Ciudades abandonadas

Álvaro Darío Lara

Escritor y docente

Nuestras más antiguas ciudades (e incluso las recientes) han desbordado, desde hace  muchas décadas, sus cuadrículas originales. Sin embargo, las seguimos atormentando con el ensordecedor tráfico y con el tránsito de miles y miles de ciudadanos que a diario las recorren.

Por más obras “monumentales”, que inauguremos, mientras no exista un control real del parque vehicular del país, tanto de lo privado como de lo público, así como una transformación radical de este último, plagado de serias ineficiencias, vicios y contradicciones (el subsidio  que el Estado proporciona es uno de ellos), muy difícilmente las vías y carreteras del país, entre otros aspectos, mejorarán.

Dos ciudades que conozco con propiedad: San Salvador y Santa Tecla, presentan en la actualidad, en sus arterias principales y calles de colonias, un abandono tan dramático, que parecería que nadie tributara tanto al Estado como a las municipalidades.

Para el caso, Santa Tecla, tiene en condiciones tan deplorables las vías de sus colonias, residenciales y urbanizaciones, que cualquiera se horrorizaría, sobre todo, cuando  muchos de los habitantes de algunas zonas exclusivas, fueron votantes activos y entusiastas de la actual y desastrosa gestión municipal, que dio al traste con proyectos de cultura y desarrollo social, que fueron, con sus naturales bemoles, muy exitosos en pasadas administraciones.

Ni siquiera donde funcionan importantes centros comerciales, bancarios y habitacionales, existen correderas decentes.  Ahora, lo que reina es un paisaje lunar y acuático.La acumulación de basura, de ventas por doquier, de insalubridad y de falta de alumbrado público, eriza los pelos  hasta al más valiente.

¿Cómo es posible que proyectos tan importantes como el Palacio de la Cultura y las Artes, y el Museo de la Ciudad, hayan sido totalmente abandonados? ¿Dónde están los controles y la vigilancia a todos los antros, que han proliferado en los alrededores del Parque Cafetalón, sin ningún respeto a las ordenanzas municipales en lo referente a horarios de funcionamiento? ¿Qué pueden decir después que ahogaron a los numerosos y  buenos restoranes del Paseo El Carmen en beneficio de las cantinas donde ahora beben y beben jóvenes que incluso no alcanzan la mayoría de edad?

Otro asunto grave es la desnaturalización de los espacios públicos como el Parque Cafetalón, invadido, en la actualidad, de negocios y de feas infraestructuras que desarmonizan con la tradicional arquitectura tecleña. ¿Qué hicieron con el mosaico de San Romero, retirado de la pequeña placita donde se encontraba ubicado? Todo parece indicar que, por lo menos, en la Santa Tecla del presente, el recuerdo de San Óscar Arnulfo Romero, aún continúa incomodando a quienes hoy por hoy, detentan el cabildo.

Quiera Dios que los tecleños, y los habitantes de muchos municipios del país, que ahora son gobernados de forma similar, realicen esfuerzos ciudadanos para frenar estos y otros atropellos; y para que en el futuro, elijan mejores autoridades edilicias. Las buenas gestiones municipales, no se miden por recuperar espacios a costar de masacrar vendedores ni por la  instalación industrial de cámaras de vigilancia.

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