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Carta urgente a la juventud salvadoreña VI

Unicornio Azul

Amigas y amigos de la Juventud Salvadoreña: Quien quita la vida lo quita todo. Es una frase que encierra una gran verdad y nos muestra la tragedia que estamos viviendo en el país. Durante el año pasado, 2017, murieron asesinadas 3.954 personas, cifra menor que la de 2016 que fue de 5.280. Los últimos informes oficiales señalan que se han reducido de manera sostenida los homicidios y feminicidios. Entre enero y octubre 2018 han descendido en un 16% respecto al mismo período en 2017 y un 46% respecto al período 2014/2015, años en los que se dieron el mayor número de homicidios en los cuatro años del actual gobierno. Los feminicidios reportan una tendencia a la baja con una disminución de 18.3% en 2017 respecto a 2015 y de 10.9 % en relación con 2016.

Pero no es mi intención, amigos y amigas, hacer una recopilación de cifras, ni entrar en el ámbito de los balances de éxitos o fracasos de anteriores políticas de seguridad. Estas reflexiones van en otra dirección y, en cierto modo, son un recordatorio a los partidos políticos y a las candidaturas electorales.

La violencia en nuestro país, y en particular la vinculada a las maras, es enorme e involucra a toda la sociedad que padece inseguridad, así como a miles de personas que de una u otra forma tienen vínculos directos e indirectos con las actividades criminales que cometen homicidios, extorsiones, robos, secuestros exprés, drogas y otros delitos. No es un mero problema de orden público, es un problema nacional de seguridad ciudadana.

En primer lugar debería estar prohibido y penalizado utilizar de manera electorera la violencia de las maras. Nadie tiene derecho a hacerlo cuando toda la sociedad sufre sus consecuencias. Es un asunto demasiado grave como para que en campaña electoral se juegue a competir demagógicamente entre partidos políticos en el terreno de la violencia. La sociedad debería penalizar a quienes hagan demagogia electoral prometiendo lo que no podrán cumplir. De modo especial, la juventud salvadoreña debería desconfiar de soluciones fáciles y exigir el fin de una contienda en la que las maras son un arma arrojadiza para tratar de tomar ventaja. Otra cosa muy diferente es que en el marco de las elecciones se hagan propuestas constructivas y cada candidatura ponga los acentos donde considere necesario. De manera que una cosa son las propuestas necesarias que puedan contrastarse y otra muy distinta hacer de las elecciones un escenario demagógico de promesas.

Por supuesto, nadie tiene derecho a hacer pactos con las maras para verse favorecido en la contienda electoral. Es tan grave lo que viene ocurriendo en el país que, al contrario, debería haber un Acuerdo de Estado para consolidar un esfuerzo conjunto de instituciones, partidos, iglesias, organizaciones sociales y sociedad. De lo contrario no podrá vencerse a la criminalidad.

Un Acuerdo de Estado. Que haga posible un plan coordinado y común con validez de largo plazo. El problema de las maras y su superación no es cortoplacista, no puede resolverse en una legislatura y requiere de la presencia permanente del Estado en cada rincón del país con un apoyo multipartidista y de todas las instituciones. Lo dice muy bien el candidato Hugo Martínez: no se trata de mano dura ni de negociaciones, se trata de combinar distintos factores que necesitan de un Estado presente y activo en todos los lugares del país. En esta combinación de factores habría que rescatar y dar continuidad a todos los aspectos del plan El Salvador Seguro que están dando ya buenos resultados.

Y es que, lo que no puede ser, es que cada gobierno haga borrón y cuenta nueva de los planes anteriores. Es la experiencia acumulativa y no el eterno volver a empezar lo que puede llevarnos a resultados positivos de reducción de la violencia.

Un tercer elemento es la dimensión regional del problema. Centroamérica y Méjico sufren un problema común, al que puede agregarse Colombia. Es el caso que la región, sus instituciones y las de cada país que la integran, no pueden combatir a maras y grupos criminales con sólo sus propias fuerzas. Clama al cielo la necesidad de intercambiar información, valorar experiencias operativas, coordinar acciones y represivas, y poner en balance políticas preventivas y de integración de miembros de maras en la sociedad. Lo que hasta ahora se viene haciendo en el nivel regional, no es suficiente. Hacen falta además organismos policiales supranacionales. Las maras sí tienen conexiones regionales efectivas.

