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Celebrar el futuro

José M. Tojeira

Los días de la independencia se celebran en casi todos los países. Y en la mayoría se celebra un pasado muchas veces tergiversado, case anclado en construcciones históricas no muy fieles a la realidad y con poca conexión con el futuro. Sin embargo, clinic tanto el sentido propio de la independencia como las necesidades de nuestros países en la actualidad nos debían remitir más al futuro que al pasado. La independencia en efecto es un acontecimiento que permite a cada país comenzar a planificar por sí mismo la construcción de su propio futuro. Si se continúa anclado en los vicios o corruptelas del pasado de poco sirve. Si se trata de cambiar de dueño, y pasar de un dueño lejano y extraterritorial para sustituirlo por uno cercano, pero con la misma indiferencia hacia una parte de la población, o con una codicia individualista semejante a la de los anteriores dueños, de poco sirve la independencia. Los desfiles, los cohetes, la presencia del ejército en las calles, aunque tienen una dimensión festiva popular que no se puede despreciar, no añaden soluciones a la esperanza. Celebramos una conquista del pasado que, en muchos casos se limita a un cambio de relaciones internacionales y a una mayor autonomía y capacidad de disponer sobre los recursos propios. Aunque a veces sea para malvenderlos o mal utilizarlos nuevamente y en beneficio de pocos.

En el Salvador es necesario que celebremos más el futuro que el pasado. Y que incluso nos fijemos en aquellos acontecimientos del pasado que nos estimulan a construir un futuro diferente. Porque el presente no es suficientemente bueno para lo que nuestro pueblo se merece. Y el pasado, tal y como lo celebramos, no parece impulsarnos adecuadamente más que a discursos que después el viento tiende a llevarse. Hoy nadie se acuerda de los discursos floridos sobre la independencia patria que se echaron el año pasado. Y mucho menos de los años anteriores. Ni siquiera recordamos frases que probablemente eran acertadas o incluso bellas. Necesitamos palabras coherentes con la realidad y no frases redondas pero alejadas de un presente con frecuencia miserable. Ya decía Mons. Romero en una de sus homilías que “la palabra es fuerza. La palabra, cuando no es mentira, lleva la fuerza de la verdad. Por eso hay tantas palabras que no tienen fuerza ya en nuestra patria, porque son palabras-mentira, porque son palabras que han perdido su razón de ser”. Es demasiado fácil echar discursos prometiendo la luna y ensalzando maravillas para después encontrarse con la cruda realidad de una sociedad desigual, autoritaria, violenta.

Pero construir el futuro no es fácil. Las planificaciones de futuro de los poderosos con frecuencia piensan primero en los beneficios del propio grupo que en un desarrollo social compartido. Se ven obligados a hablar de las necesidades de la gente y a prometerles un futuro más halagüeño porque es la mejor manera de reforzar su poder. Incluso el descrédito acaba siendo utilizado en beneficio del poder, al desesperar a la gente honrada y hacer que se separen de la política por considerarla ineficiente o mala. Los discursos sin contenido o sin voluntad de ser coherente con lo que se dice terminan por dejarnos en esa terrible actitud de andar calculando cuál de los partidos es el menos malo para elegirlo a él en cada elección democrática. Teniendo tanta gente buena y honesta nacida en nuestra tierra, no somos capaces de pensar en el mejor para lo mejor, sino en el menos malo del mercado político. Ni siquiera nos sentamos todos para contemplar el país que queremos y después concretar pasos, cargas, responsabilidades, plazos hacia el ideal contemplado.

Si algo debiéramos celebrar en el día de la independencia son los pasos dados hacia un ideal de país. Pero para tener un ideal válido, debemos pensar un proyecto de realización común, construido entre todos. Un proyecto serio, evaluable, compartido. Si avanzamos en él, celebramos. Si no avanzamos, corregimos los fallos o las causas del freno. Necesitamos una base común de desarrollo en la que todos pongamos esfuerzo, compromiso y sacrificio. Pensar en El Salvador en un desarrollo indoloro es un absurdo. Nuestra gente sencilla para salir adelante se sacrifica. Nuestros migrantes se sacrifican. ¿Cómo es posible que los más afortunados no quieran sacrificarse? Todas las comisiones de diálogo y desarrollo encuentran su freno cuando se habla de dinero. Y los que tienen más casi siempre tiran hacia abajo la mayor carga del sacrificio. Y después nos quejamos de que una muy pequeña parte de los de abajo se rebelen, cometan crímenes, se vuelvan anti sociales. Si la sociedad en la que viven es anti pobres no es extraño que algunos se vuelvan anti ricos o simplemente anti todos. El recuerdo de la independencia nos llama a todos a un cambio. Si algo significa la independencia es el inicio de un proyecto de realización común que se denominó desde sus orígenes con el nombre de El Salvador. Que algunos hayan convertido ese proyecto de realización común en su propia parcela de desarrollo y enriquecimiento personal es una especie de traición al proyecto común inicial. Hoy toca revertir ese concepto de independencia discursera y comenzar a construir seriamente un proyecto de realización común que incluya la satisfacción de derechos universales en áreas como la salud, la educación, la vivienda, el descanso y la seguridad tanto ciudadana como social.

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