Tribunal Supremo español, decide investigar muerte de Jesuitas en El Salvador. Foto Diario Co Latino.

AROMAS DE PERDÓN

Wilfredo Mármol Amaya

Psicólogo y escritor viroleño

 

“Pero Dios mío que olor más penetrante”  dijo el hombre, illness cialis mientras se dirigía a la cajita que tenía cerca de la cama, health   tomó de la loción barata que derramó sobre sus manos, hospital   las frotó  ligeramente y temblorosamente las pasó por  la cara y el cuello, fue cuando se dio cuenta,  que lo que tiene mal olor, perfumado huele peor.

Una vez más, como en los últimos 26 años A, la fuerte hedentina  se instalaba en sus entrañas, como en años atrás a la víspera de noviembre de cada año, comenzaba el suplicio que lo llevaba a la angustia plena, y las memorias le consumían el alma entera. Si el alma entera.

Una de esas noches, encendió el radio y escuchó detenidamente: “Todos a celebrar el martirio de nuestros hermanos y hermanas, sangre generosa que abonó el fin de la guerra en la  conquista de la justicia social, tierra, y con ello la derrota del militarismo… el pueblo hace escuchar su voz…” Apagó coléricamente la radio con la ira que solían darle esas noticias, encendió el cigarrillo, volvió la mirada al cielo, mientras una cascada de luz caía a nostalgia lenta, inquebrantable que salpicaba el corazón que parecía explotarle el pecho; fue entonces cuando el hombre sintió ganas de llorar, pero no podía, había aprendido que eso eran tonterías, puras babosadas, fue cuando exclamó corazón afuera: “Coman mierda, pobres tontos creen que han ganado la paz, no saben que el control siempre lo tenemos nosotros”, soltó a plenitud una nueva  bocanada de humo, vilipendiado en la hamaca, justo  donde cabeceaban dos  perros,  que por el amor del pellejo no se les caían los huesos, olfateaban el polvo buscando comida que no había por ningún lugar de la pequeña  champa, pensó el exmilitar:  “Vaya, pensar que hay familias que tienen grandes negocios y uno aquí pasando el día a día con pura sal y tortilla”, expulsó abatido por la cólera.

Solía quejarse tirando al viento toda clase de injurias e improperios,  hasta que era de nuevo  sorprendido por el aroma detestable que se aparecería e inmisericordemente,  “pero por el amor de Dios que mal olor me sale del cuerpo, siempre por esta fecha me sucede lo mismo, quizás por eso nadie quiere hablarme, ni se me acercan; hasta el mismo  párroco del pueblo me ha dicho que no hay remedio, me insiste en el perdón que lo sana todo, puras pendejadas”. Aunque ya han pasado muchos años de haber participado en los operativos militares de la guerra civil, pues estuvo doce  años como miembro de los batallones élites entrenado en un país del norte, no olvidaba las estrategias de guerra contrainsurgente de baja intensidad, y se vanagloriaba en esos recuerdos, aparecían imágenes  con el emblema del Batallón Atlácatl, boina verde y su M-16 en brazos; no dejaba de sentirse orgulloso en ese mar de sombras de gloria,  cuando la infantería disparaba toneladas de pertrechos militares sobre civiles y la guerrilla, bombas de 500 libras, y luego el ejército invadía metro por metro a punta de fusiles, dejando sin vida a todo aquello que se moviera; terminaban el trabajo el batallón de sanidad militar un Comité que tenía por nombre, Pro Soldado con la ayuda de médicos, psicólogos, odontólogos, medicinas, dulces para acompañar el dolor de los civiles,  mientras que un capellán  católico, brindaba el alimento espiritual, sin faltar unas señoronas blancas y rubias de la Cruzada Pro Paz y Trabajo que repartían el alimento material, casi siempre frijoles enlatados y cuartillas que contenían letanillas al soldado de la patria y  lucha contra el comunismo; estas eran las memorias que invadían el interior del exsoldado, hasta sentir de nuevo el aroma, es cuando exclamaba a viva voz: “Pero que tufo más insoportable” expresiones con que terminaban los capítulos de recuerdos que le irrumpían la tranquilidad de los últimos 26 años; la hediondez brotaba aumentada cada vez más despiadada, como lluvia de pleno invierno. En esos días, el exsoldado agarraba con mayor intensidad el alivio temporal a su incomoda experiencia vital, el alcohol y el cigarro.