Amigas y amigos, la juventud salvadoreña, estigmatizada por algunos sectores conservadores de la sociedad, debéis levantar vuestras voces y exigir que los políticos y las instituciones estén a la altura de las necesidades. No puede aceptarse que cúpulas y élites del país relativicen la lucha contra las maras y, lo que es peor, hagan juegos partidistas en un asunto tan grave. No lo podéis aceptar porque además muchos de vosotros sufrís en propia carne las consecuencias más inmediatas de este fenómeno delincuencial. Las maras os presionan, os reprimen, se meten en vuestras vidas y os la roban.

He dicho que el Estado debe estar muy presente en los territorios, pero, para hacer qué. La mejor manera de combatir a un plazo medio a las maras es cambiando el hábitat en que se desarrollan sus actividades. Si el hábitat es de pobreza, desempleo, abandono por parte de la administración, olvido gubernamental, exclusión social, cero oportunidades para la juventud…el resultado será que siempre habrá maras. Se les puede diezmar con políticas policiales eficaces, pero un hábitat como el que describo hará que nuevas maras surjan o las actuales se reproduzcan. Cambiar el hábitat es abordar el desarrollo económico y social de los territorios, con estrategias a diez y cinco años, por ejemplo, que puedan medirse mediante indicadores. Estrategias integrales orientadas a extender las oportunidades a toda la juventud, creando empleo, multiplicando becas de estudios, impulsando espacios culturales y deportivos integradores y ayudando a crear una juventud crítica, pensante, comprometida con la comunidad.

Pero asimismo es necesaria la represión de la delincuencia. Para ello un arma esencial es la información. No sólo se trata de dotar de mejores armas y equipos a las fuerzas policiales, sino que también la infiltración y la información deben jugar un rol decisivo. Algo que debe trasladarse al ámbito de las comunicaciones, en especial la telefonía. Junto con ello, el contacto con sectores ligados a las maras, como son las familias, para tratar de persuadir a los jóvenes ya incorporados para que abandonen la vida de delincuentes y procurar que otros no se sumen.

Lo cierto es que hay miedo en nuestra sociedad. Miedo a morir, miedo a vivir en permanente inseguridad, pero el método de atajar la violencia con más violencia, de nada servirá si las causas no son abordadas adecuadamente. Este asunto de la seguridad ciudadana puede y debe ser uno de los elementos centrales a valorar de los programas de gobierno de las candidaturas a la presidencia de la República. Se trata de la supervivencia de las miles de personas que pueden morir asesinadas en los próximos años. Las y los jóvenes deberíais estudiar las propuestas con mucha atención.

La violencia juvenil se expande en todo el mundo. Es un síntoma de que algo esencial no funciona. El modelo neoliberal que prometía bienestar para todas y todos ha resultado ser un fiasco. Es el telón de fondo de un problema que, pese a su dimensión trágica, no debe dejar de abordarse también desde el enfoque de la reinserción. Sólo la mano policial no puede resolver este problema que es de modelo de sociedad. Ello supone poner atención a las condiciones penitenciarias de nuestro país. Yo estuve hace unos años en Mariona y puedo atestiguar que lo que vi es exactamente lo contrario a la posible reinserción de siquiera el 1% de los recluidos. Según informes internacionales El Salvador posee las cárceles con mayor superpoblación (299%), seguido de Bolivia (233%) y Haití (218%). Sé que posiblemente una mayoría de nuestra sociedad no cree en la reinserción de las maras, yo, en este punto me alimento de la duda: Ese 1% ya sería un éxito, porque cada vida de joven que se rescate del infierno de las maras es para celebrarlo. Pero en Mariona descubrí que no se ha escogido ese camino.

Amigas y amigos, Juventud Salvadoreña: en nuestro país existen lugares donde la violencia es la forma de vida. Si eres pobre en esos lugares tienes bastantes posibilidades de que la única salida a la marginalidad sea incorporarte a la violencia rompiendo la ley. Es un error inmenso que te coloca en un punto en que te lo juegas todo: la vida. En las maras la vida no vale nada, la muerte es sólo un juego lucrativo muy temporal, después nada. Es verdad que la violencia como forma de vida puede ofrecer una identidad, un sentido de pertenencia, para quien ha sido excluido de la sociedad. Pero es una identidad tétrica que elogia a la muerte. Las maras surgieron en el marco de una economía desecha de cero creación de empleo, con una PNC no preparada y unos partidos políticos que no supieron ver el alcance del problema. Ahora es el momento de revertir este déficit, creando empleo, ofreciendo alternativas de estudio y ocio a la juventud, con una policía mejor preparada y unos partidos que tienen en sus manos elaborar un Acuerdo de Estado. Y de paso humanizando los centros penitenciarios: cada joven rescatado del infierno es algo valioso. No todo está perdido.

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