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Ave Fénix FMLN

Federico Sánchez

No debemos tener miedo de aceptar que las recientes elecciones presidenciales, fueron la peor derrota política del FMLN en los últimos años. Y la gravedad del descalabro no reside en la pérdida del aparato gubernamental, tampoco en lo que comúnmente suele llamarse proyecto político. Lo que se ha perdido no es una batalla, es algo más serio: la razón de ser del FMLN. Admitir esta premisa no tiene por qué implicar un drama, pero tampoco es una frivolidad.

Asumir este hecho significa interiorizar la necesidad de cambio. Un cambio que debe traducirse en la reformulación ideológica del Partido.

Desde nuestro punto de vista, la principal causa del descalabro fue que los dirigentes históricos del FMLN vivían en un tiempo anacrónico. Interpretaron el triunfo de las elecciones presidenciales de 2009, como el punto final de nuestra guerra civil. En cada una de sus palabras y gestos subyacía un grito que enunciaba: “no vencimos militarmente, pero henos aquí, gobernando a nuestros enemigos”.

Siendo honestos, sentíamos admiración por esa actitud pues somos hijos de la guerra y crecimos respetando a los históricos del Partido. No hay razones para avergonzarse. Todo lo contrario, todavía sentimos fervor, gratitud y devoción por ellos. Los históricos del FMLN encarnaron una generación maravillosa, hicieron cosas imposibles en el país más pequeño de América.

Desafiaron al imperio más poderoso de la Historia al afrontar una guerra en un lugar que no reunía las condiciones materiales para hacerlo. Es verdad, no triunfaron militarmente, pero el solo el hecho de no permitir que los extinguieran es una victoria en sí misma. Y no solo sobrevivieron, se incorporaron exitosamente a un sistema político capitalista como no lo ha hecho ningún movimiento revolucionario en América Latina.

Visto sin pasiones, los históricos tienen todo el derecho para mirar al pasado y sentirse satisfechos. La magia de esa generación residió en algo sencillo y preciado: la creatividad. Las mujeres y los hombres que pelearon la guerra salvadoreña llevaron al límite esa palabra; no obstante, ahora que la juventud los ha abandonado, han perdido esa magnífica y rara cualidad.

Y no se trata de algo material, es una cuestión espiritual. Después de una guerra como la que tuvimos, después de lo costoso y difícil que resultó incorporarse a la política, la capacidad de sorprender e innovar se perdió en el camino. Eso es algo natural, sin embargo, nuestro reproche es que los líderes no supieron hacerse a un lado cuando el tiempo se lo demandaba.

Ahora bien, los tiempos están cambiando y no para mejor. Los “golpes de Estado blandos” en América Latina, promovidos por los Estados Unidos, indican que las potencias occidentales nos siguen considerando un territorio proclive a la colonización. De ahí que hoy más que nunca, sea necesaria la refundación, no solo del FMLN, también del Estado salvadoreño. Y el Partido debe ser la vanguardia en este asunto.

En aras de puntualizar la reflexión, proponemos que el debate ideológico al interior del Partido inicie sobre los siguientes puntos, que por razones de espacio sintetizamos así:

1. El Estado de El Salvador debe renacer a partir de una nación. Partimos de la hipótesis de que hasta el día de hoy la construcción del Estado salvadoreño es una simple formalidad, porque nunca ha existido una nación salvadoreña. Desde luego, eso no quiere decir que no haya habido un esfuerzo para lograrlo. En las últimas décadas el FMLN se erigió como el actor principal en esa batalla, pero ha sido incapaz de materializar esta idea de unidad colectiva.

En un futuro próximo, el Partido no debe preocuparse en la apropiación del Estado (eso ya lo hizo), su objetivo tiene que ser la edificación de la nación. Y tal propósito no se realiza a partir de la consecución de ideales morales, se logra creando un enemigo. El término no debe provocarnos miedo. El mundo occidental funciona a partir de esa premisa y si queremos sobrevivir debemos también asumirla. Un enemigo es un actor que tiene intereses contrarios a los nuestros.

De hecho, una nación se configura cuando varios individuos se unen en función de la defensa de un interés común, y para la cual es indispensable el poder-hacer, la soberanía. Estos elementos (nación, intereses en común y soberanía) tienen que estar impresos a piel y canto en el Partido y deben transmitirse a la colectividad. Solo entonces empezaremos a formar una nación. Es probable que algunos demanden un concepto preciso de esta, pero evitamos una definición porque la nación es una fórmula cuyo contenido es vacío. Si la nombráramos se cosificaría, siendo incapaz de resistir al tiempo. La única premisa que debemos interiorizar es que una nación es un límite, una línea artificial y donde todo aquello que se encuentra fuera de ella es una amenaza.

2. El FMLN debe abandonar la pretensión de superioridad ética en relación con la derecha. Tradicionalmente la izquierda, sobre todo la salvadoreña, se ha erigido como baluarte de altos valores éticos y morales, contribuyendo a que la política se desarrolle de forma maniquea: la izquierda es buena y la derecha es mala. Un teatro de operaciones de esta índole no favorece a los partidos de izquierdas, pues les obliga no solo a prometer un mundo socialmente justo en un contexto económico que no conoce de moral, sino que sus dirigentes deben asumir una santidad que ni siquiera la tiene el mismo Papa. Esto coloca a la izquierda en una tesitura difícil, ya que si quiere triunfar económicamente debe abandonar sus principios morales y por el contrario, si se aferra a su ética está abocada a la ineficacia.

Debemos aprender que en el liberalismo –pese a que sus ideólogos lo nieguen– no se puede ser rico y bueno al mismo tiempo. Tampoco podemos obligar a la gente a abrazar la pobreza como si de una causa religiosa se tratase. Por ello, el FMLN debe abandonar su aura teocrática. Su única moralidad debe ser la defensa de la existencia (material y espiritual) de la gente vinculada por intereses comunes.

3. El FMLN debe prepararse para gobernar nuevamente y no conformarse con ser oposición. A raíz de la derrota electoral, el FMLN puede caer en la tentación de querer ser eternamente oposición. A la izquierda esto se le da muy bien y al liberalismo le conviene porque así legitima su sistema político-económico. Pero si el Partido sigue este camino pronto será un cadáver. Para seguir vivo debe ansiar recuperar el poder lo más pronto posible. Y en un país presidencialista, como lo es El Salvador, la conquista del Ejecutivo es vital. El FMLN debe entender este período como algo transitorio, una etapa preparatoria para gobernar. Para ello, debe encontrarse en sintonía con el espíritu de los tiempos, que se caracterizan por la falta de trascendencia. En este sentido, todos sus intelectuales deben trabajar para volver a construir una causa.

No es una tarea sencilla, pero solo así lograremos un auténtico cambio. El FMLN no debe pensar que renovar el Partido es presentar caras nuevas. Lo que exigimos es una nueva ideología, y construirla es la tarea primordial en estos momentos.

Con estos tres puntos queremos iniciar el debate al interior del FMLN. Muchas cosas se quedan en el tintero, pero solo deseamos iniciar el fuego que consuma al Partido, para que de sus cenizas surja algo nuevo.

Si lo hacemos voluntariamente –esto es, reflexivamente– estamos seguros de que no surgirá un monstruo. En el mundo se están formando vientos huracanados y en el ojo de la tormenta estamos nosotros, los países pobres. Es hora de alistarnos para la tempestad que se avecina.

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