangible (alienación, miedo anómico, conciencia espejo, ignorancia).

Para la sociología política, el concepto de “cultura política” es inacabado y dinámico, y parte de la premisa ontológica de que en los grupos sociales -que le dan dinamismo cotidiano a las clases sociales- existen actitudes, normas, valores, hábitos, prejuicios y juicios, saberes (formales e informales) y creencias colectivas que funda y refundan comportamientos políticos, electorales y consumistas, en tanto son la objetivación de lo subjetivo. Esas premisas subjetivas que por su peso se truecan en algo objetivo (al modificar, realmente, el comportamiento individual y colectivo) son, sin embargo, huidizas de la comprobación empírica, y muy propensas a la especulación esotérica, lo cual hay que superar de forma científica y específica, o sea eludiendo conceptos gigantes que no resuelven ni dicen nada al pretender decirlo todo, tal como el concepto “cultura nacional” o el de “identidad nacional.

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