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Con solo indignarse no basta

Víctor Corcoba Herrero*

Los momentos que vivimos en el mundo no son nada fáciles; pero con la indignación únicamente tampoco se solventan los problemas, mind hace falta también comprometerse. Podemos dar todos los consejos que se nos ocurran, pharm ofrecer las mejores enseñanzas como lección, pills dictar los mejores guiones para restarnos crispación, pero de nada servirán sino se contrae un auténtico compromiso de cambio. Una sociedad avanza hacia lo armónico en la medida que conjugue promoción con crecimiento personal, trabajo e inserción laboral con programas específicos reeducadores. Tan solo el ser humano puede llegar a ser persona, y por ende, ciudadano de bien, a través de la educación. Es evidente que la familia es el primer núcleo de relaciones: la convivencia con el padre, la madre y los hermanos es la plataforma, y nos acompaña siempre en la vida, junto a la escuela, donde hallamos personas diferentes a nosotros y así nos socializamos. Esto me trae a la memoria un proverbio africano muy bello: “Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo”. Ciertamente, para educar a un niño, a un joven, se necesita a mucha gente: familia, maestros, personal no docente, profesores, ¡todos!, ¡toda la sociedad educa!.

¿Qué pasa cuando se educa tarde o mal? ¿Cuándo en lugar de educar se adoctrina?… Pues que se despiertan una océano de usuras. No hay mayor infierno para el ser humano que la estupidez y el odio hacia sus semejantes. Sabemos que los actos de terrorismo, cualesquiera y dondequiera que ocurran, siempre son inaceptables; sin embargo, hacemos bien poco por dar seguridad  y concordia en la sociedad. Pensamos a veces que supeditándolo todo a la condena penal la cuestión se arregla y la realidad es bien diferente, pues se avivan venganzas y odios inmortales de difícil curación. A mi juicio, la misma doctrina penal tiene una importante responsabilidad al haber consentido en ciertos casos la legitimación de la tortura, abriendo el camino a un amplio horizonte de abusos. Esta arbitrariedad y los excesos de los agentes del Estado, ayudan bien poco a estas personas a reeducarse para poder reinsertarse socialmente. Lo fundamental, a mi forma de ver, es calmar nuestra propia indignación, por otra parte algo muy humano, y profundizar sobre el motivo de estas conductas. Nada ocurre porque sí. El asesino no conoce el amor, desprecia toda vida y también se repudia asimismo. Igual podríamos decir con el corrupto, tampoco conoce de fraternidad o amistad, sino de complicidad o enemistad. De ahí la importancia de que la sociedad, en su conjunto, se comprometa educativamente, reorientando estos comportamientos hacia la  reinserción social.

Las noticias son verdaderamente alarmantes con los más indefensos. Recibo un correo electrónico, donde se me dice, que cientos de menores cumplen condena en las cárceles egipcias y que han sido juzgados como adultos.  Reconozco que me puede la rabia. Téngase en cuenta que lo que hoy se les da a los chavales, ellos lo darán mañana a la sociedad. Por tanto, tiene bien poco sentido hablar de progresismo o de progreso mientras haya niños infelices. Desde la muerte de Aylan Kurdi, el niño sirio cuya imagen estremeció al mundo, más de 340 niños han muerto ahogados en el este del Mediterráneo. A un promedio de dos niños se ahogan cada día, mientras el mundo se indigna, pero no hace nada, o hace bien poco, por ponerles a salvo. La ira que esto pueda ocasionarnos ha de llevarnos a comprometernos mucho más, cuando menos a aceptar la responsabilidad de modificar nuestras específicas actuaciones. Tenemos que mostrar una actitud de fidelidad, de dedicación y constancia por mejorar la vida de todos y de cada uno, se encuentren donde se encuentren. Nos toca restituir la esperanza a los excluidos, a cuantos caminan privados de dignidad, con un compromiso de luz que sea testimonio de nuestra coherencia ciudadana. Las personas adultas, por su parte, son quienes, a partir de los propios errores, pueden ofrecer enseñanzas inolvidables al resto de la sociedad.

*Escritor

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