En uno de esos episodios de vida, el hombre encendió la radio, escuchó de nuevo la invitación a la peregrinación que le provocaba furia pero a la vez impotencia, nada podía hacer, el militarismo sólo era historia del pasado, una foto en el museo perdido de una dictadura derrotada por la conciencia ciudadana y por la vida misma.

Así lo alcanzó el frío de la madrugada, la cobija barría el suelo con el vaivén de la hamaca,  escenas sangrientas le hacían mella en la conciencia, sobre todo unas palabras vociferada por uno de los sacerdotes,  justo antes de la ráfaga que el soldado le asestó en la cabeza, y le carcomían el alma: “ustedes son una carroña” había exclamado el Padre Nacho. Quedó el exsoldado en un insomnio insoslayable, fue la ocasión cuando el hedor regresó de manera  plena e insoportable. El dicho popular de que los defectos son como los olores, los nota más la persona de al lado que el que los lleva, no se cumplía en el veterano de guerra, el aroma vivió con él todos los días de noviembre, lo laceraron y lo hundieron en sentimientos encontrados y la expresión “ustedes son una carroña” se le atoró plenamente en su existencia.

La noche, previo a la conmemoración,  se cansó y no pudo más; el tufo se tornó enigmático, mientras en la radio se hacía sonar la invitación a  la peregrinación cerca de la universidad, anunciando cánticos y farolitos de muchos colores, el fondo musical de una canción  le arrinconaron la existencia, “…y vos… si, vos: no mires al costado, no te hagas el pescado, no te creas que le hablo al de al lado porque te hablo a vos, quién sos? Qué carajo estás haciendo de tu vida, qué carajo vas a hacer con vos…?”

Apagó la radio ipso facto. Esa noche, luego del crepúsculo se puso melancólico, sentido y resentido del pasado. Una estela de sonidos extraños empezaron a arrullarle el alma, se volvió dócil, sintió aflicción y bondad, un hálito de esperanza se adueñó de su ser, el exsoldado se puso pañulo y cherche,  la tristeza lo fue allanando en un sólo deseo, no quería más la vida que llevaba, no valía la pena vivirla, y entonces la tormenta indomable desató su furia, y el llanto necrótico le cruzó la existencia; “por Dios que olor a muertos.”

Hastiado de la fetidez que le salía de cuerpo cayó en la cuenta que “lo único que necesitan los malos para triunfar, es que lo buenos no hicieran nada” y de inmediato pensó en las familias acaudaladas por las que había dejado el pellejo en la guerra convencido que era la guerra contra el comunismo, entonces pensó “no hay dudas, hay personas que son tan pobres, pero tan pobres que lo único que tienen es dinero y vaya que compran de todo, menos la paz del espíritu.”

Llegó el alba,  lo encontraron en la hamaca con la mirada al cielo y una sonrisa entre sus labios,  en el pecho un nota que se leía con dificultad, “perdonen civiles y sacerdotes, sólo cumplía órdenes superiores.” A los costados del cuerpo,  sus perros que por el amor del pellejo no se les caían los huesos, lo cuidaban con sigilo y diligencia.

El cuerpo del exsoldado emanaba un aroma de azahar, como sí un pueblo en peregrinación hubiera pasado tirando flores a granel, vaya que olía a flores silvestres. Era la madrugada del 16 de noviembre, fecha de esperanza con aroma de perdón.

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