Carta a Roque Dalton

CARTA A ROQUE DALTON

Por Carmen González Huguet.

Buenos días, poeta. Usted y yo nunca tuvimos la oportunidad de conocernos. Nuestros caminos jamás se cruzaron mientras usted vivió. Cuando lo mataron a usted, en 1975, yo era una adolescente que cursaba segundo año de bachillerato. Tenía dieciséis años y desde los doce había comenzado a interesarme por la poesía. Sin embargo, y lo digo sin rubor, yo transitaba por los caminos de una poesía de corte mucho más tradicional. Yo, como dijo don Quijote, ya entonces sabía bien quién soy y acaso vislumbraba, sin ser arrogante, quién podía llegar a ser. La estirpe poética a la que creo pertenecer era, en el mejor de los sentidos, más clásica. Yo probablemente pertenezco, tal como dijo uno de sus recientes epígonos, a una línea de «poetas alambicados», y a mucha honra. A estas alturas sería triste pretender ser lo que no soy.

Le escribo en este día, en el aniversario número cuarenta y seis de su asesinato, que siempre queda opacado en demasía por la celebración del día de la madre. Sin embargo, aunque no nos conocimos personalmente, cuando tuve oportunidad hice lo que estuvo a mi alcance para publicar su obra de usted. Y para publicarla, que conste, desde la editorial cultural del estado, lo cual, dicho en buen salvadoreño, «no es comida de hocicones». Fue esa la primera vez que un gobierno de El Salvador publicaba la obra de Roque Dalton. Ni siquiera la Universidad de El Salvador había hecho el esfuerzo de publicar, casi completa, la poesía de usted. Supongo que entonces mucha gente seguía pensando que era cierta la falsa acusación de que era usted agente de la Cía.

Por supuesto, me llovieron pedradas a diestra y siniestra, nunca mejor dicho. El director de cierto rotativo nacional, que jamás ha querido demasiado a los autores salvadoreños, dijo que por qué gastábamos papel y tinta en publicar, y cito: «la obra de ese comunista». Y cierto poeta ya entrado en años, miembro de la llamada «Generación Comprometida», afirmó, sin que le constara, que con dicha publicación el estado salvadoreño pretendía, y también cito: «instrumentalizar la poesía de Roque Dalton». En resumen: Palos porque bogas y palos porque no bogas.

Ciertamente, no ha sido usted mi poeta de cabecera. Lo reconozco sin ninguna dificultad porque, méritos aparte, nadie manda en los gustos de cada quien. Mis poetas irrenunciables son otros. Es mi derecho y mi privilegio escoger los libros que prefiero leer y a los que vuelvo cada tanto. Pero mis gustos particulares no me impiden reconocer el mérito de su obra de usted, aunque a veces dijo cosas que me resultan muy difíciles de perdonar, como la expresión malsonante que le endilgó a Masferrer. Pedirle a un maestro de escuela casi, casi autodidacta que hubiera leído, entendido y compartido las ideas de «El Capital» y se adscribiera a la Internacional Comunista en El Salvador de fines del siglo XIX y principios del XX era mucho pedir. Lo peor es que los epígonos de usted siguen repitiendo el «viejuem…» sin haber leído completa una página de Masferrer y sin asomarse a una vida dedicada a la reflexión sobre nuestros problemas sociales. Esto, cuando menos, es muy injusto. Pero con estos bueyes hay que arar, y usted, en el fondo, lo sabe. Me sigue doliendo que usted, en lugar de comprender a Masferrer, se dedicara a descalificarlo. Por supuesto, es más fácil.

Esta sigue siendo, por desgracia, una actitud muy común en un país donde somos intolerantes, sobre todo a la crítica. Ahora sus asesinos, como dijo usted sobre otros criminales: «presumen no solamente de estar totalmente vivos/ sino también de ser inmortales». Todavía unos y otros, los que no han muerto, andan por ahí, caminando por distintas esquinas del mundo, gozando de una impunidad que sigue siendo la regla en un país tan extraño y enloquecido como es El Salvador. Usted y monseñor Romero son los salvadoreños más conocidos a nivel mundial. No es casualidad que los dos hayan sido asesinados en una tierra que mata a sus mejores hijos, o que continúa obligándolos a huir de una violencia que sigue tan irracional como siempre. A cuarenta y seis años de su muerte, poeta, seguimos igual o peor que antes. Seguimos teniendo en las manos un pequeño país, pero ahora tenemos más y más horribles fechas. Ahora, como también fue cierto en el 10 de mayo de 1975, los poetas «custodiamos para ellos el tiempo que nos toca».

Antiguo Cuscatlán, 10 de mayo de 2021.

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